Ana (nombre ficticio) es víctima de violencia machista y, desde que decidió denunciar y divorciarse, también de la burocracia.
Su ex marido fue condenado con conformidad por un delito de amenazas en el ámbito de la violencia sobre la mujer y le impusieron una orden de alejamiento que le impide acercarse a menos de 200 metros ni comunicarse con ella, pero, en los dos años transcurridos desde entonces, ha tenido que enfrentarse a situaciones que implican una doble condena para ella: las notificaciones judiciales y embargos de su ex le siguen llegando a su casa, no puede cambiar la hipoteca que la asfixia porque necesita la firma de él y no ha conseguido ni sacarlo del padrón de su vivienda.
"Estoy cansada de luchar", reconoce en conversación con PontevedraViva. "A ti te quieren enviar al otro barrio y, encima, te siguen machacando", se queja de las administraciones y la burocracia que suponen, para ella, una nueva victimización. Y es que la condena a su ex fue por unos mensajes en los que él decía, sobre ella y su hijo, "si puedo, los liquido". Ella está amenazada y, sin embargo, siente que se "burlan" de ella cuando lo único que quiere es vivir tranquila.
Es la petición desesperada de una víctima que se echa a llorar con cada recuerdo y en la que se ven las cicatrices que ha dejado el maltrato psicológico que sufrió desde que se casó con la promesa de un marido cariñoso y leal hasta hoy mismo, ya divorciada y víctima del sistema. Ana está convencida de que su maltrato no se acabó el día que denunció y le impusieron una orden de protección, no ha cesado porque no le han dejado hacer su vida.
"A ti te quieren enviar al otro barrio y, encima, te siguen machacando"
En teoría, Ana hizo todo lo que los manuales aconsejan un víctima de maltrato. Denunciar, lograr una orden de protección, una condena... pero nada es suficiente. Su caso demuestra que el dolor de las víctimas nunca acaba el sistema que debe protegerlas no toma medidas básicas para evitar su sufrimiento.
Así, por ejemplo, en junio de 2023 pidió en el padrón municipal que a él le diesen de baja del domicilio familiar, pero no ha tenido respuesta. La hipoteca de la casa, de la que paga el 70% por el acuerdo de divorcio, y él solo 120 euros al mes, le ha subido mucho y ha querido modificarla y pasarla de variable a fija "para poder pagarla", pero no puede, pues él tiene que firmar con ella, pero no puede comunicarse con él.
En la sentencia de divorcio él debe pagarle a su hija 230 euros al mes y a su ex esos 120 euros de la hipoteca, pero se enfrenta a impagos continuos y también le llegan a ella deudas adquiridas por él mientras las administraciones miran hacia otro lado. Hasta que ahora ella ha dicho basta. "Mi afán es olvidarme de este señor y terminar con todo esto", pide.
Se casó con 20 años, y ahora, con 45, y tras 24 años casada y año y medio divorciada, no es la misma persona, acostumbrada ya a vivir con el recuerdo continuo de su ex e incapaz de ser feliz porque no hay un día tranquilo. El pasado 4 de marzo, dos años después de denunciar, aún llegó a su casa una carta certificada a nombre de él. Cada vez que ocurre, la rabia regresa. Y las lágrimas.
Su madre: "lloré mucho. Ya no me queda nada en el corazón para llorar"
En la conversación con PontevedraViva, por momentos, esa rabia se transforma en resiliencia y en ganas de luchar. "Voy a ir a por todas". Ya ha aguantado mucho. Luego, vienen las lágrimas y el dolor, pero si algo le han enseñado estos años es que es más fuerte de lo que pensaba y que vale mucho como para dejar que todo este maltrato le robe la vida.
A su lado, su madre, cuenta que en estos años "lloré mucho. Ya no me queda nada en el corazón para llorar". Ella fue la primera que le retiró la palabra a su yerno a pesar de que en la casa vivían la pareja, sus nietos y ella. Fue cuatro años antes del divorcio en 2022.
Este dolor comenzó poco después de casarse, cuando sus hijos eran pequeños, pero nunca lo reconoció. Miraba hacia otro lado. Descubrió que él hablaba con otras mujeres, un día incluso faltó durante horas sin responder a las llamadas y los mensajes, pero todo lo aguantó porque "como tenía niños, no le daba importancia". Su familia siempre ha sido para ella lo más importante y no quería romper la unidad familiar para no perjudicar a los niños.
Tras una discusión, le envió a un amigo esos mensajes de "si puedo los liquido". Fue la gota que colmó el vaso
En estos años ha pasado de todo. En 2005 él pidió un primer crédito hipotecario que no llegaría nunca a pagarse. En 2009 desapareció la tarjeta bancaria de su madre y luego se demostró que la había cogido él y retirado dinero sin su consentimiento. En 2013 los pagos se habían multiplicado. En 2015 acumulaban más de diez impagos, había recibido una carta de la Interpol diciéndole que le bloqueaban su tablet por consumo de pornografía ilegal y había descubierto varios mensajes de móvil que confirmaban adulterio repetido.
Esta rabia que ahora aflora y le llena los ojos de lágrimas se la trasladó por primera vez a sus hijos en 2015, ya desesperada, y en 2019 les habló de los créditos y deudas. Su ex marido se aprovechaba de ella y su madre, "pidió créditos a nombre de las dos" y "manejaba él la cuenta como le daba la gana".
La pandemia fue un punto de inflexión, confinada con el foco de su dolor. "Mirando hacia atrás, que se marchara a clubs de mujeres cada semana y que los impagos ascendiesen a seis cifras no era lo peor, lo peor era cuando estaba en casa".
En septiembre de 2021, cuando regresaba con él de Santiago, donde estudiaba su hija, ya sintió miedo real. "Dio un volantazo" y está convencida de que "podíamos haber muerto". Otro día, le dejó una supuesta nota de suicidio. En diciembre, tras una discusión, le envió a un amigo esos mensajes de "si puedo los liquido". Fue la gota que colmó el vaso, Ana pidió ayuda y finalmente acabó en el Centro da Información á Muller (CIM) y denunciando ante la Policía.
"Mirando hacia atrás, que se marchara a clubs de mujeres cada semana y que los impagos ascendiesen a seis cifras no era lo peor, lo peor era cuando estaba en casa"
Cuando acudió a la Comisaría, le dictaron una orden de protección y él ya solo regresó a casa un día acompañado de un policía para recoger sus cosas. Era febrero de 2022 y ella y sus hijos "pudieron descansar por primera vez en meses".
Poco sabía ella que no todo se acababa ahí. Hasta septiembre de ese año él no firmó los papeles del divorcio, en el último momento para aumentar el sufrimiento de ella.
Esa Justicia en la que ya no confía prorrogó su espera y hasta julio de 2023 el Juzgado de lo Penal número 4 de Pontevedra no dictó sentencia. A su marido le condenaron, pero esa sentencia, con la que él se conformó, reconociendo los hechos, ni siquiera recoge todo lo que ella había denunciado. También incluía el volantazo y no se menciona.
También cree que la Justicia no le ha hecho el caso suficiente a su caso porque, meses antes de separarse, empezó a notar episodios sospechosos en los que intuía que él "intentaba envenenarme" con sustancias de todo tipo. Un día dejo la infusión en la mesilla y, cuando regresó y la bebió, notó un olor fuerte y, al probarla, le abrasaba la boca. Se quedó dormida y, a la mañana siguiente, llevó a analizar el líquido.
Un laboratorio detectó acetona, isopropanol, tolueno o trimetilbenceno, pero ese informe nunca fue tenido en cuenta. "¿Cómo llega un informe al juzgado con esas pruebas de que me pudo envenenar y queda ahí? Nadie hizo nada", se queja.
Es la historia de su vida. Su marido hace de las suyas y nadie hace nada para evitarlo. Le dejó impagos en el Concello de Pontevedra por 1.122 euros, multas que desconocía y, sumado a todo eso, las notificaciones de juzgado para el juicio a su ex marido le llegaron a su casa. Igual otras notificaciones de Hacienda o del juzgado.