27 Kilos de inocencia

11 de febrero 2020
Actualizada: 18 de junio 2024

Silbur no mira directamente a la cámara que lo enfoca. No parece sentirse muy seguro en medio de tanta atención mediática, pero el fotógrafo ha sabido captar la mezcla de curiosidad y desconcierto que transmiten sus enormes y redondos ojos negros

Silbur no mira directamente a la cámara que lo enfoca. No parece sentirse muy seguro en medio de tanta atención mediática, pero el fotógrafo ha sabido captar la mezcla de curiosidad y desconcierto que transmiten sus enormes y redondos ojos negros.

Silbur es una cría de león marino que apareció casi al mismo tiempo que el Año Nuevo en el puerto de Burela. Se encontraba mal, deshidratado y con lesiones, así que no quiso volver al mar. Buscó ayuda y la encontró en el establecimiento veterinario de la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños, en Nigrán.

Su evolución fue favorable y ahora afronta una segunda etapa de recuperación en el Instituto Galego de Formación en Acuicultura (Igafa) donde le acomodarán en un tanque exterior hasta que esté en condiciones de volver al mar.

El pequeño cetáceo devolverá de alguna manera la ayuda recibida, porque el centro realizará actividades formativas para su alumnado, aprovechando la oportunidad de observar el comportamiento de un ejemplar de esta especie desde la cercanía.

Silbur trae para el 2020 una buena cantidad del sentido común, el menos común de los sentidos en la especie humana, y sin ninguna lista de propósitos, nos enseña el valor de pedir ayuda cuando hace falta, de medir las propias fuerzas y de saber esperar con paciencia el momento adecuado. Sabe bien que descansar cuando se necesita no es de cobardes si no de sabios y que hacer un alto en el camino no es rendirse.

Silbur no entiende de prisas ni de compromisos, ni tiene la necesidad de demostrar constantemente que puede con todo. Seguramente entiende poco de lo que le está sucediendo últimamente, pero observa con calma, desde la tranquilidad de su convalecencia, sin desesperarse, sabiendo que tarde o temprano llegará al mar. No tiene ya la compañía de su madre ni del resto de la manada, pero su instinto le ha llevado a buscar la fuerza de otra comunidad, aunque sea de una especie distinta, para poder seguir su camino.

Son los animales los que nos recuerdan que venimos al mundo para ayudar y ser ayudados, para, con nuestras acciones, dejar el planeta un poquito mejor de lo que lo hemos encontrado, cuidándonos, dejándonos cuidar y cuidando lo que tenemos alrededor.

La capacidad de habla, la forma más sofisticada de comunicación, además del hecho de haber llegado a caminar erguidos, es lo que nos sitúa en la cima de la pirámide evolutiva y, sin embargo, un pequeño león marino ha logrado convocar a fotógrafos y redactores de prensa. Ante ellos, y solo con abrir sus enormes ojos, despierta los nuestros, para que no nos concedamos más importancia que la justa. Que hayamos tomado el mando del mundo no significa que podamos hacer lo que nos dé la gana con él.

Silbur nos trae también mucha esperanza en el año que ha empezado porque el hecho de que le hayamos cuidado, de que vuelva a respirar y a dejar de sentir dolor nos hace pensar que realmente esa evolución nuestra ha servido para algo más que para crear una sociedad en crisis crónica, que vive de espaldas a la Naturaleza, bajo la amenaza constante de quiebras bursátiles, guerras, nuevos virus y el imperio de la tecnología sobre el hombre, que se ha vuelto paradójicamente más inseguro dentro la seguridad que ha ido creando, incapaz de tomar sus propias decisiones en un entorno cada vez más mediatizado y controlado por las grandes empresas que, junto con la banca, son quienes parecen tener la última palabra

A pesar de todo ello, mientras sigamos interesados en salvar a criaturas como Silbur, con su metro y diez centímetros de longitud y sus 27 kilos de pura bondad, mientras su historia ocupe un trocito de periódico, aunque sea rodeado de grandes titulares dedicados a otros asuntos considerados importantes, mientras esa carita con bigotes mojados y ese cuerpecillo regordete de grandes aletas zigzageantes asomen en una foto, y algún lector le conceda un minuto de su tiempo, en tanto en cuanto pensemos que merece la pena preservar toda esa inocencia, no lo habremos perdido todo.

El mundo al que Silbur ha llegado dando un toque de atención que ha encontrado respuesta, ese mundo que es capaz de sentir todavía compasión por una criatura viva que sufre, ese, es el que a mí me vale.