Una de las profesoras que trabajan en la academia donde enseño Inglés pasó ayer por una de las experiencias más duras que se puede atravesar: el suicidio de un amigo. Ella tiene veintipocos años y aún está aprendiendo a vivir.
Lo primero que les pregunto a los profesores y también a los alumnos, a diario, es cómo se encuentran. "How are you today"? Eso que nos enseñan a repetir en nuestras primeras clases de Inglés como si fuera una fórmula matemática y a contestar de igual manera sin que el contenido de la respuesta importe demasiado. Pero sí importa: cada clase será distinta dependiendo de la respuesta, porque cada día es distinto para nosotros. Por mucha fortaleza que tengamos dentro, lo que pasa fuera, nos afecta.
Lo único que pude decirle a mi compañera fueron dos cosas que en su día me ayudaron cuando sufrí una experiencia similar a la suya: "Habla de ello todo lo que necesites" y "No te culpes ni busques culpables".
La primera va a resultarle difícil porque, en un mundo en el que todos vamos a morirnos, no se habla de la muerte hasta que sucede. Como si no formase parte de la vida. Como si prepararse para ella no fuese necesario. Como si silenciarla la hiciese desaparecer.
Si ya nos resulta difícil hablar de ella en general, cuando la muerte de alguien llega provocada por él mismo nos quedamos mudos. Porque el suicidio, aun siendo la primera causa de muerte en nuestro país, por encima incluso de los accidentes de tráfico, a los que ha llegado a duplicar en número, sigue siendo un tema que produce apuro tocar. ¿Cuántas campañas para prevenir accidentes en carretera han visto ustedes? ¿Y cuántos programas informativos o debates serios sobre el suicidio?
Las enfermedades mentales también son un tema incómodo de conversación. Antes aceptamos tener la peste bubónica que un trastorno mental. Aunque prácticamente todos vayamos a sufrir alguno en mayor o menor medida y duración, al menos una vez a lo largo de nuestra vida.
El segundo consejo que di a la joven profesora también va a resultarle difícil de seguir porque todo lo humano pasa por poder echar la culpa a alguien cuando ocurre una desgracia. Empezando por nosotros mismos, flagelándonos con preguntas: ¿Cómo no me di cuenta? ¿Habría podido hacer algo más?, y un largo etc. Luego pasamos a los demás: los médicos que han atendido al enfermo, la familia, los amigos...
Como si tener un chivo expiatorio aliviase el dolor.
La salud mental es la hermana fea del Sistema Sanitario. La patata caliente. El dolor silencioso de muchos enfermos y sus familias.
El amigo o amiga de mi compañera sufrió una recaída (a falling back) en su enfermedad después de habérsele retirado la medicación. Estaba a aparentemente bien. Pero nadie sabe por qué su mente reaccionó así.
Hay dos corrientes enfrentadas en cuanto al uso o no uso de fármacos en esta cuestión y no parece fácil encontrar un término medio.
En psiquiatría son frecuentes tanto los excesos de medicación como el no uso de ellos e incluso una retirada prematura de las pastillas, como le sucedió a la amiga de la profesora. Porque las mejorías en este terreno son engañosas. Porque en realidad nadie sabe con exactitud qué sucede durante el periodo en el que el cuerpo y la mente se habitúan y posteriormente se deshabitúan al tratamiento.
No es culpa de nadie, ni de los médicos, ni del paciente. Simplemente sabemos muy poco y necesitamos más investigación al respecto. Más información. Más conocimiento y más interés por parte de toda la sociedad.
La salud mental es tanto o más importante que la física pero en este país todavía se sigue buscando un psicólogo, ya no digamos un psiquiatra que tenga puerta de atrás en la consulta. Para que nadie nos vea entrar ni salir. En este y en otros, porque el suicida (ya solo la palabra suena como un insulto) no era en el caso que nos ocupa, español.
Nadie tiene la culpa de que otra persona decida quitarse la vida. Lo que sí tenemos es la responsabilidad de hacer todo lo que esté en nuestras manos para que las personas en riesgo de hacerlo estén bien atendidas, tanto a nivel médico como social. La responsabilidad de no callarnos cuando alguien sufre. Porque nadie sufre queriendo. Y es ahí donde nos toca a todos arrimar el hombro, porque aunque pensemos en ciertas cosas como algo ajeno, las estadísticas las formamos todos.
Quizá algún día se empiece a llamar al suicidio por su nombre en las noticias y deje de hacerse referencia a él como "muerte cuyas circunstancias no trascienden".
Al acabar estas líneas me he enterado de la muerte de Dolores O’ Riordan, cantante y alma del grupo de rock irlandés The Cramberries. Su particular voz, entre desgarrada y dulce, fue la banda sonora de muchas noches para los que fuimos sus contemporáneos. Dolores padecía un trastorno bipolar. Tenía solo 46 años y tres hijos. Fue hallada muerta en un hotel y su representante no ha especificado las causas de su repentina muerte.
Siempre ha de respetarse la privacidad de las personas y nuestro expediente médico forma parte de lo privado. Pero esa reserva debe hacerse como método de protección, respetando la voluntad del paciente y por motivos ajenos al miedo a ser censurados por los demás.
Los ataques de pánico, la depresión, el trastorno bipolar existen: tienen diagnóstico, tratamiento y cura y nadie debe sentirse más avergonzado por padecerlos que cuando tiene una migraña. No está obligado a hablar de ello si no quiere, pero si es su deseo, debería tener la opción de hacerlo y sentirse comprendido en lugar de avergonzado.
Escribir SUICIDIO con todas las letras puede ser un primer paso para hacerlo visible y así llegar a conseguir la atención necesaria para su posible prevención.