No se puede contar la cantidad de veces las veces que habré enviado por redes el fotograma de Ralph Fiennes, caracterizado como el director del campo de concentración de Plaszow Amon Göth en “La lista de Schindler”, mirándose en el espejo, que toca con dos dedos, mientras musita “te perdono”. En la obra maestra de Spielberg hace esto porque Schindler le ha convencido en una noche de juerga de que el verdadero poder está en perdonar, no en matar. A Göth la magnanimidad le dura instantes, pues al poco dispara al desdichado de Lisiek por no haber sido capaz de limpiar unas pequeñas manchas en su bañera, porque, como el escorpión que monta sobre la rana que cruza el río, estaba en su naturaleza.
Sobre el perdón y sobre la amnistía se están escribiendo tantas cosas ya que exceden de lo razonable y sosegado y se ha hecho con tanta antelación a conocerse los términos escritos de su propio planteamiento, que me van a permitir despreciar toda opinión o debate hasta la fecha, por adolecer de falta de rigor o, peor, obedecer a intereses partidistas.
Así pues, me detendré, sin embargo, en los disturbios -sí, disturbios- instigados, promovidos y jaleados por la derecha y ultraderecha española (a lo Radio Télévision Libre des Mille Collines), con epicentro en Madrid pero con reflejo en mil lugares más, también Pontevedra, no lo olvidemos. Y es que en ellos hay algo que me resulta especialmente sangrante, que va más allá de la expresión de la frustración de la derecha y su rabia por no conseguir gobernar este país e imponer su España.
El quid es mucho más grave: estamos ante las protestas por una posible amnistía por parte de verdaderos amnistiados, que han venido a demostrar en sus actos de queja esta condición. Así hemos visto con estos ojitos simbología, consignas y cánticos franquistas y perifranquistas; es decir, hacer uso y abuso de la amnistía que fue para los herederos de los mandos de la dictadura el periodo que significó la Transición. De entonces y de aquel espíritu mitificado viene que permanezcan (porque nunca se fueron) hoy en el Ibex, en la prensa, en la Administración, en la judicatura y ahora también en las calles, que creen suyas por derecho divino. Gozando sin remordimiento alguno de que, por un bien común, por la concordia y por pasar página, se les amnistió y no se les pidieron cuentas, como sí se hizo en otros países.
Renunciar, como ha renunciado el PP a un proyecto para el País Vasco y Cataluña a cambio de ordeñar las más bajas pasiones en la España vaciada, así como adoptar su dialéctica y pactar con ellos con tal de obtener poder los ha envalentonado, al punto que se echan de menos ya voces conservadoras moderadas, no abandonadas a lo ultramontano: ni una voz discordante ha habido, recuérdenlo cuando toque recapitular.
Decía Calderón de la Barca que “vencer y perdonar es vencer dos veces”. Por eso estaré a favor de que se les amnistíe a ellos también, igual que a los catalanes, por hechos lamentablemente análogos ya, por mucho que no me hayan gustado ni los unos ni los otros. Por mucho que sepa que volverán a las andadas, porque está en su naturaleza.