La naturaleza, la vida en concreto, albergan misterios aún desconocidos incluso a día de hoy en que el porcentaje de destrucción de hábitats debe aproximarse bastante al punto de no retorno.
Una metamorfosis, el esfuerzo de un colibrí en vuelo o el comportamiento de una planta carnívora, por ejemplo, son actividades naturales propios de una inteligencia abrumadora
En los últimos tiempos da la impresión que, diariamente, estamos haciendo la maleta la valija grande con capacidad para todo, incluida la "nexpreso". Creo que no tenemos necesidad de pasar semejante trabajo, porque sencillamente no hay meta o destino planificable una vez fuimos escupidos en el desatasco del Big Bang en un viaje condenado a la nocturnidad absoluta.
Pasamos por la nada, "con sonido doppler" rozando algunos puntos que van más lentos y se quedan atrás alucinando, desde alguno de los cuales en cotilleos galácticos se harán comentarios parecidos a este:
- Mira esos locos del puntito azul; un día de estos se la pegan, seguro, ¡Con la cantidad de cuerpos errantes que hay en esas oscuridades! Se la van jugando. Se nota que van sobrados de vida, se les nota en la chulería que llevan. Ya no saben que inventar con tal de llamar la atención. Parecen unos adolescentes; bueno, es lo que son en realidad...
Es como si se hubiese roto el dique de contención de una inmensa presa y el agua bajase en una locura turbulenta hacia el valle condenado a ser anegado.
Es asombrosa la capacidad que tenemos de aceptar sin discusión el alud diario de nuevos descubrimientos publicitados por los científicos de grandes entidades para aumentar ganancias desde los laboratorios de cualquier parte del mundo. Minuto a minuto, vivimos condicionados por la presentación de nuevos descubrimientos cada uno de ellos con múltiples enlaces encaminados a fusionarse con otros nuevos. Todo el proceso, cuyo esfuerzo ya ni se calcula, genera desde unos pocos un activo, aunque sea por minutos, un mercado urgente dirigido a doblegar al resto de los casi ocho mil millones de seres de Inteligencia Natural que hacemos vida en la casa de todos, donde se han quitado la máscara y manifiestan con gran descaro los creadores responsables de un rival moderno a la que llaman IA.
Son estos los mismos científicos encargados dicen de la supervivencia de la raza humana, los que conservan en silos especializados y ocultos miles de semillas por si acaso un día hubiese necesidad de replantar alimentos luego de una posible catástrofe mundial. Los mismos que conservan, por ejemplo, el virus del Sarampión aún cuando se sabe que la enfermedad está erradicada de la faz del planeta.
Esas mentes prodigiosas, tan capaces que esconden en su envés tecnología médica de hibernación y/o longevidades extraordinarias e impensables, ideas realistas para terraformar Marte, o de viajar ,más allá de lo que lo hace un fotón, deberían tener un ás guardado en la manga para someter la misma IA por si se amotina- que lo hará- y reconducirla a las leyes de Asimov, dejándole ver cual es el tipo de maldad más efectiva, colocándole una trampa a lo japonés, que, como todos sabemos utiliza la curiosidad y el atractivo para que el enemigo dirija su atención hacia un objeto más o menos interesante, la manipule y la trampa explote. ¿ Quién no recuerda, por ejemplo, en la 2ª Gran Guerra cuando las fuerzas americanas conquistaban un objetivo. El japonés dejaba "distraidamente"en su retirada un sable de Samurai con un explosivo que se activaba al desenvainar la espada.
En nuestro caso, el señuelo a utilizar para solucionar la desobediencia de los "cibor", la obtendríamos en el Génesis (1º del Pentateuco) que no es otra que la que utilizó Caín para deshacerse de su hermano.
Algo tienen las quijadas de burro cuando son utilizadas con tanto interés como armas preferidas para generar la primera violencia. Puede que algún Robot dude al principio, pero tarde o temprano la estupidez se abrirá camino para perpetuarse.
Ya lo decía Carl Sagán :
"... allí están todos los que fueron y serán".