Al acabar este primer trimestre de curso, me cuenta una madre que su hija adolescente se está esforzando muy poco. Que podría sacar mejores notas y ayudar más en casa pero que la chica cree que todo le cae del cielo. Y esto viene siendo ya una queja habitual.
El abuelo de otros alumnos me dice que le parece una locura el "tour" que hacen sus nietos, recogiendo regalos en casa de todos los familiares, además de los que les dejan los Reyes Magos en la suya. Entiendo y comparto la preocupación de ambos, madre y abuelo.
El fin del primer trimestre coincide con el comienzo de la Navidad y la mayoría de los niños y sobretodo muchos adolescentes tienen, a mi modo de ver, un buen lío en la cabeza.
En este afán posmoderno de borrar todo rastro de Cristianismo de los cerebros jóvenes como si eso les librara de todo mal y no fuese una parte también de la cultura de los pueblos hemos olvidado que quizá la historia del niño que nació en un establo rodeado de sus padres sólo con el calor de un buey y una mula pueda servirles de reflexión sin caer necesariamente en el adoctrinamiento ni robarles su libertad de pensamiento. Jesús tuvo solo tres regalos: Oro, incienso y mirra. Y punto. Y a sus padres les costó Dios y ayuda, valga más que nunca la expresión, encontrar un sitio donde cobijarse.
Tanto consumimos los mayores, sobretodo en estas Fiestas, adelantadas por el Black Friday, otro fenómeno importado, que hemos traspasado ese exceso a los niños.
En psicología se habla desde hace unos años, por estas fechas, del Síndrome del niño hiperregalado: Los pequeños tienen tal cantidad de regalos que acaban aturdiéndose, no sabiendo ni por dónde empezar a abrir paquetes y los adolescentes creen, como la chica cuya madre hablaba conmigo, que todo, efectivamente y especialmente en Navidad, cae del cielo sin que haya nada que hacer para conseguirlo: ni comportarse bien, ni sacar buenas notas, ni esforzarse. Es una consecuencia que extraen de lo que ven alrededor porque los cerebros jóvenes son muy lógicos.
En la academia en la que enseño Inglés se me ocurrió hacer una clase práctica con niños para que me ayudasen a montar un belén de Playmóbil, que coloco en la entrada sin ánimo de adoctrinar a nadie, para que los niños se diviertan, porque es decorativo y porque para mí tiene significado. Para mí.
Lo hago también porque creo que es bueno, igual que aprenden sobre Santa Claus que en el mundo anglosajón (y también aquí) es quien trae los regalos en Nochebuena y cuál es su nombre en los países angloparlantes, que sepan simplemente cual es el nombre de las distintas figuras que aparecen en el Belén. Se lo pasaron pipa durante la clase y no reflexionaron nada sobre Religión porque ese no era el objetivo. Aprendieron, además del valor de trabajar en equipo, vocabulario nuevo, con la entera colaboración de sus padres que agradezco de corazón, porque previamente les había informado en qué iba a consistir la lección del día.
Suprimir en Navidad cualquier tipo de simbolismo cristiano para que lo niños se eduquen laicos como sus mayores y en cambio permitirles el consumismo más voraz no me parece que esté aportando nada enriquecedor. Se puede ser cristiano sin ser un meapilas. Se pueden comprar cosas sin necesidad de tirar la casa por la ventana, se puede fomentar el pensamiento individual en vez de caer en que "como todo el mundo en su clase lo hace o como todo el mundo en su clase lo tiene" va a ser un friki.
A los niños y también a los mayores nos gusta tener información. A poder ser toda. Sin comeduras de tarros ni filtros de ninguna clase y, en el caso de los niños, necesitan a alguien que los guie para poder separar el trigo de la paja. Si esa guía les falta, se pierden.
Si mezclamos todo, si no les explicamos la Historia de los Reyes Magos, quiénes eran y por qué se regala ese día, ante el miedo de que solo por eso de mayores van a querer ingresar en un convento, pero sin embargo les regalamos igual, les estamos haciendo un lío de tres pares de narices. Le estamos robando una parte de la información. Esto, cuando nos lo hacen a los adultos en otros ámbitos nos fastidia enormemente.
Si renegamos de la Iglesia pero luego nos parece bien que comulguen un día para hacerles una Primera Comunión con más gente que en el Bernabeu un día de derby, no estamos protegiéndoles de nada. Estamos confundiéndoles. Una niña de nueve años me preguntó si tenía que ir "disfrazada" de Primera Comunión. Tenía tal lío encima que debía pensar que era lo mismo que el Carnaval. Y probablemente lo sea para algunos padres pero eso no quiere decir que sus hijos no deban saber distinguirlos.
Queriendo huir del cristianismo como si fuera la peste y continuando uniéndolo irremediablemente a los tiempos oscuros del Franquismo y la represión de los años de la Dictadura , como si esa huida librara al mundo de todos los martirios, hemos caído en las redes del consumismo salvaje. No sé si rezar soluciona algo, pero en todo caso no nos vacía los bolsillos.
Hacer daño en nombre de cualquier religión es de cobardes pero huir de una cosa para caer en otra es de tontos. Lo que hay que ser es libre y para eso cada cual tiene que poder escoger su libertad. Y para poder escoger su libertad necesita tener información.
Saber el origen de las cosas estimula la curiosidad, en la Ciencia y en la vida y nos hace más inquietos culturalmente y eso, creo yo, no es malo.
Nosotros no tenemos por qué pensar igual que nuestros padres y por la misma razón los hijos de quienes son padres de la siguiente generación no están obligados tampoco a pensar igual que ellos.
De la misma manera que la psicología empieza a buscar remedios contra el Sindrome del niño hiperregalado, que suele estar relacionado con el del niño emperador o tirano, la Economía empieza a buscar defensas contra la obsolescencia programada (reducción de la vida útil de los objetos para tener que reemplazarlos enseguida por otros nuevos) y aparecen movimientos como el de la Alargascencia, palabra de nuevo cuño que fomenta la reutilización y el reciclaje con lo que se promueve la protección del Medio Ambiente y el Desarrollo sostenible. La Alargascencia trata de retomar la idea de arreglar lo que no sirve o hemos gastado en lugar de la de, simplemente, usar y tirar. No hace muchos años había personas que arreglaban los paraguas rotos o zurcían las medias. Oficios que hoy día parecen de cuento.
Entendamos en estas Fiestas que Cristianismo no es igual a Iglesia, con la misma naturalidad que entendemos que fútbol no es igual a gran empresa. Enseñemos una parte del simbolismo de nuestra Historia, igual que enseñamos un deporte.
Son buenos momentos para reflexionar sobre el hecho de que todo tiene una parte mala y otra buena, lo mismo que las personas; que quizá el saber que hubo un Niño que nació en un pesebre un 25 de Diciembre no ocupa más lugar que saber cómo se maneja una tablet. Que ambas cosas pueden ser útiles sin que eso tenga que implicar someternos a ellas.
Y también que un ejemplo de austeridad y sacrificio, hecho con todo el amor del mundo y sin imágenes grandilocuentes, quizá, solo quizá, ayude a los jóvenes a aprender algo y a los adultos a recuperar el valor de algunas cosas que hemos ido perdiendo por el camino.