De puño y letra

09 de septiembre 2019
Actualizada: 18 de junio 2024

En casa, la lavadora parece que no trabaja bien, no vierte agua como le pasó a la anterior, pero tiene unos significativos ruidos, como si algo rozase durante el proceso de centrifugado

En casa, la lavadora parece que no trabaja bien, no vierte agua como le pasó a la anterior, pero tiene unos significativos ruidos, como si algo rozase durante el proceso de centrifugado. Hemos revisado el interior en la medida en que lo pueden hacer unos profanos en el conocimiento de estos chismes, por si acaso hubiese algún objeto surgido de un bolsillo mal revisado, pero no encontramos nada. Cruzamos los dedos para que, lo que sospechamos no ocurra. El aparato, "Made in Germany", adquirido en un comercio reputado, tiene poco tiempo, aunque, eso sí, en casa, al utilísimo invento se le da caña diaria por encima de la media y, posiblemente, en su breve vida haya hecho ya el trabajo completo para el que viene destinado, entrando, de esta manera, en el periodo de la obsolescencia programada que determina la duración de tantos aparatos, la mayoría electrodomésticos, adquiridos para minimizar esfuerzos y ganar tiempo, que se van, impecables por fuera cuando cascan y te traen uno nuevo, llevándose con ellos tu insatisfacción e impotencia al pensar, seguro que acertadamente, que la avería es una chorrada a la vista de cómo va al desguace el aparato en su aspecto general. Opino que los fabricantes de estos objetos tendrían que programar la obsolescencia también al aspecto exterior del aparato, para que la pena por el óbito estuviese más equilibrada y permitiera entender que sí, que ya le había llegado la hora.

-Míralo, -diríamos al ver como se lo llevaban -pobrecito. ¡Qué mala cara lleva!

La obsolescencia es, normalmente, el disfraz con el que despachamos de una forma lo más digna posible un objeto físico que nos ha servido durante un tiempo. Cuestiones del mercado enloquecido que es capaz, por ejemplo, de colocar un spa en la cima del K-2. Pero su ámbito de acción la lleva a ser una "enfermedad" contagiosa que atañe también a pensamientos, conceptos, modas, palabras… que quedan relegados a simples usos pasados.

Algunas de estas ignorancias tienen su importancia, tales como la eliminación definitiva de la viruela, aunque nunca se sabe. El abandono de otras plantea siempre la incertidumbre de haber tomado o no la decisión correcta, como, por ejemplo, el destierro del código morse (al tiempo). En este último grupo yo metería el carteo interpersonal mano a mano, cartero a través, claro, de buzón, al más viejo estilo epistolar, de contenido manuscrito, sobre y franquicia lo más variada posible, lo que implicaría la obligatoriedad moral de la escritura manual, de pulso, con pluma y tintero, más que nada por aquello de dejar al destinatario el trazo comprometedor de un "te quiero" en el dibujo epistolar de un lenguaje más definido y natural.

¿¡Cuánto hace que no escribo una carta a alguien al viejo estilo!? y, por consiguiente, ¿¡cuánto hace que no sufro la espera de una respuesta¡?

Hemos quitado emoción a lo esperado, pero recurriendo, aunque sea un poco a esencias renacentistas, aun hay tiempo para lo inesperado. Tenemos que recuperar algunas cosas como esta si no queremos caer en la agrafía crónica. Una carta manuscrita, despierta nuestro sentido pericial personal y en su análisis conoceremos de primera mano la veracidad de su contenido. Claro que habéis intuido a qué tipo de carta y remitente me refiero.

Probemos pues, de inmediato, con esa persona que todos tenemos en mente. Aunque el medio utilizado no se preste, que sí podría ser. A modo de ejemplo, podríamos comenzar así:

 

Mi querida/o compañera/o:

A esto que tienes en tu mano, le llaman carta y sirve para volcar en ella todo aquello que sentimos. Créeme si te digo que es una manera de hablar en la distancia muchísimo más humana que un email, porque tiene los rasgos periciales de la involuntariedad de mi pulso tan subordinado a mi corazón. En su lectura, conocerás mis facultades intelectuales, mi fuerza de voluntad e incluso mi moral. Por tanto, pasada tu sorpresa al encontrarte con este "nuevo" medio de comunicarnos y hallas leído lo anterior, sé que apreciarás esta mi iniciativa y hagamos de ella la base de nuestros encuentros a distancia, e incluso servirnos de ella aunque nos veamos con frecuencia.

Olvídate del tiempo. La inmediatez no sosiega y en ella tienen su caldo de cultivo la mentira y la irreflexión. Déjate llevar por la calma cuando tu mano avance lenta manejando el trazo de tus palabras. Sentirás que tu corazón late más fuerte y desearás, cada vez, decir más y más cosas.

 

P.D. ¡Ah!, no te preocupes si olvidas algo porque al final siempre tienes la P.D.

Tuyo/a, afectísimo/a

 

( Por aquí, más o menos, iría la firma)