En peligro (I)

17 de diciembre 2013
Actualizada: 18 de junio 2024

Ocurrió poco después de las ocho de la tarde. Kabalcanty escribía en el portátil sobre la mesa de la cocina y yo leía el "Suttree" de McCarthy cuando sonó insistentemente el timbre del portero automático. Ana, visiblemente alterada, nos comunicó que Ramón Ruiz nos esperaba en la calle por algo de suma importancia. Kabalcanty tiró de sombrero y yo cogí al vuelo una cazadora y me calcé unas deportivas viejas. Nada más abrir el portal, Paco, el de la farmacia de los bajos de mi bloque, dentro de una gabardina con el cuello subido, se nos encaró ante una muchedumbre que se hizo muda al vernos salir.

- Esta farsa de barrio tenía que terminar mal -nos espetó Paco, señalándonos repetidamente con el dedo índice- Tanto cuento venido de un poetastro de medio pelo tenía que traernos la ruina a todos. Pero esto, por mi parte, no va a quedar así. ¡De ninguna de las maneras!

Ramón Ruiz se interpuso entre su colega y nosotros. Estaba sudorosa su cara redonda y se tuvo que quitar las gafas antes de hablar para secarse el puente de la nariz. Baldomero, secándose las manos con el paño, Celestino y el Luis, Sebas, el de las quinielas, Pepe, el mecánico, Doña Pura y Maruja, la dependienta al servicio de Paco, la cual miraba asustada y a hurtadillas a Baldomero, entre otros más, se agolpaban expectantes frente al portal.

- Al otro lado de la bruma -comenzó Ramón tomando aire- está la policía pidiendo que desalojemos el barrio. Dicen que si a las nueve no hemos salido por nuestro pie, entrarán avenida arriba. Sara ha cerrado la farmacia y está dentro, si hay algún movimiento me llamará al móvil. ¿Qué hemos hecho, K? ¿A quiénes persiguen, Jesús?

Miré a Kabalcanty con complicidad y se llevó la mano al ala de sombrero como acatando una orden.
- Vecinos: todos al bar hasta que pase la movida. Aquí hace un frío del carajo. -manifestó K. con timbre imperioso, empujando a la muchedumbre al interior del bar Prieto.
- La repanocha -musitó Celestino
- Las de Torcuato -repuso el Luis.
- Echo mano de la recortada; ¡me cago en la madre que parió a peneque!- exclamó Baldomero, entrando por la puerta de su negocio.
- Maruja ¿y la farmacia? -interrogó Paco, antes de que su empleada entrara al bar.
- Cierre usted, Don Francisco, que yo estoy muerta de miedo.
- ¡Y si no yo le cierro  la boca con la mano abierta entre los dientes!

Baldomero había vuelto a salir hecho una furia para encararse con el boticario. Cogió por los hombros a Maruja al tiempo que desafiaba con sus ojos acuosos al otro.
- ¡Gentuza bolchevique! -exclamó con asco Paco, perdiéndose en su negocio.
- Tío cagalindes -puso el punto final Doña Pura entre un resquicio de la puerta del bar.

El frío de la noche Diciembre nos cortaba la cara avenida abajo a Ramón y a mí. Los diez minutos escasos los descendimos en silencio, sólo roto por el chasquido de mi mechero al prender un pitillo.

"Están rompiendo todas las leyes de la convivencia. Estamos en una ciudad de convivencia democrática, de valores inquebrantables forjados en la unión cívica de sus ciudadanos y nada, ni nadie puede hacer valer sus creencias secesionistas y levantar un gueto ajeno a la realidad constitucional. La ficción es una rebeldía atávica que sólo trajo desgracias a los que se acogieron a ella. Atenta contra la convivencia pacífica de  todos los conciudadanos, fieles y respetuosos con el gobierno de la comunidad autónoma y de la nación. Les rogamos encarecidamente que depongan su actitud y que el barrio de Carabanchel vuelva a ser uno, tal y cómo la historia, y la normativa territorial vigente, dispone."

Al otro lado del velo neblinoso, al lado de la farmacia de Ramón, se escuchaba esta oratoria pregrabada. Seguidamente otra voz, esta de empuje firme y en vivo, amenazaba con los minutos que restaban para actuar. "Les quedan a ustedes quince minutos para que las fuerzas de seguridad desalojen el barrio."

Le convencí a Ramón para que se metiera en su farmacia junto a Sara. "Te estará echando de menos. Tú aquí nada tienes que hacer." Le dije, encaminándole a la botica.
- Contéstame a una pregunta como si fueras un hermano, Jesús.- habló, ataviándose con una concentrada seriedad- ¿Sólo somos personajes?

Me tomé unos segundos encendiendo un cigarrillo para moldear una respuesta.
- Todos sois yo, yo soy vosotros -dije, simulando convencimiento - Ni vosotros ni yo somos nada solos, Ramón. Nada. Juguetes abandonados en un rincón.

(continuará)