¿De qué me están hablando?

26 de abril 2025

Cada día nos encontramos con más palabras que no pertenecen a nuestro idioma, pero que asumimos sin filtro: streaming, coaching, wellness, mindfulness, delivery, startup, pitch, community manager, y una lista que no para de crecer

Últimamente me pasa algo que no me esperaba. Me gusta leer la prensa escrita, seguir la actualidad, mantenerme informado… pero cada vez me cuesta más entender lo que leo sin tener el teléfono móvil al lado. No para distraerme, sino para poder consultar en Google el significado de palabras que se han vuelto frecuentes, pero que no forman parte del vocabulario común: anglicismos, tecnicismos, siglas y neologismos que aparecen por todas partes. CEOes solo uno de ellos, pero quizá el más representativo.

¿Qué fue del director general, del gerente, del consejero delegado? Ahora todos los medios —y también las propias empresas— hablan de CEO, sin que nadie se detenga a explicar qué significa o qué función exacta cumple. Se da por hecho que todo el mundo lo sabe. Pero no todo el mundo lo sabe, y tampoco todo el mundo tiene por qué saberlo. Y, sin embargo, el uso del término se ha impuesto con tal naturalidad que el equivalente en español parece haber quedado obsoleto, como si ya no estuviera a la altura del presente.

Hay varias razones que podrían explicar esta tendencia. Por un lado, el inglés se ha consolidado como la lengua global de los negocios, la tecnología y la comunicación internacional, y muchos modelos organizativos nacen en contextos donde esos términos son habituales. Por otro, decir CEOsuena moderno, ambicioso, dinámico, casi como un título de prestigio. Tiene una fuerza simbólica que parece eclipsar al sobrio "gerente" o "director ejecutivo".

También hay un componente de uniformidad: el español tiene distintas formas de nombrar ese cargo según el país —director general, gerente, presidente ejecutivo, consejero delegado—, mientras que CEOactúa como etiqueta única y funcional. En redes sociales o en entornos digitales, además, ese tipo de siglas triunfan por su brevedad y su impacto. Y en el fondo, muchos términos se imponen simplemente por eso: porque caben mejor en un tuit.

Lo que me preocupa no es solo el término, sino el proceso. Porque el caso del CEO es solo la punta del iceberg. Cada día nos encontramos con más palabras que no pertenecen a nuestro idioma, pero que asumimos sin filtro: streaming, coaching, wellness, mindfulness, delivery, startup, pitch, community manager, y una lista que no para de crecer. Y lo más curioso es que esto ocurre en un momento en el que se promueve, con toda la razón, la protección de las lenguas vernáculas como forma de preservar nuestras culturas. ¿Cómo puede ser que nos esforcemos por proteger el catalán, el euskera o el gallego, y al mismo tiempo dejemos que el español se disuelva poco a poco en una jerga importada?

No se trata de rechazar por sistema todo lo nuevo ni de cerrarnos al mundo, ni mucho menos de confrontar con el inglés, que tiene su lugar y su valor. El idioma evoluciona, se enriquece con préstamos de otras lenguas, y eso es natural. Pero otra cosa muy distinta es aceptar sin cortapisas una avalancha de anglicismos cuando existen equivalentes en español que son perfectamente válidos, precisos y comprensibles. ¿Por qué decir streamingen lugar de "emisión en directo"? ¿Por qué hablar de mindfulnessen vez de "atención plena"? ¿Por qué ese afán por sustituir lo propio por lo ajeno, como si nuestro idioma fuera menos válido o digno?

Basta con pasear por una calle comercial para sentirse extranjero en la propia ciudad. Las cafeterías, peluquerías, tiendas de ropa o de cosmética se llaman ahora SkinLab, UrbanMood, Green&Glow, TheRoomo MindfulCoffee. No sabes qué venden hasta que te asomas al escaparate. Se ha instalado la idea de que si no hablas en inglés, no eres competitivo, ni moderno, ni relevante. Pero a veces lo que se gana en apariencia, se pierde en comunicación. Y no todo el mundo se siente cómodo en esa lengua. Ni falta que hace.

Yo sigo creyendo en el poder del lenguaje claro, directo, en la belleza de llamar a las cosas por su nombre en nuestra propia lengua. Porque cuando dejamos de hacerlo, no solo empobrecemos el idioma, también excluimos a quienes no están dentro del círculo. El lenguaje debería unirnos, no separarnos.

No es nostalgia, es sentido común. Y también, una pequeña forma de resistencia cultural. Hablar claro no es mirar al pasado, es defender el derecho a entender el presente. Y hacerlo con palabras que nos incluyan, que nos representen y que sigan siendo nuestras.

Hablar claro es, también, una forma de cuidar la convivencia y la igualdad. Porque una ciudadanía que no entiende lo que se le dice es una ciudadanía más vulnerable, más manipulable y menos libre. Y porque cada vez que dejamos de nombrar el mundo con nuestras propias palabras, dejamos también de pensarlo con nuestra propia voz.