In-Comunicados

31 de enero 2018
Actualizada: 18 de junio 2024

La semana suele ser bastante intensa y el móvil se ha convertido para mí en un instrumento de tortura necesario que me hace dudar sobre si tengo o no tendencias masoquistas.

La semana suele ser bastante intensa y el móvil se ha convertido para mí en un instrumento de tortura necesario que me hace dudar sobre si tengo o no tendencias masoquistas.

Los teléfonos siempre me han gustado mucho. De niña, corría a cogerlo en cuanto sonaba y mi adolescencia transcurrió pegada a uno, el de aquel entonces fijo, para tratar cuestiones importantísimas propias de esa edad con amigos especiales, del tipo: -Cuelga tú -; - No, tú primero - y entablar profundas conversaciones sobre qué hacer con las hombreras, en aquellos años 80.

Lo nuestro con el teléfono era, como tantas otras, una relación sin sentido común porque las charlas solían tener lugar inmediatamente antes o después de encontrarnos en persona. Reconozco ahora que mis padres habrían actuado muy sabiamente obligándome a pagar una parte de aquellas facturas en las que las tarifas planas eran un sueño muy lejano.

Mi primer móvil me hizo una ilusión enorme. Lo tuve tarde pero enseguida me convertí en carne de whatsapp, inducida por una queridísima amiga que, como todas a las que quieres tanto, suelen ser una nefasta influencia totalmente correspondida y que nos llenan de orgullo mutuo. Nuestra alegría aumentó varios niveles con la aparición de los emoticonos que hicieron de nuestra juventud una adolescencia eterna.

Sin embargo empecé a perder afición a este instrumento que tan buenos ratos me había hecho pasar cuando la libertad, que es mi bien más preciado, se vio amenazada con mi inclusión voluntaria, y a veces impuesta, en grupos de whatsapp sorprendentemente activos a cualquier hora del día, videos, felicitaciones en cadena, etc, manifestaciones todas ellas que se vuelven especialmente virulentas en fechas señaladas como Navidad.

También contribuyó a mi incipiente relación amor- odio con el móvil, su uso social indiscriminado. A este respecto recuerdo una cena de Navidad con un grupo de amigos y conocidos en que una amiga me contó que su compañera de mesa, a la que acababan de presentarle, se limitó a intercambiar unas cuantas palabras con ella para luego dedicar el tiempo muerto entre plato y plato a emular a Celia Villalobos jugando al Candy Crush. La buena disposición de mi amiga para conocer gente nueva y el espíritu de paz y amor propio de las fechas se vieron considerablemente mermados. Y es que mención especial merecen esos momentos en la mesa en que el móvil se coloca como un cubierto más.

Los manuales de etiqueta deberían actualizarse con recomendaciones para el uso del móvil y demás aparatos como Iphones, especialmente en lugares públicos. No obstante, si esto no ha conseguido hacerse con el uso del paraguas (otro instrumento que carga el diablo) y que en días lluviosos causa mil y una retenciones, accidentes y demás problemas derivados del "tráfico peonil", incluidos ataques de nervios e insultos varios, soy bastante pesimista en cuanto al éxito de un manual para uso adecuado del móvil y reproductores de música.

Antes acabarán las ciudades adaptándose al nuevo fenómeno como ocurre ya en Japón o Estados Unidos en los que hay carriles especiales en las calles e incluso escaleras mecánicas en algunos centros comerciales especialmente habilitados para quienes en su campo visual solo tiene cabida la pantalla del móvil.

Mi semana ha estado plagada de desencuentros amistosos debido al móvil y al I-phone. Dos personas a las que no veía desde hace tiempo pudieron saludarme apenas en la calle. Una de ellas iba hablando por el móvil en una de esas conversaciones que se hacen imposibles de interrumpir aunque te encuentres a tu madre. Luego como persona agradable que es (y lo digo sin ningún tipo de ironía) utilizó ese mismo móvil para enviarme un whatsapp disculpándose por no haber podido pararse.

En el segundo caso, fueron unos cascos de música los que se interpusieron entre la otra persona y yo. Tuve que agitar la mano más cerca de su cara de lo que se considera correcto porque iba tan abstraído que no me había visto pasar a su lado. - Aquí tengo que reconocer en descargo de esta persona que a mí me ha sucedido muchas veces lo mismo sin necesidad de llevar los cascos puestos porque soy de natural despistada. Si se me ocurriese escuchar música por la calle acabaría cayéndome en alguna zanja o pegándome contra alguna farola con toda seguridad-

Sin embargo no dejan de ser momentos graciosos estos que le debemos al móvil, salvo en los casos de muertes por selfie o accidentes graves con los palos que se utilizan para ampliar el espacio que la foto hecha a uno mismo puede abarcar. Alguna se ha producido ya, créanme que no exagero, de familias enteras al borde de un acantilado.

Salvando estas desgracias, los "momentos móviles" alcanzan niveles irresistibles de comicidad. Ayer mismo, entrando en mi portal, situación ésta que suele alargarse más de lo debido por la tendencia que tienen las llaves a irse al fondo de los bolsos y la habilidad de mi perra para encontrar algo que oler con tal de no entrar cuando le mando, encontré a un señor de cierta edad que no era vecino del edificio, pero que se había parado allí para hablar más a gusto por teléfono. Estaba contando, papel en mano a la persona que estaba al otro lado del teléfono, que acababa de salir de una consulta de Urología y los motivos que le habían llevado a ella así como la medicación que le habían recetado y que llevaba en el papel. Defensora como soy de la Libertad de Expresión y el Derecho a la Información, bendije para mis adentros durante el tiempo que me llevó la apertura de puertas, aquella época en que nuestro expediente médico era considerado algo casi secreto, al tiempo que me invadía la nostalgia por los teléfonos fijos de rueda que solían estar ubicados en pasillos con puertas cerradas. Además de enfadarme con mi perra más de lo habitual.

Llámenme quejica o impaciente pero hay días en que estas conversaciones que una oye lo quiera o no sin saber muy bien cómo hacer para no tener que estar presente en ellas, terminan por superarme.