L. S. Lowry

30 de septiembre 2019
Actualizada: 18 de junio 2024

No recuerdo con exactitud cuándo y cómo llegue a tener conocimiento de la vida y obra del pintor inglés L.S.Lowry, cuyo trabajo, prácticamente monográfico, define la vida en los distritos de Pendlebury y Salford, en el Reino Unido

No recuerdo con exactitud cuándo y cómo llegue a tener conocimiento de la vida y obra del pintor inglés L.S.Lowry, cuyo trabajo, prácticamente monográfico, define la vida en los distritos de Pendlebury y Salford, en el Reino Unido, en el período industrial comprendido entre finales del XIX y primera mitad del siglo XX, período durante el cual la actividad laboral concreta de la sociedad de la época quedaba prácticamente resumida al servicio en factorías fabriles que basaban su trabajo en la producción industrial a expensas del consumo masivo de carbón en las fábricas locales, actividad consecuencia de la Revolución industrial, extendida al resto de Europa, que significó el inicio y posterior desarrollo de los muchos progresos que han permitido la vida actual, aunque ello haya ocurrido pagando un altísimo precio en el deterioro del medio ambiente, como actualmente venimos comprobando.

El caso es que, desde un principio, las referidas pinturas no me han dejado indiferente y, de vez en cuando, me paso buenos y largos momentos, lupa en mano, leyendo el mensaje de cada una de las manifestaciones de los grupos de gentes oscuras que viven dentro de los muchos lienzos, entre el "smoke" que, desde las chimeneas de la misma pintura, impregna la obra de este atípico "naifista" que ha colado con sencillez, sin pretenderlo, pero con contundencia, su visión de una sociedad alineada que aun perdura.

El autor consigue dar vida independiente a todos y cada uno de los personajes en el grupo activo. Son pequeñas figuras, alargadas que viven en el cuadro cuando se "mueven "o cuando se encuentran parados. Al observar cualquiera de sus cuadros da la impresión de que en el transcurso de la noche el lienzo quedará vacío, toda vez que los personajes se recogerán en sus viviendas, bajo la luz mortecina de unas bombillas grandes y tristes, tratando de dar sentido a una cena pobre, entre camastros improvisados, a la espera de una nueva jornada sin alicientes.

La apariencia estática de los personajes de Lowry es solo una impresión. En la sala de exposiciones, el cuadro, cualquiera de ellos, es el mismo siempre, pero sus personajes cada día envejecen de la misma manera que lo hace el espectador que los contempla. Incluso con la inevitable y definitiva posición estática en que los ha dejado su autor, los personajes de Lowry parecen siempre estar en movimiento. Tal vez la impresión la dé el hecho de la contraposición direccional, el enfrentamiento de los personajes que se mueven dirigiéndose uno hacia el otro en el revoltijo aparentemente caótico de gentes que caminan desnortados, inclinados por una vida anodina de explotación, mirando al suelo, lugar de resignación idóneo para recolocar una publicidad del consumo mucho más efectiva que la de los grandes neones americanos, y es que ahí, en el adoquinado es donde más se lee.

Lowry es ante todo un psicólogo y consigue que, igual que ocurre con los Guerreros de terracota del yacimiento de Xian, cada uno de los cientos de seres humanos que plasma en sus lienzos sea único. Todos llevan encima el mismo problema de la vida que es distinto para cada uno. Incluso los perros cargan con su parte. Personas y perros, tullidos y chimeneas en un paisaje que desprende un pesimismo existencial, una resignación que poco ha cambiado hoy en día. La gente camina o entabla conversaciones que se resumen en un vocabulario paupérrimo de no más de cuatro palabras amables expulsadas al aire entre un millón de pensamientos represaliados.