El chamizo, que hacía las veces de bar restaurante, estaba atestado a esa hora del mediodía. Se escuchaban risotadas, murmullos que se elevaban por encima del entrechocar de cubiertos y platos, y los cánticos de los camareros pidiendo desde la puerta de cocina las comandas. Por las ventanas se veían los montes pelados a lo lejos y los árboles y hierbajos doblarse con el gélido viento que casi nunca cesaba.
La boca del túnel, el que se construía para atravesar la montaña y empalmar con la autopista 28, estaba apenas unos metros del bar. En una construcción tan circunstancial y desmañada como este, se encontraban las "caracolas" de nuestros dormitorios, casetones prefabricados con los servicios básicos. Trabajábamos catorce días seguidos y librábamos una semana para ir a nuestras casas de verdad y estar con las familias.
Nos pagaban bastante bien, pero ni eso me servía a mí para no aborrecer el trabajo que realizaba. Sin embargo, no tenía muchas más opciones. O vivía del sueldo de mi mujer, con todo lo que eso suponía en mi caso, o tenía que aceptar un trabajo de mierda como este.
Comía con Adrián, Dionisio y Pepe, como todos los días, mis compañeros de fatigas dentro del túnel. Ya habíamos terminado y andábamos inmersos en el racimo de copas que ingeríamos para ponernos a tono antes de comenzar el trabajo de tarde.
—….Entonces el viernes mejor, ¿estamos? Así nos quedan dos días para amortiguar el resacón.
Dijo Dionisio, el más bebedor de todos, abriendo mucho sus ojos enrojecidos y pitañosos y riendo con estrépito.
En unos días era mi cumpleaños (nunca se lo hubiera confesado a ninguno, pero casualmente cayó en las manos de Pepe, ya que él manejaba los partes de trabajo del día con el capataz, la matriz de una de mis nóminas y vio mis datos) y se había decidido, sin que yo pudiera negarme, celebrarlo en mi casa cuando nos tocase la semana de asueto.
— Lo que debemos hacer, y creo que en esto todos estaremos de acuerdo, es poner un fondo común, más que nada para el bebercio. No le vamos a cargar con el gasto a este que está boquerón del to.
Añadió Pepe mirándonos uno por uno.
Siempre me las daba de pobre y no era cierto del todo. Lo que ocurría es que no me gustaba que nadie husmeara en mi vida y, adhiriéndome a la pobreza, me igualaba a la condición predominante en las conversaciones de todos los trabajadores del túnel. Si exageraba demasiado mis problemas económicos era porque atisbaba una posibilidad real para que nadie indagara en mi vida más de lo que yo deseaba.
— Todo lo que sea para que este larguirucho tenga un cumpleaños de órdago. ¡Lo que sea por un compañero y amigo!
Apuntilló Adrián golpeando la mesa con el puño.
No les consideraba amigos porque el concepto de amistad no lo tengo muy pulido o lo considero demasiado excelso. Creo que nunca en mi vida he tenido un amigo de verdad y, vistas mis circunstancias, no creo que lo vaya a tener. Tuve compañeros de colegio, vecinos con los que me llevaba bien o compañeros de fatigas en diversos trabajos, pero amigos no lo recuerdo. Tal vez sea porque soy una persona muy cambiante, también muy introvertida cuando estoy solo y deseo que mi cotidianidad pase desapercibida; tal vez sea porque, como dije, sin conocer lo que es la amistad niegue que las relaciones humanas tengan esa altura que me parece, desde la distancia, debería tener ese afecto. Lo dicho: un concepto demasiado excelso.
Por esto, porque no les consideraba amigos y porque mi vida fuera del trabajo en el túnel era sólo mía, llevaba unos días alterado por la celebración de mi cumpleaños. Perdía el sueño por las noches barajando excusas para deshacer la fiesta y por el día, mientras faenaba en mi trabajo rutinario y tedioso, daba vueltas y más vueltas al asunto sin hallar solución alguna.
Les miraba el rostro a los tres, como ese mismo mediodía mientras nos hartábamos de copas, y era incapaz de contarles cualquier invención para que desistieran en agasajarme. Sin embargo, al tiempo, me corroía mi incapacidad ya que vislumbraba que tendría que hacer un gran esfuerzo por comportarme como ellos me conocían en el trabajo y no como soy en mi vida privaba. Me gusta ser como soy fuera del túnel y, sin embargo, me empeño en aparentar que me envuelve un aura de bromista y jaranera con quienes comparto mi tiempo laboral. Llevo ejerciendo esta dicotomía muchos años sin ningún remordimiento ni traba y nunca, hasta ahora, una forma de existencia se ha mezclado con la otra. Y si se ha aunado ha sido algo casual y breve que he resuelto con éxito y sin que ninguna de las partes afectadas se resienta.
— Tengo ganas de que nos presentes a la parienta -dijo Dionisio haciéndoles una mueca cómplice a los otros- Con lo galán que nos dices que has sido debe ser un pibón.
Eso es otra de las cosas que tengo que subsanar. Les he contado cosas de mi pasado que ni yo mismo recuerdo y por eso, reflexión que tomé tras varios insomnios, les convencí para que fuese la celebración en la víspera del fin de semana. Tendré cinco días para prepararme. De todas formas ahora cuento con una libreta pequeña donde apunto todo lo que recuerdo haber dicho. Es cosa de hace una semana. La pedí en la oficina y no encontré ningún obstáculo para que me la dieran.
— Supongo que la utilizarás para que no se te escape ninguna de las horas extras.
Me comentó el señor Cerratos, el que ayuda al administrativo, tendiéndome la libreta y guiñándome un ojo.
No le mentí al señor Cerratos, pues precisamente la utilizo para que no se me escape ninguno de los "extras" con los que he inflado y desinflado mi pasado. Puede que sea difícil de comprender, máxime en un adulto con más de cuarenta años como lo soy yo, pero tantas veces decimos que no entendemos entendiendo demasiado que son pecados veniales mis apuntes para no desequilibrar mi pretérito postizo. "De lo que digan los demás, la mitad menos siete", me decía mi madre antes de todas las reuniones familiares y mientras me repeinaba frente al espejo.