La imagen (Parte 3ª)

20 de febrero 2024
Actualizada: 18 de junio

Mi hermano Nicolás, más conocido por Colás desde que tengo uso de razón, y yo siempre tuvimos una relación distante. No es que nos lleváramos mal (no recuerdo haber discutido jamás con él), pero nos separaba un mundo y puede que ese obstáculo fuesen los doce años que distanciaban nuestros nacimientos

Mi hermano Nicolás, más conocido por Colás desde que tengo uso de razón, y yo siempre tuvimos una relación distante. No es que nos lleváramos mal (no recuerdo haber discutido jamás con él), pero nos separaba un mundo y puede que ese obstáculo fuesen los doce años que distanciaban nuestros nacimientos. Colás tendría en ese momento unos cincuenta y cinco o cincuenta y siete años, era mayor que yo por lo que, desde mi tierna infancia, le vi como un adulto envuelto en los asuntos de ellos. Pero no sólo la edad nos diferenciaba, también su actitud ante la vida estaría en el polo opuesto a la mía. Él fue a la universidad y consiguió un trabajo, siendo todavía un veinteañero, en la administración pública aprobando una oposición con un global sobresaliente. Era el hijo perfecto y así mis padres y demás familia le consideraban. Me dejó el listón tan alto que, desde los estudios primarios, me sentí inferior, incapaz de encaramarme al pódium desde donde le veía y le veían.

Cuando murieron nuestros padres coincidimos en los entierros y funerales pero, aparte de eso, podían contarse con los dedos de una mano las veces en las que nos habíamos visto. Sé que se casó, aunque no asistí a su boda, que tuvo un par de hijos y que se divorció unos años atrás porque vino una tarde a mi casa, en un ataque de fraternidad compulsiva, el mismo, suponía, que le afectaba en esta ocasión, para recordarme "lo poco que nos veíamos siendo hermanos como somos" y contarme los avatares de su vida.

Esta vez se había dejado la barba y gastaba unas gafas de concha que le daban un aire intelectual. Se repantingó en el sillón, en el salón donde reposan mi almacenaje cultural, para escudriñar el paisaje del cuarto.

— Aunque sin títulos universitarios que te precien, sé que tienes una cuidada cultura, hermano.

Estaba cruzado de piernas y asintiendo con un gesto satisfactorio mientras, de lejos, ojeaba los lomos de libros, cd´s y dvd´s.

Le ofrecí una cerveza o un vermut, ya que estaba pasado el mediodía, porque me pareció lo indicado.

— Si no te parece mal, preferiría un gintonic suavecito. - dijo pasándose una mano por la abundante cabellera entrecana- He venido con la intención de invitarte a comer, pero antes me gustaría tomarme una buena copa para irte introduciendo en el asunto que me trae hasta aquí.

Yo tomé una cerveza. Me senté frente a él decidido a que comenzara cuanto antes a contarme ese asunto y me dejara libre para que yo siguiera con el mío.

Colás siempre estuvo "preocupado", digámoslo así, por cómo me ganaba la vida, y eso que nunca conoció en lo que de verdad trabajaba. En las pocas veces que nos vimos anteriormente ese tema salía a colación una vez sí y otra también. Era como si se sintiera en deuda conmigo (el célebre complejo de hermano mayor) y tuviese el cometido de enmendar mi vida laboral. Con mi hermano aparentaba tener otros tipos de trabajo que los que verdaderamente tenía. Si con mis compañías laborales era pobre y desgraciado, con Colás era un experto comercial que se las ingeniaba vendiendo productos farmacéuticos para clínicas privadas de élite y que vivía bastante bien. Le contaba que dominaba el inglés y el francés cuando en realidad chapurreaba un poco el primero. Bajo ningún concepto deseaba que mi hermano pensara que era un trabajador asalariado ayudando a construir un túnel.

— He pedido la excedencia en el ministerio y, junto con dos socios, hemos montado una editorial.

Me dijo sorbiendo su gintonic y sin dejar de mirarme a los ojos.

Mi hermano editor, nunca lo hubiera imaginado. Tenía la impresión de que él era demasiado pragmático y calculador como para embarcarse en una aventura así.

— He pensado que tú podrías ocupar un puesto en la editorial. Tienes conocimientos literarios suficientes y tu trato con la gente es exquisito. Estoy seguro que encajarías en la empresa y, de paso, aumentarías tu nivel de vida considerablemente.

Me pilló de sorpresa. Otras veces se había conformado con sugerencias peregrinas, ajenas a su persona y a su entorno, pero esta vez me descolocó.

Terminé de un trago mi cerveza.

— No hace falta que me contestes ahora mismo, -dijo notando mi confusión- pero piénsatelo bien. Tu vida cambiaría del todo.

¿Qué pensaba Colás de mí, de mi vida, de mis trabajos? Parecía conocer algo que yo nunca le di pie para que pensara. No sabía si mosquearme o sentirse halagado. ¿Conocía mi hermano mi dualismo? ¿O simplemente era el culmen de su manía rescatadora?

Nos fuimos a comer a un restaurante de cinco tenedores en las afueras de la ciudad. Como me prometió, pagó él. Para mí esos sitios elegantes estaban muy por encima de mi nivel salarial.

— La editorial tienes dos años. -dijo, mientras tomábamos unas copas de un brandy excelente y muy caro tras la comida- Fomentamos la novela de jóvenes con proyección literaria; tenemos en cartera varios agentes literarios que son muy sagaces a la hora de hallar el autor ideal.

Rodeados de tantas personas elegantes, entre los que reconocí a actores, políticos, deportistas, empresarios, gente de la prensa rosa, me reconcomía no haberte puesto mi chaqueta de tweed con mi camisa de hilo escocés. Me encontraba de trapillo, un paria entre la alta sociedad. Colás se debió de dar cuenta de mi incomodidad paulatina y pidió otra ronda de copas pensando que mi inquietud se debía a su oferta.

— Ya sabes que no tienes que contestarme hoy, así que disfrutemos del momento, hermano.

Me dijo persuasivo.

Le contesté. Mi timbre de voz cambió. Mis palabras sonaron con una musicalidad similar a la del maître cuando te recibe a la entrada del comedor. No pude controlarlas, salieron sin más. Una voz templada, complaciente, demasiado aflautada, empeñada en no desentonar con el ambiente.

— ¿Exceso de claras de huevo? -me interrogó Colás riendo sin tasa.

No suelo enrojecer con facilidad, sin embargo, esa vez me puse como un tomate.

Nos fuimos del restaurante algo bebidos, convencidos que, desde ese día en adelante, seríamos los hermanos que nunca fuimos.

— No te demores en contestar mi ofrecimiento -me dijo mi hermano en la puerta de mi casa y llamándome por mi nombre de pila, cosa que muy raramente hacía- Saldremos ganando los dos.

Ya en casa, tumbado en el sillón, un poco beodo, me decidí a aceptar el trabajo de Colás. ¡Ya no había razón para celebrar mi cumpleaños puesto que mis compañeros de trabajo dejarían de serlo! Hice una cabriola al incorporarme del sillón y fui derechito a la ducha. Más tarde, despejado, hice cuatro llamadas telefónicas. Para Adrián, Pepe, Dionisio y Triz la fiesta terminó antes de comenzar.

Esa noche, antes de comunicar a mi hermano mi aceptación, dormí de un tirón.