Literatos (6ª parte)

08 de noviembre 2022
Actualizada: 18 de junio 2024

El tema de mi contrato quedó cerrado en menos tiempo del que yo pensaba. A Batuecas le gustó mi rapidez para mi absurdo comentario sobre Panero padre y no me hizo más pruebas. No me pagaría mucho pero mis miras no se centraban en un sueldo bueno

El tema de mi contrato quedó cerrado en menos tiempo del que yo pensaba. A Batuecas le gustó mi rapidez para mi absurdo comentario sobre Panero padre y no me hizo más pruebas. No me pagaría mucho pero mis miras no se centraban en un sueldo bueno. "Vendrá de lunes a viernes aquí mismo de nueve de la mañana a siete de la tarde con dos horas para la comida.", me dijo haciéndome firmar varios papeles para formalizar mi contrato. Lo que percibí, como predijo Justino, es que le importaban bien poco mis conocimientos literarios, el caso era llenar hojas. Lo que sí me advirtió, antes de salir de su despacho, era que mi atuendo no era el apropiado para un secretario de un ilustre miembro de la Real Academia de la Lengua.

— Vaya mañana a esta dirección y con esto -dijo severo, tendiéndome una tarjeta firmada con membrete dorado, al tiempo que su papada redoblaba vaivenes- le atenderán como es debido. Los gastos de su compra se le descontarán de la nómina del mes próximo, claro está.

Salí de la casa dándole vueltas a cómo sería la vestimenta de un secretario.

Por otro lado, a pesar del embrollo en el que andaba metido, no venía nada mal tener una paguilla fija al mes. No me pagaría mucho el gordo pero no cavia duda que tendría más ingresos que con las cuatro chapuzas que me mantenían en ese momento. Además el acicate de mi empleo podría llevarme a alcanzar la gloria literaria. Suspiré cautivado por mis pensamientos bajando en el montacargas. Un buen talante reestrenado.

Frente al portal de la casa de Gil Batuecas distinguí a Justino Ramírez. Estaba tras la marquesina de una línea de bus. Le reconocí de lejos por el pañuelo rojo al cuello y su destartalada chaqueta de pana. Antes de que me dirigiera hacia él, me saludó agitando una mano. Hubiera jurado que me esperaba.

— Estoy esperando a que salga de currar mi pibita -me dijo, tendiéndome la mano con el brazo en ángulo recto- He pensado que podríamos ir los tres a tomar algo, por eso vine algo más pronto para coincidir contigo. Ya me contó Pepe Luis.

— Tengo cosas que hacer, Justino. Además no veo conveniente que nos expongamos los tres juntitos a la vista de cualquiera.

No pareció entender. Hizo de su cara un guiñapo en un gesto que supuse de incomprensión.

Le hice retroceder hasta el fondo de la acera para guarecernos en el recodo de un portal.

— ¡Joder, que vamos a robar a Gil Batuecas! -exclamé brusco en voz baja.

Justino rio echándose hacia atrás y hacia delante.

— Pero, tío, si mi chica sabe todo el embrollo en el que andamos metidos -dijo como si tal cosa- Y es legal te lo digo yo y ve muy bien que lo hagamos.

No daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿No era un secreto entre él, Pepe Luis y yo? ¿Cuánta gente más sabia de nuestras intenciones? Me dieron ganas de mandar todo al traste.

— Y porque no te haces con un megáfono y lo gritas a los cuatro vientos -dije indignado- La culpa la tengo yo por fiarme de tipos como vosotros.

Hice intención de largarme pero Justino me agarró de un brazo.

— ¡Quieto, león! Ella está en el ajo porque es una pieza importante como lo eres tú. Sois los que operáis desde adentro. ¿Lo entiendes, capullo? Sois piezas vitales.

¿Quién leches me iba a decir a mí cuántos entrábamos en el asunto? Le hubiera partido la cara a Justino pero como siempre, sobre todo a la hora de partir caras, no lo hice.

— Relájate, compi, que todo está controlado. Habla con ella, ya verás como aclaras cositas.

Justino se tironeaba del pañuelo como si le faltara resuello.

Sobre la siete de la tarde salió la pareja de Justino. Era una chica mona de ojos verdosos y una melena morena que le reposaba airosa sobre los hombros. Su jovialidad aparente quedó frenada cuando me vio junto a Justino. Me presentó como "un nuevo compañero en la casa del gordinflón. Un escritor a sueldo, ya sabes, como le gustan al Gil. El tercero del plan", dijo guiñándole un ojo cómplice.

Fuimos a una cafetería cercana. Estaba bastante concurrida puesto que en el Palacio de los Deportes, al lado del local, había un evento musical. Nos sentamos en una mesa junto a la puerta de los aseos, la única disponible. Pedimos al camarero nuestras bebidas.

— No te subas a la parra que ando "boquerón" -advertí a Justino, dándole a entender que no sería igual de generoso que un par de días atrás.

— No os preocupéis, que hoy pago yo.

Lourdes, que se llamaba la chica, tenía un acento gracioso (sureño, pensé) terminando las frases siempre con una sonrisa de franqueza. Nos contó que entró al servicio de Batuecas hacia tres años ya que sus padres eran los guardeses de una finca enorme que poseía el gordo en la comunidad sureña, lugar en el que Batuecas estuvo de catedrático en la universidad años atrás. La finca, heredada de los Batuecas Monteañaz, era la única que le quedaba al hijo estrella de la familia después de haber fundido las otras ocho restantes. "Este por los libros saca cuatro perras en comparación con el dineral que ha amasado con la venta de las tierras", nos dijo Lourdes achinando los ojos como si el montante de dinero de Batuecas fuese más espigado que el Aconcagua.

— A Sabino, el hermano, le pasa una pensioncilla para tenerle contento -continuó ella- y le consigue algunos premios porque también se dedica a la escritura. Es mejor tío que él, ya lo conocerás porque para mucho por la casa.

Intenté indagar sobre la personalidad de Gil Batuecas. Me interesaba tener una idea anticipada y ver con quien tendría que apañarme.

— Uff, es más estirao que el cuello de la Mazagatos Sabéis quién es, ¿no? -por lo menos yo asentí sin saberlo- Con los inferiores, seco y tacaño, pero con los señorones de la pluma se deshace para parecerles guay. No le trago, pero trabajo es trabajo. Luego tienes a su ayudante, Sixto, su amante también, que le cuenta cualquier cosa que hagas y dejes de hacer. Sin olvidarme de Úrsula, la que te habrá abierto la puerta hoy, el ama de llaves o cosa así, esa es la mayor lagarta que hay en el mundo, chivata y marimandona. Sigo ahí hasta que me salga lo de las limpiezas en el aeropuerto, o hasta que vosotros deis con la tecla, -dijo haciéndole un gesto de conchabanza a Justino- entonces le voy a dejar más parao que los guionistas de la carta de ajuste.

Tenía que reconocer que la chica era graciosa.

Estuvimos un buen rato charlando del tema que me interesaba. Saqué bastante información previa por la cual me enteré de que existía una habitación, contigua al despacho, a la que no entraba nadie excepto el anfitrión de la casa. Tenía que darle la razón de la utilidad de la reunión a un Justino desconocido para mí ya que apenas abrió la boca asintiendo a todo lo que decía su "pibita". Lo que no dejó fue de empinar el codo. Tres solysombras se metió inmerso en su mudez.

— Ya dije que hoy pagaba yo.

Manifestó Lourdes poniéndome la mano sobre el brazo cuando, antes de irme, me buscaba la cartera. Allí les dejé con su supuesto amor de conveniencia. Pero algo me decía que Justino estaba bastante más colado que lo que decía.