Lores en el campo de batalla

15 de enero 2024
Actualizada: 18 de junio

A pesar del personajazo que es, me encanta como escribe Michel Houellebecq y siempre que puedo describo una maravillosa escena de su primera novela, "Ampliación del campo de batalla". En ella el protagonista, un alto cargo de una empresa en una situación personal de tensión en la que se ve superado por los acontecimientos, estalla en medio de una reunión abofeteando a una colega. Houellebecq define ese evento canónico de forma seca y precisa: "muerte de un ejecutivo"

A pesar del personajazo que es, me encanta como escribe Michel Houellebecq y siempre que puedo describo una maravillosa escena de su primera novela, "Ampliación del campo de batalla". En ella el protagonista, un alto cargo de una empresa en una situación personal de tensión en la que se ve superado por los acontecimientos, estalla en medio de una reunión abofeteando a una colega. Houellebecq define ese evento canónico de forma seca y precisa: "muerte de un ejecutivo".

Esa sensación de final, pero esta vez de un político, he tenido viendo a Miguel Ángel Fernández Lores conducirse en el pleno que ha ventilado la moción de confianza el pasado lunes. Que ha perdido, por cierto. He visto a un político al que se le nota que ya no tiene pasión por lo que hace y al que no le importa que sea evidente que todo este fastidio de los plenos, este tener que aguantar a Puentes y Domínguez, le da acidez. Tanto, que ni se los prepara y de ahí que ventilase su intervención leyendo una carta por todos conocida, porque no aspira ya a convencer a nadie, sino a pasar el trago y volver para Marcón. Así interpreto su casi llamar vagos y maleantes al público en el Principal y el recurrir a argumentos que se califican por sí solos como culpar a la oposición de que, al no aprobarle el presupuesto, no vayan a tener técnicos de calefacción los colegios y, por tanto, los niños podrían pasar frio por culpa de PSOE y PP. No me gusta que se quiera tomar a los niños de rehenes.

Lleva Lores varias entrevistas en un tono que no se corresponde con esa imagen, afable ma non troppo, que se había trabajado durante años, desatado como está en el enorme cabreo que tiene porque la oposición le pone en aprietos, los muy caraduras. En la última de ellas se queja de que no puede convocar elecciones y, la verdad, suena más a ganas de pedirle a Anabel Gulías que ocupe el sillón de alcalde con el bolso e irse a tomar unos whiskys hasta que acabe la cosa, como ya hizo otro pontevedrés cuando el destino le alcanzó, que a convencimiento de que ganaría esas elecciones. Porque ya no ganó las últimas, aunque se comporte como si lo hubiese hecho.

Solo un escalón por debajo del patetismo de abroncar a una nube porque llueve está el de reñir a quien no accede a pactar contigo. A Lores y solo a Lores le correspondía conseguir una mayoría de gobierno, que para algo es el alcalde y aceptó el cargo con sus obligaciones. Parece ridículo tener que recordarlo. Y probar esa versión de los hechos suya de que el PSOE no quería pactar bajo ningún concepto era tan sencillo como decir públicamente que se aceptaban, no sé, 7 u 8 de las 10 condiciones puestas por este partido, razonables todas ellas (léanlas, léanlas). Pero no lo hizo, porque no podía. Y no podía porque su pretensión era que le aprobasen el presupuesto sin dar nada a cambio. Sin ofrecer nada que el PSOE pudiese vender como una victoria y salir ambos partidos a darse la mano con cara de que ambos han perdido algo importante, como ocurre cuando se llega a buenos pactos. En ese empeño de una victoria gratis se ha estrellado Lores y ese es el relato. Y que no se preocupe Nipper, que en el PSOE serán con este relato como fue Muhammad Ali con Ernie Terrell.

Ahora quedan 30 días de poco suspense: Lores aprobará su presupuesto, que prorrogará en 2025, pretensión que las partidas del presupuesto indican. Pero políticamente, si su miedo era que detrás de él se desmoronase el BNG, su terror ahora pasará a ser otro: que se desmorone con él todavía dentro.