Todo el mundo habla de la Escuela y de la Enseñanza, diríamos de la escuela y de la enseñanza; todo el mundo tiene un criterio, todo el mundo tiene algo a favor y algo en contra.
No voy a indicar nada contra este aserto anterior; todo el mundo sabe algo de algo, algunos mucho de algo. La escuela y la Enseñanza están formadas por muchas variables, muchos planos, muchas dimensiones y muchos factores. Los alumnos son la parte esencial, pero también están los padres y la familia; también el profesorado y los maestros; también está la Administración que legisla y paga; también la Sociedad; no olvidemos todas las teorías pedagógicas, didácticas y científicas de cada saber y de cada rama del saber… En definitiva, como todo en la vida, es un cocido o una paella o una tortilla, formada y conformada por multitud de ingredientes, que después se pueden guisar de un modo o de otro, de una manera o de otra, de una forma o de otra.
Creo que a todas las partes hay que escuchar, no cabe duda... pero creo que son esenciales: alumnos, profesores y maestros, padres, Administración —que son los que ponen límites, legislaciones, pagan y mil otras realidades—. Evidentemente, el saber concreto es esencial y, desde luego, otra multitud de parámetros. Encajar todas las piezas, todas las voces y todos los instrumentos en una sinfonía bien orquestada es difícil.
Si escuchas en los medios de comunicación y a las personas, cada uno representa uno o dos papeles; el maestro también es padre de algún alumno —o puede serlo—, pero también ha sido alumno o, incluso, puede que también forme parte de la Administración en la legislación y organización de la enseñanza, o también se dedique a la investigación escolar o de ese saber. Es decir, todos los elementos pueden formar parte de dos subconjuntos o más de la realidad y de esta realidad...
En esto, como en casi todo, sucede que cada subconjunto percibe los errores —reales, imaginarios, exagerados, racionales y moderados— de la otra y de otras partes, pero no de los propios. Es decir, se ha instalado en la Enseñanza y en la enseñanza una especie de queja continua por parte de todos.
Eso del chiste: los abogados hablan mal de los médicos, los médicos de los panaderos, los panaderos de los electricistas y todos hablan mal de los toros y de los políticos. Esto dicen que es el deporte nacional: hablar mal de otras profesiones, oficios, o, al menos, ser muy crítico con otros oficios, profesiones y vocaciones laborales...
Todo el mundo, por otro lado, tiene su remedio para el problema de la enseñanza. Además, se ha complicado en estas últimas décadas, por ejemplo, en España, cuando la enseñanza ha sido un instrumento político de primer orden, especialmente en ir cambiando las mentalidades de las personas que habitan esos territorios, incluso el problema de los idiomas. Por lo cual, la enseñanza —que durante décadas se le daba una importancia relativa, limitada y parcial— ha pasado a ser un elemento esencial de la organización política, un pilar y muro esencial de la organización de la cabeza, de los corazones y de las almas y, por tanto, un vector esencial para el poder político posterior...
En toda esta vorágine de este tema —que, aunque apenas he escrito sobre él, cosa curiosa, es una paradoja que no acabo de entender y comprender de realidades en las que he estado inmerso desde que casi nací, porque he ido pasando por todas las escalas del alumnado y algo de la enseñanza, pues de este tema, del que me he ocupado siempre de diversos modos y maneras, pues apenas he escrito ni artículos ni tampoco demasiadas reflexiones en los fragmentos de ensayo—, es una paradoja de algunas realidades que sé por teoría y experiencia, creo saber lo suficiente, que ha sido un campo de pensamiento a lo largo de la vida; apenas he escrito. Y éste es uno de ellos...
Pues decía: me he encontrado con un artículo titulado “El maestro nacional”, publicado en Arriba el día 27 de noviembre de 1966, firmado por el escritor, articulista y periodista Jaime Campmany —aconsejo a los herederos, ya que este autor ha sido uno de los más prolíficos del articulismo de la segunda mitad del siglo veinte; que construyan una Web e intenten recolectar el máximo número de sus columnas periodísticas—, y nos cuenta su experiencia personal de niño —en definitiva, hoy diríamos de niño de altas capacidades—, que, incluso sin que la madre lo indicara, el maestro le propuso a su madre que adelantara curso...
En todo, nos sucede lo mismo: cometemos dos errores, o creemos que todo cambia y nada permanece; en la realidad, todo cambia y algo permanece, y creemos que muchas cosas de las que hacemos nosotros son nuevas e innovadoras y pueden serlo, pero solo en parte. En los terrenos de la Enseñanza también ocurre.
Tenemos que terminar este modesto artículo y solo diré dos cosas que creo son verdad: una, que la enseñanza que yo recibía —al menos, en respeto y disciplina hacia el maestro era enorme—, que yo recibía cuando este artículo de Campmany fue redactado; yo todavía estaba en la escuela, bajo la enseñanza de los maestros nacionales.
Y la enseñanza hoy ha cambiado una barbaridad, como los tiempos. Pero, aunque todo tenga que cambiar, lo que no puede modificarse es que el alumno —y toda la comunidad educativa— debe tener respeto al profesorado, y el profesorado al alumnado. Creo, según me indican, según la prensa y según la experiencia, que existen —no en todos, pero sí en todas las clases— algunos alumnos que no tienen el suficiente respeto del alumno hacia el maestro o hacia la profesora, del maestro o del profesor.
Creo que esto es una enorme herida, una herida profunda que el alumno debe aprender en su familia y, también, en la Escuela y en la Sociedad... Esta, me parece a mí, es la herida, la enfermedad y la patología más grave que puede o pueda suceder en la Escuela... (si es que sucede, que sucede...). Paz y bien.
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