Manuel Marín

13 de diciembre 2017
Actualizada: 18 de junio 2024

El  fallecimiento el día cuatro de este mes, de Manuel Marín ex presidente del Congreso de los Diputados me ha hecho renegar de la frase: todos los políticos son iguales.

El  fallecimiento el día cuatro de este mes de Manuel Marín, ex presidente del Congreso de los Diputados, me ha hecho renegar de la frase: todos los políticos son iguales.

Que hay algunos buenos, lo sabemos. Recordamos con cariño a Tierno Galván, a Adolfo Suárez, y aún reconocemos la valía de los que siguen vivos pero alejados de la vida política y que, independientemente de que se esté o no de acuerdo con su ideología, han demostrado coherencia entre su vida y sus ideas como Julio Anguita. Son personas que han vivido la política e incluso la han sufrido, dejándose en ella hasta la salud.

A Manuel Marín le recuerdo en los debates intentando poner orden en lo que a veces parece más un gallinero que los estrados de sus Señorías. Acababa algunas sesiones resoplando.

Impecable en su presencia y maneras, educado y discreto hasta en la hora de su muerte. No había en Marín nada del engreimiento que han tenido algunos otros en su posición y con un curriculum mucho menos brillante que el suyo. 

En un país como el nuestro hay que hacerse notar para que te valoren. Y a Marín no se le ha reconocido lo suficiente ni en su vida ni a la hora de su muerte, prematura, con solo 68 años de edad. Seguramente a él no le importase en absoluto esta falta de reconocimiento, pues la discreción era su seña de identidad. Sin embargo  me produce una cierta tristeza que su figura haya pasado tan desapercibida, ahora que se ha ido, para los medios y para el gran público.

La mayoría de los jóvenes que pueden disfrutar del Programa Erasmus no saben que fue Marín quien lo defendió con uñas y dientes para que los universitarios españoles pudiesen vivir la experiencia de cursar un año de su grado, entonces licenciatura, en otro país europeo.
Tampoco sabrán seguramente que, tras retirarse de la Cámara Baja, se convirtió en acérrimo luchador contra el Cambio Climático, materia, por desgracia que sigue en plena vigencia; o que él mismo fue docente en la Universidad Carlos III de Madrid, en la Universidad de Alcalá de Henares y también en el Instituto Tecnológico de Méjico.

La noticia de la muerte de Marín habría sido una buena excusa –suponiendo que haga falta- para recordarles a los estudiantes y profesores que los privilegios de los que ahora gozamos no han caído del cielo; que ha habido, mucho antes que nosotros, hombres y mujeres, como este caballero de la política, que han luchado mucho para que ahora podamos beneficiarnos de sus logros. 

La Historia, incluso la más reciente, no parece tener importancia ni las figuras históricas el respeto que merecen. Creo que de ahí vienen muchos males, políticos y de los otros: del desconocimiento de la Historia y de pensar que solo cuenta el presente, lo que nosotros hacemos, sin otorgar mérito alguno o incluso olvidando a quienes pusieron las primeras piedras de los edificios que ahora ocupamos. También de la tendencia a admirar a quien se sube a un escaño más para representar un show que para trabajar. Marín no era de esos. Llegaba, se sentaba y hacía su trabajo. Le había costado una carrera brillante por varias universidades europeas y mucho esfuerzo llegar ahí.

La foto de 1985 de Manuel Marín, dormido, solo, en un despacho durante un receso en las agotadoras negociaciones para que España entrase en la Unión Europea, resume de manera explícita la vocación política y la dedicación a ella de este padre de familia que se retiró de la política hace ahora diez años para emplear esa misma fuerza de voluntad contra otra batalla que esta vez, no pudo ganar. 

Ojalá descanse en paz y ojalá haya quien, al menos a raíz de su muerte, se moleste en leer su vida y su obra, tomándole como ejemplo de lo que debe ser un político de los pies a la cabeza en lugar de la clase de gente que ,de un tiempo a esta parte, pulula tristemente por las altas esferas sin ganarse el sueldo que el pueblo le paga.

La muerte de Marín deja huérfanas a dos hijas de su padre y a España de un político que hizo bien su trabajo. Tan simple, tan importante, tan raro, como eso.