Desde la lejanía, las montoneras de detritos parecían una cordillera que ocultaba el horizonte ante una hoja de sierra. Cigüeñas pardas, de plumas encrespadas y patas negruzcas, gaviotas sucias de picos churretosos y diversos pájaros emporcados escarbaban entre la basura con una infatigable ambición. También les secundaban, en la base de los montones, perros esqueléticos de mirada huidiza y gatos pardos de rabos pelados. Metían sus hocicos entre la basura hasta más de medio cuerpo. Del cielo acerado descendían rayos imposibles de sol que se velaban entre haces de resplandores gríseos creando una temperatura asfixiante, caniculosa.
Pat y Mat faenaban cribando primero y luego depositando lo valioso sobre la cinta transportadora. Hablaban incansables, bañados en sudor, pero sin abandonar su tarea.
—…. ¿Y te preguntaste alguna vez por qué?
Mat, tras dudar uno segundos, negó sacudiendo la cabeza.
— Cierto que no -dijo- Me importaba una mierda, sólo quería salvar el pellejo.
— Como todos, hasta los más creyentes o los más sesudos corrieron para ponerse a salvo.
Pat llevaba un sombrero agujereado, carcomido en sus alas, y se rascaba un espeso bigote descuidado con una armonía pasmosa intercalando su trabajo y su manía.
Mat era más delgado que el otro, demasiado flaco, y cubría su cabeza con una gorra de sarga por la que asomaba su cabello rizado en sendos tomates.
— Y ahora aquí nos tienes: pelando la pava.
Dijo Pat, tras lo cual rieron los dos hombres de buena gana.
— Libres, respirando y …… felices ¿por qué no?
Mat soslayó a su compañero esperando una pronta respuesta.
— Bueno….. tampoco hay que exagerar, Mat. -se llevó la mano al ala del sombrero tironeándosela como si deseara sacar una palabra adecuada- Estamos……Estamos aquí y bueno….. Tratamos de pasarlo lo mejor posible.
— Eso, eso es –contestó Mat, haciendo un vehemente signo de aprobación.
Pat lanzó un eructo atronador a lo que Mat le siguió tirándose un pedo no menos sonoro. Se rieron sin mirarse.
— Lo que a veces si me he preguntado es de qué sirve realmente nuestro curro. - dijo Mat- Mandamos todos estos cachivaches a la cinta para hacer otro montón al otro lado un día sí y otro también, y ¿para qué?
Pat arrugó el bigote. Luego se encogió de hombros.
— Lo recogerán, Mat.
— Eso llevamos diciendo más de dos años mientras han crecido los montones como mojones en un establo. ¡Bah, nadie vendrá!
Detrás de los montones donde cribaban había otros de parecido tamaño, detrás de otros y otros. La extensión se llenaba de pilas de basura como si fueran tetas de pezón erecto mirando al cielo. Las peleas de las aves por hallar el mejor bocado formaban tal algarabía que las voces de los dos hombres pasaban desapercibidas. Llegando desde un punto incierto, una carretera de firme bacheado serpenteaba hasta llegar al vertedero.
— Mis tripas están chascando desde hace rato, debe estar cerca la hora de zampar.
Pat detuvo su criba para apoyarla junto a una lata de aceite para motor diesel.
— Mira el resplandor del puto cielo -señaló Mat, mostrando el cúmulo negruzco entre sus uñas- Esa luz dice que es hora de comer.
Pulsó el interruptor y la transportadora cesó dando un respingo que retembló bajo sus pies.
Fueron dando puntapiés con sus botones a todos los cachivaches inservibles que se ponían en su camino. El motor de arranque de un vehículo les sirvió para hacer unas cuantas cabriolas hasta que lo incrustaron en la pantalla de un televisor.
— ¡Gol por la escuadra! -gritó Mat.
— ¡Y canasta de tres! –le imitó Pat.
Llegaron a un chamizo hecho con paneles de policarbonato de antojadizos colores. Tenía una ventana con un cristal roto y una puerta que se bamboleaba con la leve corriente de aire. Dentro había un arcón congelador, un fregadero mugriento, una cocina vitrocerámica sobre la carcasa de una lavadora, un par de armarios y dos camastros enredados en telas inmundas. El habitáculo despedía un calor intratable por lo que Pat, nada más entrar, encendió un pequeño ventilador con las aspas melladas.
— Iré calentando la carnaca -dijo Pat, arremangándose el mono.
— ¿De cigüeña, de gaviota, de rata, de gato, de perro….? ¿Qué coño toca hoy?
Mat señalaba al arcón congelador moviendo su dedo hacia todos lados.
— Ni puta idea ¿Tú las diferencias?
— Siiiii -contestó Mat exagerando una mueca de asco- ¡La jodida carne de cigüeña es de lo peor! Esa te la comes tú o la tiras a tomar por culo.
Pat reía por lo bajo mientras ponía pedazos de carne en una cazuela a la que le faltaba un asa.
— Ya, ya, no te apures, coleguita.
Más tarde se sentaron a comer sobre unas latas de pintura industrial. Chascaban sus bocas al masticar con el sonido de fondo del graznido de las aves. Los dos hombres comían con dedicación: observando antes el bocado, mientras masticaban el anterior, y dándoles dentelladas furiosas a una carne deslavazada en tiras estropajosas. Se miraban a veces asintiendo al festín mientras se limpiaban con las mangas de los monos.
— Ahora vendría de perlas un chupito de whisky ¿A qué sí? -dijo Pat, dirigiendo sus ojos a los bajos de uno de los armarios.
Mat le detuvo alzando la mano.
— Lo mismo viene la bruja y nos la lía. Ya sabes que no le gusta que empinemos el codo.
— Vicky no suele venir hasta entrada la tarde.
— No tientes a la suerte, Pat. Esta noche le pegamos al morapio, es lo seguro.
Pat se encogió de hombros contrariado. Luego fue hasta una lata con migajas de tabaco y comenzó a liarse un pitillo.
— Líame otro, compi. Ya sabes que lo que más me gusta rebañar los huesos.
El otro asintió al tiempo que canturreaba una vieja canción de amor.