— Este no es mi marido ni ná…… Mi chófer, si acaso.
Contestó Vicky con aspereza.
El rubio se detuvo a un metro escaso de ella haciendo un ademán de disculpa no exento de jocosidad.
Mat, detrás de la mujer, contemplaba la escena intimidado, oculto en la sombra que procuraba la puerta.
— Nos han contado, esos ganapanes que os esperaban, que buscáis un par de hombres para trabajar en un vertedero. -el rubio desbordaba una cortesía forzada que se desbarataba en su mirada lobuna; escudriñaba de arriba abajo a la mujer obviando la presencia de Mat- Pues esos dos trabajadores los tiene usted aquí mismo, señorita, no tiene por que conformarse con esos dos muertos de hambre de antes.
El médico se había puesto a hurgar en la herida del otro tipo rubicundo. Estaba en cuclillas, tambaleándose ligeramente, faenando sobre la herida de la pierna.
— Podemos entendernos, sí.
Dijo Vicky, dulcificada y dando un paso hacia el hombre.
— Haremos un buen equipo los cuatro, fijo.
Se estrecharon las manos.
— Me gustan las mujeres con agallas.- añadió el tipo.
Una hora después, los cuatro estaban sentados en torno a la mesa de la casa de Vicky. Tom, después de vendar la pierna del herido, había preferido seguir tumbado en su camastro terminando de dormir la mona. Mat seguía siendo hostil a los llegados estando en vilo ante cualquier movimiento de los otros. Al contrario que Vicky que, a juzgar por lo risueña y confiada, demostraba estar encantada con sus nuevos empleados.
Se llamaban Art y Dave, el herido, y contaron que venían del norte, en concreto del asentamiento madre 2, el más cercano a New Metrópolis, la ciudad reconstruida por el Gobierno y su sede principal. Llegaban noticias que tanto en esa ciudad como en los asentamientos madre colindantes, la vida era muy similar a la de antes de la catástrofe.
— Habladurías – dijo el herido Dave, moviendo sus manos con desaprobación- Sólo el ejército, la policía y los miles de funcionarios viven bien en la New. Esos tienen bien acaparado lo poco valioso que quedó, el resto vive en la misma jodida miseria que por aquí, puede que más.
Terminó diciendo con desdén.
— Nosotros hemos recorrido más de mil kilómetros en la burra esa -comentó Art, señalando la motocicleta aparcada junto al Land Rover- para buscarnos una vida mejor. La selección de chatarra creemos que es una opción de futuro guay, la única que tiene la garantía del Gobierno, y de eso tenéis aquí hasta hartar.
Vicky sacudió la cabeza esbozando una sonrisita irónica.
— Pero esa garantía ya va oliendo a podrido, tío -dijo- Por aquí la gente que controla los abastos está muy mosqueada acumulando participaciones que, por el momento, son papel mojado.
Mat mascullaba para sus adentros mientras miraba de reojo a los rubios. Observaba sus cuerpos bien formados, sus dientes relucientes, sus cabellos teñidos peinados con dedicación, y apretaba las mandíbulas guardándose la bilis.
Los dos hombres firmaron los papeles que les convertían en nuevos trabajadores del vertedero controlado por Vicky. Acto seguido, se dispusieron para recorrer el camino. Ellos irían en la moto y Mat conduciría el Land Rover llevando a Vicky.
— Os seguimos -dijo Art, el motorista.
Dentro del todoterreno Mat no pudo silenciar su desconfianza.
— No me gustan ni un pelo esos tíos, Vic. Parecen jodidos matones.
La mujer dejaba que el viento caliente que entraba por la ventanilla revolviera los cabellos no sujetos con el pañuelo. Tenía un gesto voluptuoso que acrecentaba echando la cabeza hacia atrás y entornando los ojos. Su cutis bruñido parecía más sedoso azotado por el aire.
— Son tipos del norte, Mat, más cuidados que nosotros. Tuvieron la suerte de estar en el sitio afortunado, nada más.
A su paso, las cintas transportadoras escupían la chatarra reciclada aumentando su altura poco a poco. Algunos vertederos no habían empezado su actividad y las cigüeñas y las demás aves picoteaban los montones con pasividad. Mat señaló a su derecha.
— Esos tíos van como locos, están piraos. –dijo sin perder de vista el retrovisor de su lado.
Le rebasó la motocicleta, haciendo rugir el acelerador, para hacer un par de “caballitos” delante de ellos. Los rubios gritaban agitando piernas y brazos con temeridad.
Vicky soltó una carcajada echando la cabeza sobre el salpicadero.
— ¡Piraos del todo, redios!
Exclamó entusiasmada, aplaudiendo la acrobacia.
Volvieron al rebufo del Land Rover levantando una cortina de humo negro.
— Te caen bien -dijo Mat, envuelto en una severidad que disimulaba concentrado en la carreterucha- ¿Has pensado en tirarte a alguno?
Vicky se retrepó en el asiento para impulsarse a unos centímetros del rostro del hombre.
— Haré lo que me salga del culo, ¿te enteras?
Gotas de saliva salpicaron la cara de Mat. Sentía su bufido agitarse gorgoteando en su garganta al igual que los suspiros de una olla exprés.
Mat siguió conduciendo tratando de parecer impasible. El día se abría camino definitivamente. Todos los resortes metálicos se habían desperezado en el cielo encapotado y el día se presentaba tan idéntico como era habitual. Tras la barrera de las nubes, de manera muy esporádica, se veían destellos que parecían detonar en el interior como si fueran explosiones para destruir el cielo.