Nemesio Acebal, librero ambulante

10 de diciembre 2013
Actualizada: 18 de junio 2024

Sobre la manta se distribuyen antojadizamente libros y revistas viejas, con taras o usados. Al lado, el inseparable carro del hipermercado aparcado sobre la acera tiene un plástico por capota, una bolsa de compra atada con una cuerda y un par de guantes de trabajo doblados sobre el manillar. Aunque ya está entrada la mañana, el frío seco del otoño agonizante hace que el hombre dé palmadas, más por entrar en calor que por llamar la atención de los viandantes. Tiene tantas capas de ropa que sería muy difícil determinar número y tonalidad, telas lóbregas, inciertas, aumentado el volumen de su cuerpo escurrido a juzgar por el tamaño de su cabeza y manos. Lleva una gorra de paño por la que asoman unos cabellos lacios y largos que se curvan en un rizo grueso a lo largo de su cuello. Sonríe para si dentro de una inquieta mirada obstinada en distraer con su vaivén una profundidad insondable, desapacible.

Hace años Nemesio Acebal era comercial de una caja de ahorros de la gran urbe. Cuando se negó reiteradamente a convencer a los clientes de las bondades de las participaciones preferentes, le pusieron de patitas en la calle. Su esposa y sus hijos, poco a poco, en el transcurso de los dos años que le duró la prestación por desempleo, acabaron dándole la espalda. Las neuronas de Nemesio no aguantaron la presión y le internaron en un hospital de salud mental. A su salida, el azar o lo que diablos fuera, le encaminó a Kavaranchel, desabrigado de familiares y amigos. Pepe, el mecánico, en su ruta diaria de footing, le encontró bajo el puente peatonal de la M-40 preso de unos violentos escalofríos y "pálido como en un susto cojonudo". Las sobradas habilidades de correveidile de Pepe hicieron que la noticia movilizara al barrio hasta hacer procesión al lecho de Nemesio en el hospital mientras duró su convalecencia. Desde entonces, todos los jueves, monta su tenderete frente al bar Prieto.

Baldomero se me ha adelantado para lanzarse a rebuscar en la librería de la manta.
- ¿Qué te cuentas, Nemesio? -le digo y estrecho su mano envuelta en unos guantes de lana cortados a la altura de las falanges distales.
- Lo mismo.....de..... de siempre - me contesta, con su voz titubeante y su reparo de vergüenza pubescente, señalando la mercancía- Mira ven, ven, K.

Sé que me va a mostrar un papel arrugado con unos versos, lo hace siempre que me ve. Le veo tan embobado cuando me ve leer y aprobar con un gesto sus versos, que en verdad lo merecen, que me atrevo a encaramarme a la barandilla de sus pestañas y escrutar la hondura tras sus ojos. Las migajas de un hombre, su dolor, el abismo que nos lleva a rompernos en mil pedazos y recomponernos en una pieza aparente, sobreviviente, me empuja a recitar el voz alta los tres últimos versos de su poema:
" .... sólo el filo de un estremecimiento
contonea nuestra huella sombría
presta a desvanecerse indiferente."
- ¡Coño, Nemesio! He encontrado a un don Marcial que no he leído. !"El caballo del muerto", una joya señores!

Exclama Baldomero, incorporándose y pegándose al pecho la novela manoseada del autor toledano de western.
- Me cruzo escapao al bar que lo he dejado solo. Allí te pago, Nemesio
Baldomero cruza la avenida con la velocidad de una euforia incontenible.
- En la farmacia de Ramón -le comento a Nemesio, reposando mi mano sobre su hombro- tenemos en el barrio un local para poetas y artistas del barrio ¿por qué no te pasas un día de estos?

ÿl baja la mirada y se muerde el labio inferior.
- Bueno, no....no sé.....si.....
- Pásate, hombre, ya verás cómo te gusta.
Nemesio trata de sonreír, tímido y ufano, halagado y retraído.

Me agacho para acercarme al amasijo de papel impreso. Al poco de revolver, doy con un libro de portada en fondo negro y letras blancas y amarillas. "Dios y otros superhéroes" de Alexander Vórtice, leo con atención. Es un ejemplar bastante nuevo, de poco más de cien páginas que muestra un áureo ojo de Horus. Acaricio sus solapas y me quedo pensativo sin saber por qué.
- Tie....ne las diez pri...primeras páginas del revés -me explica Nemesio, descendiendo a mi altura- Por....por eso lo desecha la dis....tribuidora, pero está editado este mismo año.

Nos sorprende el frenazo de un automóvil al borde de la acera. Al bajar la ventanilla vemos la cara morena y barbuda de Pepe, el mecánico, y su sonrisa veteada de sarro.
- ¡Vaya par de dos! Pepe Gotera con su sombrerillo y bigotito, y Otilio con su gorrilla.

Y revienta en una carcajada palmeando con su manaza la puerta del coche.
- Tenéis una foto, tíos. ¿Qué, de compras para los reyes? -me interroga, señalándome el libro. Pepe espera mi respuesta desde la ventanilla agitado por la risa.
- Vamos al bar, Nemesio, a tomarnos un café y allí arreglamos cuentas -le digo, cogiéndole por el codo- Y a ti que te den por donde amargan los pepinos, Pepe.
- Adiós, mangurrianes.

El coche nos cede el paso, no sin antes hacernos un amago por embestirnos, y Nemesio, el libro de Vórtice y yo enfilamos hacia la barra de Baldomero, mientras la carcajada de Pepe se confunde con el ronquido del acelerón.