Por el planeta se está moviendo una ola que plantea el problema del periodismo profesional y de los influencers o de quienes crean contenidos, que no son profesionales del periodismo.
Existen, diríamos, dos subcategorías en el periodismo profesional: aquellos que han estudiado la titulación correspondiente y aquellos que, aunque no hayan estudiado Ciencias de la Comunicación, son especialistas en alguna rama del saber y llevan un tiempo suficiente ejerciendo la opinión o el periodismo, y se pueden considerar en sentido estricto "periodistas" o "expertos", o, en definitiva, personas que deben buscar la realidad de los hechos, la realidad de los datos, la realidad de los argumentos, la realidad de las razones. Es decir, que intentan encontrar la verdad y la racionalidad, en definitiva, la realidad del hecho y de las razones del hecho.
Y, por otro lado, siempre indicando, con sumo respeto, un conjunto de personas a quienes las nuevas tecnologías han abierto la posibilidad de hablar de todo o casi todo, de un sector o de la totalidad de sectores, pero que no son ni periodistas –en el doble rasero que hemos indicado–, ni tampoco son especialistas en alguna rama del saber… Se les denomina los "influencers" o los influenciadores, si queremos traducirlo al castellano. En principio, debo confesar que no estoy en contra de este sector de la sociedad de la información o de la comunicación… pero…
Pero, sí diría algo que se comenta en la calle, en las tertulias improvisadas que se oyen en los bares, y que se oyen en otros lugares… Primero, que las ONG, ya que tienen medios suficientes, no solo deberían hacer campañas para recibir dineros para sus fines –la inmensa mayoría de los cuales son loables–, sino que, ya que todas tienen web, en dicha web, en una etiqueta bien clara, deben indicar todas las cuentas, es decir, lo que reciben, los gastos que realizan y a dónde va, concretamente, el dinero –y, bien desarrollado y especificado–. Esto se comenta a baja voz en la calle –creo que deberían escuchar el ruido del pueblo, por el bien de todos, por el bien de sus loables fines y por respeto al trabajo que tantas personas hacen en este tema…–.
Segundo, los influencers o influenciadores, ahora también denominados "algunos creadores de contenidos", deberían, en sus páginas web, indicar y demostrar el currículum y el mérito que tienen. Porque hablan de economía y no sabemos si tienen algún título en algún nivel de la enseñanza en esa temática. Hablar de política o de mil temas, y no sabemos. Quien emite una idea, concepto, enunciado o argumento, por libertad de expresión y de conciencia, tiene derecho a hacerlo, pero también quien recibe una información tiene derecho a saber de dónde ha tomado esa idea o ese argumento y, sobre todo, quien lo dice o indica, quién es, qué titulaciones tiene y qué saber posee.
Porque, si yo expreso algo de economía, mi opinión no le llega ni al tobillo a la de Tamames, por poner un ejemplo en una temática, aunque aplicada a todo. Por eso, si alguien lee mis artículos, sabe que, de vez en cuando, expreso que "soy un modesto articulista", que "de lo que estoy hablando o escribiendo soy un lego, apenas sé nada, y que solo son opiniones", y que el receptor "debe completar la información"…
Uno entra en el archipiélago de Internet y debe confesar que, muchas veces, no se sabe el valor ni el grado de realidad de una noticia, dato o argumento. Porque todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión, pero también a recibir y demandar el mayor grado de realidad de un tema, es decir, la verdad.
No me gusta la palabra "bulo"; existen otras, mejores: engaños, mentiras, manipulaciones, maledicencias, rencores, envidias en la información. Porque una cosa es que yo me equivoque en este artículo en algunas tesis o ideas y lo haga sin darme cuenta, y otra es que engañe y manipule adrede, mienta adrede, haga maledicencia adrede, o exprese argumentos, medias verdades o mentiras a medias adrede…
Eso es una especie de delito moral; en cierto modo, es un error moral, grave o leve, que en lenguaje tradicional es un pecado… es una falta de estima y de amor hacia uno mismo y hacia los demás. Al otro se le merece la verdad; no se le puede engañar, ni mentir, ni manipular. Otra cosa es que quien emite una opinión se equivoque. Usted, cuando va a comprar pan, desea que le proporcionen un buen pan; por tanto, también merece una buena información…
Existe un problema: se habla de las directrices de las cabeceras, y esto, creo, se malentiende. Una cosa es que un medio de comunicación sea de un color o de otro, y otra, "no expresar los hechos". Creo que cada medio tendría más venta y más receptores si fuese más imparcial, indicando la realidad hasta el momento y, después, si así lo desea, señalando la dirección del medio…
Todo el mundo se queja de la crisis del periodismo en general y se ofrecen muchas causas, razones y motivos. Pero creo que lo más importante es que se intente ofrecer la realidad de los hechos, la verdad de los hechos y, después, las interpretaciones de cada medio. Creo que, de ese modo, el periódico que lo haga irá poco a poco ganando lectores y lectoras…
¡Ah, hay que dar al César lo que es del César! Este artículo ha surgido al mirarme en el espejo de una columna escrita por Helena Farré Vallejo, titulada "La difusa línea que separa a periodistas y creadores de contenido", publicada en Aceprensa el día 27 de diciembre de 2024. Aconsejo o sugiero que lo lea, porque aprenderá muchas cosas y, quizás, se haga algunas preguntas. Porque, al final, una de las finalidades de un artículo de opinión, sea de tesis o de comentarios, es que el lector o la lectora se haga preguntas… Paz y bien.
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