Primavera 2020

26 de marzo 2020
Actualizada: 18 de junio 2024

En tiempos de coronavirus los brotes verdes son las buenas noticias:  la cifra de contagios que por primera vez desciende en Italia, el confinamiento que parecen relajar las autoridades chinas. Esperamos así, con incertidumbre, el efecto mariposa que puede encadenarnos o liberarnos según agite las alas

La primavera ha llegado. La necesitamos más que nunca porque no podemos salir a celebrarla, solo nos está permitido contemplarla desde las ventanas y eso hace que la deseemos más. 

La mano del hombre se ha empeñado en revolver las estaciones, pero el sol de primavera sigue trayendo flores para permitirnos la esperanza, que en este aciago 2020, vamos buscando, acercándonos como los gatos, a la luz que entra por los cristales.

En tiempos de coronavirus los brotes verdes son las buenas noticias:  la cifra de contagios que por primera vez desciende en Italia, el confinamiento que parecen relajar las autoridades chinas. Esperamos así, con incertidumbre, el efecto mariposa que puede encadenarnos o liberarnos según agite las alas.  

En España comenzamos unas semanas muy duras. Sin haber llegado todavía al pico máximo de contagios ya tenemos el corazón encogido con más de 2000 muertos y escenarios que nunca habríamos imaginado como el Palacio de Cristal de Madrid convertido en morgue: la belleza okupada por el horror.

Brotes verdes son también las buenas acciones que compensan la ignorancia de aquellos que pasan por la vida como si solo estuviese hecha para ellos; un sacerdote italiano, Giuseppe Berardelli ha cedido su respirador en Bérgamo para salvar la vida de alguien más joven. Alguien a quien no llegó a conocer. 

Las historias humanas derivadas también del covid-19 suceden en cualquier parte del mundo para recordarnos que, en el fondo, lo bueno y lo malo siguen teniendo el mismo calibre. Las amenazas cambian su forma según la época histórica pero el ser humano sigue siendo igual en la bondad y en lo contrario. 

La primavera llega como una estación de solidaridad en forma de donaciones, de expertos que aconsejan qué podemos o no hacer para seguir combatiendo al monstruo, de la celebración del primer paciente desentubado en el Hospital Clínico San Carlos en Madrid, de las dos primeras mujeres dadas de alta en el Álvaro Cunqueiro de Vigo. 

Necesitamos que esos brotes vayan creciendo hasta hacerse más fuertes para poder agarrarnos a ellos. En este momento, cualquier alegría, por pequeña que sea consigue consigue  grandes efectos.

Ayer caminaba por la calle Cruz Gallástegui con mi carro de la compra y un amigo me saludó desde la distancia. Ponemos más metros por medio y no nos abrazamos ni nos besamos, pero seguimos sonriéndonos porque no hay gesto más saludable que la sonrisa, aunque también sea contagiosa. 

Una mujer entregaba el pan a domicilio en uno de los portales y por el telefonillo anunciaba: “Con el pan, traigo también un caprichito”. Algo se le había ocurrido para alegrarle el día a otra persona que, seguramente, no podía bajar a por su compra. El detalle de quien le traía el pan le haría sonreír en otro día triste de aislamiento, como la sonrisa de mi amigo agitando la mano desde la otra acera hizo que sonriera yo también.

Cuando la amenaza es tan grande que parece una mentira global, necesitamos sentir que aún queda verdad en las personas y en las cosas, como la maravillosa autenticidad del Padre Giuseppe, que mantuvo la coherencia con sus principios y eligió propio  final, sacrificándose por un extraño; como en las cifras que irán contando hacia abajo después de alcanzar su máximo; como en la primavera que, en medio de un cambio vertiginoso, permanece inalterable y sigue trayendo calidez y esperanza aunque sintamos por dentro el frío del peor invierno.