El pasado 27 de abril se celebró el Día Internacional de la concienciación sobre el ruido. Aunque viene celebrándose desde 1996, tiene su origen en el año 1910, cuando el educador Edward B. Nitchie, habiendo sufrido, como persona sorda, las consecuencias personales y laborales de su discapacidad auditiva, fundó el Center for Hearing and Communication, con sede en Nueva York, para ayudar a mejorar la calidad de vida de las personas con sordera y alertar de los peligros que el ruido supone para nuestra salud, promoviendo actividades de concienciación sobre este problema.
Según la OMS la exposición a un ruido superior a más de 70 decibelios durante un periodo prolongado puede producir daños irreversibles en el oído. Además, el ruido constante al que estamos sometidos en las ciudades provoca, sin que seamos conscientes de ello, un trastorno que se empieza a conocer: la socioacusia, déficit auditivo progresivo. Además, el ruido aparece como causa de stress, trastornos del sueño, migrañas, fatiga, irritabilidad, cambios en el sistema nervioso central, cambios hormonales, e incluso déficit cognitivo.
Una semana después del Día Internacional de la concienciación sobre el ruido, intento terminar en mi casa, un primer piso en el centro de Pontevedra, un texto a ordenador.
Como fondo, un ruido infernal de obras, gente saludándose a gritos, alguien que canta en la calle un aria de ópera con música de sintetizador y conversaciones de móvil a una altura suficiente para que yo, que tengo afectada la audición, me entere absolutamente de todo.
La música lleva toda la mañana sonando. Toda la mañana. Un tenor y una taladradora, sonidos absolutamente imposibles de armonizar por mucha voluntad que uno le ponga.
En el bajo del mismo inmueble, hay un despacho de abogados. Si están celebrando una reunión y pasa una cacerolada de protesta, la reunión tiene que suspenderse porque no se escuchan unos a otros en la misma habitación.
Hasta hace poco, el edificio de al lado de mi casa albergaba un supermercado que se ha trasladado y el de enfrente, un comercio textil de una popular marca. El ruido de descarga empezaba a las seis de la mañana y mi cuarto, e imagino que el de muchas otras personas que viven en los edificios aledaños, temblaba con la vibración de los carros.
Hará unos dos años, cuando el problema de ruido era mayor, se me ocurrió exponer el caso en una página de Facebook. Salvo unas cuantas personas amables que me respondieron por privado, o que en la misma página aportaron información útil sin realizar ningún juicio de valor, me cayó tal sarta de insultos que tuve que escribir una segunda nota aclaratoria y salir del grupo. Entre todo lo que publicaron hubo acusaciones tan absurdas como que mi petición para que cesara el ruido era un ataque directo contra los trabajadores que realizaban las operaciones de carga y descarga, o consejos como que si vivía en el centro no podía tenerlo todo y que me aguantase y me estuviese calladita. No se me ocurre ahora comentar nada sobre las caceroladas porque seguramente entenderán que estoy en contra del derecho a la libre manifestación.
Me consta que hay mucha más gente que tiene que batallar a diario en Pontevedra con unos niveles de ruido muy por encima de los 70 decibelios que establece la OMS, domicilios en los que viven personas enfermas para las que resulta imprescindible la tranquilidad del descanso. Ruidos que muchas veces tienen lugar cerca de Hospitales y Centros de salud.
Aunque me ha quedado claro que calladita estoy más guapa voy a correr el riesgo de ser cada día más fea. He vivido situaciones absolutamente indignantes como que, en una convalecencia hospitalaria, el personal sanitario se comunicara dando voces día y noche.
Admiro mucho la labor de los profesionales de la salud, pero el silencio que se debe guardar en los hospitales y que además se ruega, inconherentemente, desde carteles instalados en los propios centros, brilla por su ausencia.
Les puedo asegurar que intentar dormir enganchada a una bomba de morfina para el dolor con un ruido constante en el pasillo, es una experiencia que acaba con los nervios de cualquiera. Creo que unas simples ruedas de goma y un poco más de cuidado es un remedio bastante barato a pesar de los recortes.
Pontevedra, aun siendo una ciudad pequeña tiene un problema muy grave con el ruido. El Concello se ha centrado en la calidad del aire y me parece una decisión muy sabia, pero ha ignorado por completo la contaminación acústica.
Así como algunas de las decisiones de la corporación municipal me parecen acertadas, me van a perdonar quienes no consienten que se opine en contra de ninguna de ellas, que utilice esta ventana para pedir un poco más de concienciación contra las continuas agresiones que sufre nuestro oído y por consiguiente nuestro sistema nervioso.
La peatonalización, con la que estoy de acuerdo en parte, ha supuesto tal grado de caos y embotellamientos de tráfico, que los conductores, atacados de los nervios, utilizan más que nunca el claxon.
La calle de Cobián Areal, contigua al Hospital Provincial, es uno de los nudos importantes de congestión en la afluencia de vehículos y en ella está instalada una parada de taxis. No sé cómo se las ingeniará un taxi para salir en horas punta o un enfermo con dolor de cabeza para descansar, o un vecino que teletrabaje para concentrarse, en cualquiera de las viviendas de esta calle y aledañas.
Estas situaciones podrían solucionarse simplemente con un mejor comportamiento de cada uno de nosotros. No hace falta caminar de puntillas como la pantera rosa, pero si educar en el no grito y el no golpe, por ejemplo. O utilizar carros un poco más ergonómicos o no subir y bajar las persianas como si fuésemos a guillotinar pájaros, o no dejar caer la tapa del contenedor de golpe, o no dar portazos o tantos oes que no me caben en la página.
El problema, solo en Galicia, ha adquirido tal magnitud que existe una asociación de abogados especializada: Juristas contra el Ruido, con sede en Ourense, Santiago y Vigo, además de otras dos en León y Madrid. El despacho de Vigo está dirigido por D. Eugenio Moure y atiende consultas de toda la provincia, incluida Pontevedra capital.
Pero a pesar de la gran labor que realizan asociaciones como ésta, mientras las administraciones, que son las que tienen poder real para destinar medios y realizar campañas de educación, sigan gastando el dinero de todos en otras cosas mucho menos necesarias, como rotondas, "lombos" y bolardos y sigan ignorando la contaminación acústica, cada vez habrá más personas y animales (afectados especialmente por la pirotecnia) sufriendo el impacto del ruido en su salud mental y física.
Algunas de las sugerencias del Center for Hearing and Communication de la ciudad de Nueva York que se siguen en otras partes del mundo, son: programar reuniones en ayuntamientos para realizar minutos de silencio y prestar atención al ruido que los rodea, actos simbólicos en espacios públicos, actos educativos e informativos en las escuelas, concursos de dibujos y mensajes a través de redes sociales.
Además de exportar nuestro modelo de ciudad, podríamos también importar modelos de otras, hasta que el nuestro esté realmente completo.