Siempre hay cadáveres prescindibles (Parte 15ª)

25 de abril 2023
Actualizada: 18 de junio 2024

Había bajado al portal para fumar. El matrimonio había insistido en que podía hacerlo en la ventana o en la cocina con la puerta del patio abierta, pero K. necesitaba salir de aquella casa algún tiempo. Aunque sospechaba que Ángel Layana podía haber fallecido (recordaba su rostro ausente dentro de una caótica mente que sólo vivía de latigazos de un pasado que le terminó siendo hostil y desleal), la noticia que le dio Martos le desbarató

Había bajado al portal para fumar. El matrimonio había insistido en que podía hacerlo en la ventana o en la cocina con la puerta del patio abierta, pero K. necesitaba salir de aquella casa algún tiempo. Aunque sospechaba que Ángel Layana podía haber fallecido (recordaba su rostro ausente dentro de una caótica mente que sólo vivía de latigazos de un pasado que le terminó siendo hostil y desleal), la noticia que le dio Martos le desbarató. Al final tuvo que dejar solo a su mentor y maestro por las necesidades propias de su matrimonio. Eso nunca se curó en su interior. Los últimos años en el grupo Albur, que Layana lideraba y en el que K. irrumpió como una promesa futura de la literatura nacional cobijado bajo el ala de aquel, fueron demoledores. Layana comenzó a discrepar, cada vez más, de la política cultural del Gobierno de Felipe González y los enemigos se multiplicaron. Poetas que se vendieron para hacerse políticos de salón y que acabaron vendiendo a Layana por mucho que este representara la literatura de vanguardia en torno al grupo Albur. "Le vendieron y le dejé solo", escuchó que decía su cabeza.

K., mientras apuraba su cigarrillo apoyado en el quicio del portal, divisó un bar pequeño con un par de mesas vacías en el exterior. Cruzó la estrecha calle Carnicer, no sin antes saludar a la chica mulata de la peluquería llevándose la mano al ala del sombrero, y se sentó en la terraza. Pidió una jarra de cerveza con urgencia. El camarero, un tipo sudamericano de andar cachazudo y mirada traspapelada, le sirvió lo más rápido que pudo. K. le pagó para que no tuviera que volver a molestarse en andar los cinco o seis metros que le separaban de la barra.

Prendió otro cigarrillo mientras bebía la cerveza como ese elixir al que rendía devoción diaria. No deseaba que sus pensamientos se volvieran a enmarañar. Por eso volvió a Mésio. Invitaría a cenar a Baldomero a Francachela, aunque le costara un ojo de la cara, y ver lo que podía sacar en claro de la cena de Los Heraldos. Eran más de las doce, según vio en un reloj de Coca-Cola en el bar, tal vez sería buena idea visitar esa misma tarde las dependencias del Atlético Tres Cantos. Sin Baldomero. No quería meterle en líos, como él mismo le sermoneaba. Apuró la cerveza de un par de tragos.

— Le rogaría que no se demorara mucho -le dijo Mari al abrirle la puerta de entrada. Desde sus extenuados ojos se marcaba una tendencia que desplomaba sus ojeras- Si se fatiga su cabeza pasará una mala tarde y quién sabe si no noche también.

Eduardo escudriñaba la ventana de cristales velados que tenía a su derecha con la delectación de un viaje que nunca acompañaría su cuerpo. K. sopesó su perfil enjuto, con la nariz reclamando sus rodillas, como el de la silueta de una estatua en una postura ufana. Instantes después, cuando se percató de su presencia, regresó a la fatigosa respiración, a su lucha por la sobrevivencia.

— Mari se ha ido a ver una serie de televisión que le gusta -le dijo sonriente, guiñando los ojos con complicidad- Ahora podremos hablar más libres, querido amigo. Le he dicho a mi mujer que te traiga otra cervecita que yo sé que tú no le harás ascos. Anda, tómatela antes que se caliente.

K. se desembarazó de la cazadora y sacó los ocho folios que componían el relato de Isabel Garrido. Le explicó el motivo de su visita dejándole los papeles encima de la manta que cubría sus rodillas.

– "Aquella vez que visité el ayer" Hum… Si tú me dices que es bueno no tengo duda alguna que lo será -dijo el viejo cogiendo temblorosamente los folios- Acércame esas gafas que están sobre la mesita.

Eduardo Martos comenzó a leer. Desde su pecho se escuchaba el ronquido de sus pulmones enfermos.

K. le dio un tiento al botellín de cerveza.

— Lo terminaré luego. -dijo dejando los papeles sobre la manta- Trabajo con un ingeniero de no sé qué que ha montado una editorial con otros socios. Es buen tipo, bueno de esos de ahora que todo lo quieren rápido y ganancial. Les importa poco el texto. Que venda y listo. Pero…. tal vez pueda hacer que lo publiquen en una revista literaria. Es mejor idea. "La escalera de caracol" ¿Te suena? Bueno, si estás descolgado de este mundo literario no tiene por qué. Le lleva un tal Lucio Szwedko Ruiz, un tío muy lúcido de padre polaco y madre soriana. Está muy puesto en poesía actual y en autores jóvenes. Te caería bien. Sí, Lucio mejor que el editor. Déjame tu teléfono y te llamo con lo que pase.

Volvieron al tema del pasado, aunque K. bordeó todo lo que pudo, y al final se centraron en sus vidas actuales.

— Añoro el tiempo pasado- dijo Eduardo llenando su pobre pecho de nostalgia- pero por las tardes, en las tres o cuatro horas que abro la librería, me lleno de felicidad. Entre mis libros, con los escasos clientes que entran, paso las mejores horas del día. No me pesa el tiempo, ni siquiera este trasto, -señaló a la máquina concentradora de oxigeno- simplemente el olor a libros me revive, créeme. Tú eres más joven. ¿Cuántos abriles tienes?

— Sesenta y siete. Decir que soy joven es como si te asegurase que soy Jeff Bezos.

K. se arrellanó en su butaca después de apurar el culillo del botellín.

— Así es la vida. Pero….pero…. hay algo que no quiero que te vayas sin responderme -Martos quiso buscar los ojos de K. Torció su cuello y le observó unos instantes- ¿Por qué abandonaste la literatura? ¿Qué diantres te pasó? Joder, eras bueno y sé que lo sigues siendo. ¿Qué pasó?

K. se irguió. Sintió unas ganas enormes de llevarse un pitillo a la boca y de beberse un mar de cerveza.

— Ya no tenía nada que decir, Eduardo. -contestó incómodo, restregándose el mentón varias veces- Creo que hice bien aunque nunca lo sabré. Los versos, los relatos, las novelas….. quedaron huecos. No hubieran sido míos. Es como….No sé…. Si escribir fuese una grandiosa manera de mentirles a todos y a mí en particular. Me convertí en un embustero sin nada que contar. Ahora todo es mejor.

— Me contaron que te divorciaste. Dos hijos, tu mujer, un barrio que no es el tuyo, amigos, colegas que dejaste atrás. No entiendo, K. Parece que optaste por un infierno consentido, adquirido, un infierno a tu medida.

K. se incorporó y tendió la mano a su amigo librero.

— Es mejor que me marche -dijo turbado, diríase que tímido- Nos vamos a poner muy nostálgicos y eso perjudica a tu salud. Te apunto mi teléfono aquí en este papel.

Se despidió de Mari e hizo una seña con la mano a su amigo cuando salía por el pasillo.

Prendió un cigarrillo nada más pisar la calle. Llenó los pulmones con el aire mundano y tosió. En el primer bar de la calle Bravo Murillo se tomó otro tanque de cerveza.

Cuando apenas dio el primer sorbo, sonó el móvil.

Coño, llevo llamándome un buen rato y nastis.

Era la voz de Baldomero.

Le dijo que estaba en casa de ese amigo que le mencionó por la mañana. "Lo tenía en silencio"

Mira, me ha llamado Frutos y tiene algo relacionado con la muerte de Mésio. No él directamente pero uno que conocen. No voy a contarte nada ahora, así date prisita y nos vemos en Las Torres a comer.

Y colgó sin más.