Las tradiciones son el hilo conductor que conecta el pasado con el presente, transmitiendo valores, identidad y sentido de pertenencia de generación en generación. Entre estas tradiciones, pocas tienen un simbolismo tan profundo y una trascendencia tan universal como el juramento a la Bandera, un acto solemne que, en muchos países, representa el compromiso más puro con la patria y los valores que simboliza.
El día 26 de enero marca medio siglo desde que juré la Bandera en el patio de armas de la Academia de Guardias de la Guardia Civil en Úbeda (Jaén). Este emotivo acto significó el inicio de mi carrera profesional en la Benemérita, un camino lleno de dedicación, esfuerzo y sacrificio que se extendió a lo largo de 46 años. Reflexionar sobre aquella jornada me llena de orgullo y emoción, pues ese día sellé un compromiso que ha guiado mi vida y mi vocación de servicio al ciudadano.
La jura de Bandera no es solo un acto protocolario, es un momento que trasciende lo individual, convirtiéndose en un puente entre las Fuerzas Armadas y la sociedad a la que sirven. Representa la perfecta identificación del pueblo con sus defensores, afianzando los lazos que unen a ambos en una relación de mutua confianza y respeto. En mi caso, fue también el instante en que, tras semanas de ensayos y preparativos, pude sentir la fuerza de un acto castrense en toda su solemnidad.
Aquella ceremonia, presidida por la disciplina, la marcialidad y el profundo respeto a nuestros símbolos nacionales, permanece imborrable en mi memoria. Recuerdo el sonido de las marchas militares que acompañaban nuestro desfile, el calor del aplauso de los familiares y amigos presentes, y el solemne momento del juramento. El texto resonó en nuestros corazones, y con una fuerza especial, gritando al unísono, nos comprometimos a "respetar y obedecer siempre a nuestros jefes, no abandonarles nunca y derramar, si fuera preciso, en defensa del honor e independencia de la Patria, y del orden dentro de ella, hasta la última gota de nuestra sangre". Estas palabras, selladas con un beso en los pliegues de la Bandera, constituyeron un compromiso inquebrantable que intenté honrar a lo largo de toda mi carrera.
Es por eso que, más allá de su significado simbólico, la jura de Bandera tiene una trascendencia práctica que contribuye a la formación de valores fundamentales como la disciplina, el respeto, la responsabilidad y el sentido del deber; refuerza la identidad de los militares como miembros de una institución con una misión específica y un código de honor propio y vincula a las Fuerzas Armadas con el proyecto democrático, garantizando su sujeción a la Constitución y a las leyes.
Hoy, 50 años después, sigo emocionándome al recordar ese primer acto castrense. Es una prueba de que las tradiciones, lejos de ser un simple ritual, tienen el poder de marcar nuestras vidas, de dar sentido a nuestras acciones y de inspirarnos a seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles. Es un vínculo indestructible que me une a mi país, a la Guardia Civil y por ende a las Fuerzas Armadas. Y aunque el tiempo haya pasado, los valores que me inspiraron a jurar fidelidad a la Bandera siguen siendo tan relevantes como siempre.
Como dice mi amigo M. Ángel Morales:"Llorando te besé jurando lealtad, promesa de esperanza, paz y libertad". Estas palabras resumen a la perfección lo que significa para mí el juramento a la Bandera. Es una promesa de esperanza, un compromiso con la paz y una defensa incansable de la libertad.