Hablaba estos días pasados con una amiga y un amigo sobre la capacidad de perdón. Les decía que está sobrevalorado. No es la primera vez que lo oyen y siempre les deja un poco descolocados. Pero mis razones tengo para decir algo tan feo.
Cuando un león le da un zarpazo a un ciervo, el ciervo no vuelve a ponerse a su alcance. Es instinto de supervivencia. Los animales son más simples que los humanos y, en la práctica, más inteligentes. Solo los humanos caemos dos veces en la misma trampa.
El ser humano tiene además un sentido demasiado desarrollado de la propiedad.
Un animal pare sus crías y las defiende pero no se le ocurre pensar que son suyas, ni ellas ni su pareja. Las defiende porque las quiere. A los humanos, el adjetivo posesivo nos nubla la mente: "mi" amigo, "mi" pareja, "mis" hijos, "mis" padres, "mi" perro. La creencia de que como algo o incluso alguien es mío, puedo hacer con él lo que me da la gana.
Nadie es libre cuando tiene dueño.
A mí me gusta pensar que ni siquiera mi perra es mía. Nos conocimos, nos aceptamos y decidimos estar una con la otra. Las dos. Tenía ya nombre cuando la encontré. La cuido porque la quiero, pero no porque sea mía, aunque por supuesto soy responsable de todo lo que ella haga.
No tengo hijos, pero si los tuviera me gustaría seguir pensando que habrían llegado al mundo a través de mí pero que su vida es suya. No me pertenecería nunca por mucho que fuese su madre.
Si creemos que poseemos algo nos creemos con el derecho de tratarlo como nos apetece, bien o mal. Abusamos porque la propiedad nos inyecta una sensación de superioridad que nos convierte en abusadores. El hombre sobre la mujer: Mi mujer. La mujer sobre los niños: mis hijos. Los niños sobre los animales: mi mascota. O todo mezclado. O todo a la vez.
Nos han hablado de las bondades del perdón pero no de sus límites: el perdón tal y como nos los cuentan ha de ser ilimitado y por una razón simple que viene impuesta. A tu pareja tienes que perdonarla porque es tu pareja. A tus padres porque son tus padres. A tus hijos porque son tus hijos. No importa el daño que te hayan hecho: los zarpazos físicos o morales. No importa, porque te debes a ellos. Te debes. Como si la vida fuese un sacrificio.
Pedir perdón es un gesto bonito. Pero si el perdón no va acompañado del arrepentimiento y del convencimiento firme de no volver a hacer daño, es un gesto vacío.
Está tan sobrevalorado que, si se hace públicamente, es la mayor declaración de respeto.
Sube puntos de hombría reconocer que ha sido el elemento masculino de la pareja quien le ha fallado a "su mujer". Entendiendo por haberle fallado, haberla engañado. Pero como lo ha admitido sigue siendo macho alfa y encima le ovacionan. Y ella perdona porque, al fin y al cabo, él ha tenido el noble gesto de reconocerlo, con lo mucho que cuesta. Sube puntos reconocer ante el mayor número de gente posible el engaño: Él se queda con el supuesto mérito y ella con la vergüenza.
Defendí ante mis amigos que no perdonar no significa que vayamos a vengarnos o a castigar a nadie, respondiendo con la misma ofensa. La venganza no me parece necesaria. No hace falta desear mal a nadie ni mucho menos causárselo aunque él o ella nos lo haya hecho antes.
Lo que quise decir es que podemos llegar a perdonar de corazón, pero no nos conviene olvidar aquello que nos hace daño. Que sí es necesario alejarse de quien nos causa dolor. Aunque sea la persona más cercana. Aunque él mismo o la sociedad entera le hayan dado un título de propiedad sobre nuestros sentimientos. No lo tiene. Aunque según él o ella nos quiera. Incluso aunque nos haya puesto en este mundo. No lo tiene.
Si perdón significa no causar más daño, entonces estoy de acuerdo con darlo. Pero si para perdonar hay que volver a exponerse al dolor, entiendo que es mejor guardárselo. Si eso me hace un ser rencoroso, lo acepto como un mal menor, aunque no entiendo que quien establezca un límite al perdón sea tachado de orgulloso, soberbio o falto de generosidad.
Al perdón, esa palabra tan bonita, la están pervirtiendo, le están prostituyendo el significado.
Lo están utilizando como salvoconducto para volver a maltratarnos.