Transoceánico (10ª parte)

30 de noviembre 2021
Actualizada: 18 de junio 2024

Cuando el resto del pasaje pudo percatarse del barco divisado, la algarabía se redobló. La gente agitaba las manos enfebrecidos, chillando, saludando a los que deberían esperarlos con similar entusiasmo que ellos

Cuando el resto del pasaje pudo percatarse del barco divisado, la algarabía se redobló. La gente agitaba las manos enfebrecidos, chillando, saludando a los que deberían esperarlos con similar entusiasmo que ellos. Los tres líderes que manejaban el motín, tras la euforia, se reunieron en la cubierta en una conversación que parecía sustancial. Gjon y Dardan, los albanokosovares, movían con autoridad sus dedos índices señalando la dirección del barco avistado y el pecho de Carlangas. Callaban unos instantes escuchando las palabras del proxeneta para después alzarse de nuevo en sus escandalosas reivindicaciones.

— ¡Aquí autoridad sólo nuestra! -decía Dardan, el más descarado, un tipo de facciones fieras, macizo a lo ancho y a lo largo. Esgrimía su arma moviéndola con destreza arriba y abajo- ¡Nosotros dos conocer guerra y saber cómo comportarse!

Abordaremos barco y confiscar comida, armas y todo necesario –apuntilló, con más calma, Gjon.

Carlangas, más bajo que los otros dos y enclenque, agitaba su coleta de pelo lacio tratando de tranquilizar la violencia de sus compinches.

— Pero "tranquis", colegas, que vosotros plantáis una bala antes que un suspiro. No sabemos lo que se cuece allí y es pronto para hacer planes. ¿No os parece?

— ¡¡A saco, hostias!! -gritó Dardan, desentendiéndose del grupo- ¡¡Ellos o nosotros!! ¡¡¿Todos con nosotros?!!

Terminó voceando dirigiéndose a los pasajeros que abarrotaban la cubierta.

Se escuchó un "sí" temeroso pero unánime.

Marrupe entró en la cabina de mando echando chispas. El capitán avistaba la nueva embarcación desde sus prismáticos mientras Briones seguía el rumbo con una manifiesta ansiedad.

— ¡Capitán, esos cafres extranjeros están tramando asaltar el barco! ¡Arengan a los demás para que haya una masacre!

El capitán no dejó sus binoculares, se encogió de hombros dando un resoplido.

— ¿Y que se cree usted que vamos a hacer nosotros? -dijo parsimonioso- ¿En algo les podemos ayudar? Necesitamos lo poco o mucho que tengan, Marrupe. Trasmita la orden de que preparen todos los marineros sus armas, ¿entendido?

El veterano marinero masculló algo entre dientes y salió dando un portazo.

— Estos veteranos tienen demasiados escrúpulos; serán religiosos devotos. ¿No lo cree así, Briones?

El cabo dijo un sí lacónico que se le escapó de entre los labios con un silbido.

Tan sólo Mamadou y Baldomero seguían cercanos a la vigilancia del respiradero. Ana y J. se habían escurrido por cualquier rincón para celebrar de forma íntima la buena nueva. Se les veía animados, confiados en que con la llegada al barco tendrían la certeza de una respuesta concreta a sus inquietudes. "Y si en ese barco estuviesen nuestros hijos", le llegó a decir Ana a J. toda encendida. "O sepan algo de las otras embarcaciones", dijo él cauteloso. Úrsula, Fulgencio y Arturito prefirieron regresar al cuartucho para preparar algo comestible con lo que había traído Mamadou. "Yo quiero ver el barco nuevo", protestaba el niño cuando descendían por la escalera de caracol.

— Te noto tristón, viejo gruñón -le dijo el negro, mostrando sus inmaculados dientes marfileños- Tú dejaste al señor K en barrio y andas pachucho o, otras, siempre de mala leche.

Baldomero sacudió la cabeza con brío.

Estaban sentados en el suelo al final de la escalera, junto a la puerta de salida a cubierta y bajo el respiradero. Se agarraban las piernas con los brazos reposando la cabeza en ellos.

— Que no, que no es eso. -contestó el anciano fastidioso- Claro, joder, que me encabronó que K se quedara, claro que sí; ese viejo cabezota que tiene la cabeza encharcada de cerveza. Pero….pero no es eso….y lo es también, Mamadu. Y si él tuviese razón en que no hay escapatoria, que toda esta huida hacia donde coño sea no es más que una desesperada intención primaria consentida por los gobiernos que no quieren soltar prenda y les importamos un "güevo". Mira, grandullón, escucha: tengo fundadas sospechas que este viaje es un fraude, tan engañoso como la vida misma, un entretenimiento para viajar a la nada, ¿entiendes?

El negro no perdía su sonrisa. Negaba con la cabeza cerrando intermitentemente los ojos.

— Baldomero muy pesimista; hambre o frío le convierten loco, chivani. En mi país hombres viejos como tú algunos sabios, otros "taraos" –dijo Mamadou, barrenándose la sien con el dedo índice.

El viejo se levantó brioso. Desde su posición miró con fijeza la sonrisa perenne del otro y cerró los ojos unos segundos.

Ese gorro del pato te hace una jeta de gilipollas -dijo con falsa crudeza- Y échate algo por los hombros que con esa camisa, que parece un pijama, levantas cencío.

Mamadou lanzó una risotada.

— ¿Cen-cí-o? Muy, muy chivani, señor Baldomero. –decía hundiendo la cabeza entre las piernas.

El capitán pareció inquietarse. Cambió su posición en el ventanal de la cabina de mando y ajustó sus binoculares girando la rueda entre las dos lentes. Briones advirtió la agitación de su superior.

— ¿Ve algo, mi capitán?

— El barco tiene banderas de Canadá, Brasil, Argentina y Estados Unidos. Cuelgan al costado de estribor en el nivel cinco. Hay unas….. diez o doce personas que agitan sus brazos hacia nosotros desde la borda. ¡Están en muy malas condiciones, Briones! Delgados, muy desmejorados. ¡Joder, creo que hay cadáveres tirados por la cubierta! ¡Santa Virgen juraría que el barco no se mueve! Mire usted, Briones, que se me están revolviendo las higadillas.

El cabo fue presto a coger los prismáticos. Los enfocó concienzudamente recorriendo el barco. Tardó un par de minutos en hablar.

— Capitán, ese barco anda a la deriva……Y sus pasajeros son…… supervivientes de algo muy grave.

Dijo el cabo primero entregando el utensilio al capitán. Estaba lívido. Unas gotitas de sudor se abalanzaban sobre sus cejas desde su amplia frente.

— ¿Cambio el rumbo, mi capitán? -le preguntó buscándole el rostro.

— No. Siga hasta ellos, nuestra intención sigue siendo la misma. Tenemos que saltar al barco antes que esos malnacidos. Usted y Marrupe se quedarán aquí, al mando. Yo iré al barco con el resto de los marineros. Tenemos las lanchas salvavidas en nuestra posición y esa baza jugaremos.

— Pero, mi capitán, nuestra situación es………

— ¡Obedezca, cabo! -exclamó el capitán exaltado.

Luego se dejó caer abatido sobre la encimera junto al amasijo de planos. Se restregaba la frente con fruición, entornando los ojos, moviendo las manos en masajes circulares, como si tratase de sacarse de la cabeza una honda confusión o una decisión trascendental.