Transoceánico (3ª parte)

12 de octubre 2021
Actualizada: 18 de junio 2024

En pocos minutos la situación se hizo tan turbulenta que el puente de embarque y el muelle era un abigarrado bullir de gentes desesperándose por subir al buque. Los pocos soldados que consiguieron salir ilesos de la avalancha disparaban al aire muy alejados de la zona del conflicto

En pocos minutos la situación se hizo tan turbulenta que el puente de embarque y el muelle era un abigarrado bullir de gentes desesperándose por subir al buque. Los pocos soldados que consiguieron salir ilesos de la avalancha disparaban al aire muy alejados de la zona del conflicto. También había personas a nado, caídas desde la zona del puerto o del puente, que luchaban por escalar el muro de contención. Desde cubierta, los embarcados, observaban atónitos y temerosos la escena.

— ¡¡Zarpemos de una jodida vez!! ¡Briones, encienda motores y salgamos de aquí cagando leches!

El capitán, el rostro encarnado y ladeada su gorra de plato, salía y entraba en el puente de mando. Daba órdenes dispares al cabo primero, primer oficial ante la falta de ellos, mientras se desabrochaba los tres botones superiores de la guerrera.

Los otros diez marineros trataban en cubierta ubicar el aluvión de pasajeros.

— ¡¡Métanlos a todos en la sala de actos, joder, y empiece con las ordenanzas, Marrupe!! -se desgañitaba el capitán, encaramado en el puente de mando.

La rotura de la pasarela de embarque dio con más de cincuenta personas en el agua. Se escuchó un griterío, tras el chasquido de los anclajes, que desencadenó la ira de los que permanecían todavía en el muelle.

El barco viró estrepitosamente a la derecha para, después, en una insólita maniobra, girar al lado contrario y enderezarse tras un vaivén que desparramó a la mayoría de los embarcados.

— Como nos conduzca así Briones nos hundimos antes de perder de vista la costa. -dijo un marinero a otro con guasa.

Se fueron alejando del puerto dejando una imagen dantesca. El griterío, las maldiciones y los insultos no dejaron de escucharse hasta bien entrados en el mar al tiempo que otros trataban inútilmente de abordar el barco a nado.

A Baldomero y a Mamadou les vino de perlas el tumulto: pronto descendieron del techo del contenedor y se mezclaron con la confusa multitud. El mulato tiraba del anciano del soltura pues medía casi dos metros y pesaría bastante más de cien kilogramos; todo un gigante ataviado con un gorro de lana con el dibujo al frente de El Pato Lucas.

— Tan grande y tan "echao" a perder. -decía Baldomero soslayando el gorro y negando con la cabeza.

En el puente de mando reinaba un silencio sepulcral. Briones, que tenía las nociones básicas para dirigir una embarcación de esa categoría, no quería ni mirar al capitán.

— Vaya "embolao" que nos han metido con el jodido sorteo. Vaya "embolao"

Musitaba una y otra vez el capitán observando el horizonte marino que se abría ante ellos.

— Perdone, mi capitán, pero…..pero…... ¿Cuál es nuestro rumbo?

El capitán pareció salir de su ensimismamiento. Meneó el bigote pensativo y, acto seguido, se agachó a por unos planos arrugados que estaban tirados bajo la mesa.

— Hum…. Hum….. 247,5 grados… Hum…. rumbo Suroeste, Briones…… Teclee las coordenadas equivalentes en el ordenador. Aceleración a medio gas, viento a favor.

Dijo el capitán con abatimiento, pasándose varias veces la mano por la frente sudorosa.

— A la orden, mi capitán.

Dos de los marineros ilustraban a los pasajeros sobre sus obligaciones en el barco. Por megafonía enumeraban las labores cotidianas que tendrían que emprender para el buen orden de la travesía. Las salas 7, 8, 11 y 12 estaban habilitadas para dormitorios y las 9, 10, 13 y 14 para comedores. Tendrían que ocuparse de la limpieza y de las comidas según habilidades de cada cual. Deberían nombrar a un responsable, cada docena de pasajeros, para organizar los grupos y las dependencias.

— ….. Hoy tenemos aseguradas las dos comidas que no quedan, las camas y la limpieza, pero mañana todo debe funcionar según lo dicho. El ejército no cuenta con más personal dadas las excepcionales circunstancias y esperamos que todos arrimen el hombro según sus conocimientos y facultades.

Terminó diciendo Marrupe, el marinero de más edad, desde el proscenio.

Un murmullo siguió a la alocución de Marrupe.

— Yo he pagado mis impuestos y ¿para qué? -dijo un espontáneo alzando el puño.

— Nos tratan como ganado y además nos exigen currar por la cara.

— Lo primero de todo es que nos informen dónde narices vamos.

— Eso. Y cuál ese fondo que prometió el Gobierno para los desplazados forzosos.

— Mis hijos y yo llevamos sin comer desde ayer al mediodía.

— Y mi mujer anda fastidiada con el embarazo.

— Además mi familia tiene…….

— ¡¡¡Silencio!!! -gritó Marrupe- ¡Señoras y señores pasajeros!……. ¡Esto es lo que hay! ¡Dejémonos de perenmendengues!

El murmullo, aunque no cesó del todo, bajó intensidad. Se comentaba pero en privado, se veían los rostros cansados, encorajinados, pero en familia, sin querer trascender a lo público.

— Ahora, muy ordenadamente, vamos a buscar acomodo en el barco hasta las catorce horas que serviremos el almuerzo en las salas 9, 10, 13 y 14. Vayan organizando los grupos porque mañana será otro día. Por cierto…… ¡bienvenidos todos al transoceánico!

Ortiz, el otro marinero que había asistido a la reunión, felicitó a Marrupe por la oratoria. "Has estado convincente y flemático", le dijo pletórico. "¿Flemático?", le contestó Marrupe arqueando las cejas. "Sí, con flema", aclaró el otro. Mientras se iban al cuarto de tropa, Marrupe carraspeó varias veces.

Ana y Jota paseaban entre los trastos dentro del contenedor. Apenas habían dormido.

— ¿Tardarán mucho en abrir la puerta? -preguntó Ana, ahogando un bostezo.

— No creo, hay alimentos de primera necesidad aquí además del azúcar.

Jota se agachó para tirar del plástico de una barra de fuet que se escapaba por entre una de las cajas.

— De momento vamos a dar cuenta de este sable.

Partió con la mano en dos trozos la pieza y le dio una a ella. Comieron con avidez, en silencio, rumiando a escondidas sus pensamientos.

— Pienso en nuestros hijos -dijo ella, terminando de masticar el último trozo- Es triste no saber nada.

Jota hizo un gesto torciendo la boca.

— Todo ha sido muy alocado, reaccionar era lo primero, pero son adultos, saldrán adelante…… Como todos. No te apures.

Ana perdía la mirada con introspección.

— Pero es triste…..Muy triste.

Jota se acercó a ella con intención de abrazarla, pero Ana se retiró dándole la espalda.

— ¿Dónde saldremos adelante, Jota? -dijo alejada.

Jota no respondió. Lió un pedazo de cartón de una de las cajas para ponérselo en la boca como si fuera un cigarrillo. Dio una calada profunda y expulsó aire cerrando los ojos con delectación.