Un sueño lúcido

09 de noviembre 2023
Actualizada: 18 de junio 2024

Las doce y media de la noche. El aire choca contra las persianas. Dentro de casa la temperatura es muy acogedora. El sonido del televisor comienza a diluirse en mis oídos. Tengo sueño. Sin embargo, estoy ansioso de emprender la aventura. Sería mi segunda vez. Tras mucho tiempo de entrenamiento lo conseguí tres noches atrás

Las doce y media de la noche. El aire choca contra las persianas. Dentro de casa la temperatura es muy acogedora. El sonido del televisor comienza a diluirse en mis oídos. Tengo sueño. Sin embargo, estoy ansioso de emprender la aventura. Sería mi segunda vez. Tras mucho tiempo de entrenamiento lo conseguí tres noches atrás. No tiene mucho valor el saber que se está soñando y tengo la necesidad de ir más allá. Mi siguiente paso es construir el guion de mi ensoñación. He pensado que esta noche debería cruzar el desierto de Namibia. Después del viaje me toparé con el Atlántico para entregarme a sus aguas en un gratificante chapuzón. Así terminará el sueño, no de otra forma, mientras admiro el reflejo del sol en el mar. Aprieto el botón off del mando. Pongo el despertador para las cinco de la mañana (es necesario hacer esto), con el propósito de quedarme dormido de nuevo tras hacer unos ejercicios. Me desvisto. Las sábanas están frías sólo por un instante. Pronuncio unas palabras repetidamente a modo de autosugestión. Cabeceo. Duermo. Suena el despertador a las cinco de la mañana. Hago los ejercicios. Mi consciencia se dispersa…

El sol reverbera en la arena. Hago una prueba: me desnudo y me tiendo en la ardiente duna. No siento calor; no obstante, mi frente está empapada de sudor. Paso la mano por ella sin llegar a percibir la humedad. Estoy soñando… Me levanto. Curiosamente vuelvo a estar vestido. Inicio el camino por el desierto del Namib tal y como había planificado en la vida real. Me cruzo con árboles muertos. Sus ramas desnudas parecen querer guiarme entre los ocres y el silencio. El silencio, este silencio, simplifica enormemente mi propósito. Soy capaz de mantener la concentración para llegar hasta el final. Esto es fundamental porque es mi segunda vez, y la primera en la cual doy forma a mi sueño: como un alfarero al barro.

Un oryx solitario me observa desde una distancia media. Me extraña que esté solo pero a fin de cuentas así lo quise cuando estaba despierto. En mí, por lo tanto, está la respuesta. Sus negros y afilados cuernos rasgan el horizonte rojizo quedando completamente definidos entre tanta confusión. Nos miramos fijamente a los ojos hasta que de un inesperado brinco, se aleja entre la aridez de este territorio tan atroz como bello.

Escucho una voz. Esta voz se ha colado en mi guion; no debería estar aquí. Una voz lejana, como un susurro que, sin embargo, no proviene del lugar donde estoy. Una voz que se va acercando a mis oídos e intenta advertirme de algo. «Estás tomando el camino equivocado. Por el otro lado», distingo al fin. No sé si hacer caso a la sugerencia. Voy por donde me dice. El camino comienza a desaparecer, se difumina al igual que si se pasara un algodón por un dibujo al carboncillo. Despierto. «Estás tomando el camino equivocado», dice alguien en la radio. ¿Cómo he podido dejar la radio encendida? ¿Cómo no advertí que podría interferir en mi sueño? La apago. Aún estoy a tiempo. Duermo. Sí, no es demasiado tarde y retomo la historia. Tranquilo, no pasa nada.

El camino vuelve a ser nítido. Continúo andando. El sol ya está muy bajo y pronto se ocultará detrás de la gran duna que oculta lo que tengo delante. Descuelgo el macuto de mis hombros y me dispongo a improvisar una pequeña tienda de campaña. Espero porque comienza a llover de forma torrencial. Afortunadamente no dura más de unos minutos. Tengo o creo tener un frío cada vez más creciente. Llega la oscuridad que me hace descansar de los rojos; me tumbo; cierro los ojos; duermo; sueño (no recuerdo el sueño).

Tengo o creo tener calor. Me despierta la claridad. El camino es largo pero si no lo abrevio pronto se convertirá en pesadilla. Y ahí, subiendo la duna, lo tengo por fin. La inmensidad del océano inunda mis ojos. Me sumerjo en sus aguas en las cuales se refleja un enorme sol. Nado entre sus rayos…

La próxima vez mi maestro y yo tenemos pensado la misma ensoñación. Nos encontraremos en el mismo sueño, veremos las mismas cosas, al mismo tiempo, y cuando al día siguiente hablemos nos contaremos cada detalle. Toda tendrá que ser idéntico para los dos. Si lo conseguimos será el sueño lúcido más impresionante que jamás haya vivido alguien o, al menos, lo será para mí. Un gratificante y buscado sueño lúcido.