Y nos dieron las diez

26 de agosto 2019
Actualizada: 18 de junio 2024

Romper con las exigencias laborales de forma natural puede implicar que te ha tocado la lotería, has heredado substancialmente o, como sugiere Serrat en su inmortal canción, "viajas en esa barca que se aleja con viento otoñal"; aunque también podamos contemplar la híbrida posibilidad que te hayas jubilado, habiendo resistido todos los sopapos con los cuales terminas doctorándote en lo que sea hayas hecho 

Romper con las exigencias laborales de forma natural puede implicar que te ha tocado la lotería, has heredado substancialmente o, como sugiere Serrat en su inmortal canción, "viajas en esa barca que se aleja con viento otoñal"; aunque también podamos contemplar la híbrida posibilidad que te hayas jubilado, habiendo resistido todos los sopapos con los cuales terminas doctorándote en lo que sea hayas hecho.

El caso es que, una vez hayas roto con la "disciplina de partido", los hábitos de la alienación sectaria adquiridos durante tanto tiempo van perdiendo fuerza y, entre la pérdida de normas, comienza a funcionar el oxidado reloj biológico que te pararon unos setenta años atrás, más o menos, cuando, tras el destete, comenzaron a forzar tu tiempo entre biberones, horas y límites en tu sueño, uso del orinal, horarios de guarderías…, lo cual te lleva a preguntarte desde cuando realmente no eres libre o si es que lo fuiste alguna vez.

Manuel Martín Ferrand, allá por el setenta y dos, consiguió abrir una brecha en la nocturnidad oscura de la vida de todos a través de la radio con su programa "Hora Veinticinco". En el tándem con José María García, aquella nueva hora, aparecida como un sueño, sabía a poco. Por lo que uno, en aquella Siemens de válvulas con rejilla de cuerda en la que destacaba el círculo negro de un fidelísimo altavoz, empalmaba la "veinticinco" con lo que cayese después, dándole al dial babilónico de atrás hacia adelante, entre la "suciedad de lenguas", buscando entre las voces de aquel enorme mercadillo un discurso nuevo con tal de alejar la oscuridad, impuesta por los horarios oficiales, que te sumía en la negrura de la noche, en la espera de un alba que tardaba y tardaba en llegar. Visto hoy día, el goce en la escucha de aquel programa de la S.E.R. me reafirma en el reconocimiento del peso de la bola al otro extremo de la cadena que sujetaba mi tobillo, otro impedimento a la libertad de un vivir natural propio de la época, otra estúpida imposición.

No te hay como llegar a jubilado, entre otras cosas porque, habiendo llegado, no lo puedes evitar, gracias a Dios. Cuando lo estás, cuando vives en el nirvana amenazado de tomar la sopita pagada de antemano con una pasta diluida e indemostrable, con la mirada aviesa y de soslayo de los currantes puesta en ti, y como ya andas gaga y no te enteras, manejas tu tiempo con locura de adolescente siguiendo los impulsos de un ritmo natural, sin freno. No llevas reloj, no te preocupa que nombre pusieron al día que vives, conoces a alguien que trasnocha en La Luna…

Nuba, mi "collie" hace unos tres meses observó una sed y una frecuencia urinaria anormal. Mi veterinaria - ¡ojo ¡, soy consciente del posesivo utilizado- atinó como siempre con la dolencia y yo, por mi cuenta, sacaba con más frecuencia a mi mascota a la calle de día y, sobre todo de noche, para evitar retuviese su necesidad de micción tantas horas, por lo cual era seguro vernos a las cuatro de la madrugada paseando por los parterres próximos a casa, si es que hubiese alguien que pudiese hacerlo. El caso es que, pasado el episodio referido, curada mi perra, mi reloj biológico encontró un momento ideal para mantenerme activo, por lo cual sigo saliendo con el animal a esa hora, tras la que me preparo un desayuno reconfortante en tanto la vecindad está a cuatro horas de empezar con las rutinas impuestas, soñando sudorosos con la hipoteca, los gastos de los niños, el seguro del coche y, como no, con disponer de su reloj biológico e involuntario. Es cuestión de tiempo, como todo.