La historia de los Borbones en España no es para estar orgullosos. Sobre todo para ellos, los que todavía quedan y observan la estirpe de la que vienen y cómo se han ensañado con este país sus antepasados durante tantos siglos.
Cuando parecía que la cosa podría cambiar, porque nos vendieron que un Borbón, al que un dictador había ungido con los aceites de su régimen, cambió de bando para devolvernos la democracia que le habían hurtado a la República, la historia vuelve a repetirse impregnada de ese maldito espíritu borbónico, empeñado en seguir haciéndole la puñeta a los españoles.
Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón de las Dos Sicilias, que así se llama la criatura, y vive a cuerpo de rey en una dictadura árabe, a dónde se fue escapando de sus obligaciones con el fisco, se ha permitido el lujo de demandar a un ciudadano español por injurias. Al parecer, molesto porque se opine sobre su situación supuestamente irregular, y la mejor forma que ha encontrado para protestar es la demanda judicial.
Es cierto que al señor este de las Dos Sicilias no se le ha podido juzgar por nada, pero eso es porque parte de sus delitos habían prescrito, otros porque les pudo poner solución antes de que se iniciaran medidas y otros porque estaba amparado por la inviolabilidad.
La pregunta que nos hacemos es, ¿quién asesora a este anciano desnortado a estas alturas? ¿O quizás es él mismo quién toma las decisiones? De ser así, estaría alcanzando la altura de los Borbones en esencia, y siendo lo que han sido toda la vida para este país que, a pesar de ellos, sigue sobreviviendo.
En el fondo, lo que ha hecho es un arrebato de republicanismo, porque no hay mejor forma de avivar la sed republicana de un país, que su propio rey se vuelva en contra de sus ciudadanos. En todo caso, ha demostrado que sigue sin entender lo que es la libertad de expresión ni la división de poderes. Quizás en el ocaso de la vida le ha venido a visitar de nuevo su espíritu franquista.
Cuando hace unos días vimos que a Felipe VI le había jugado una mala pasada el sol, porque en una de sus visitas a una estación de esquí se había quemado parte de la cara, algunos pensamos que se trataba de una metáfora perfecta, porque su cara roja no se debía al sol de la montaña, sino a que su padre le había sacado los colores de nuevo. Lo peor es que la cosa no acaba con él, porque se siguen reproduciendo, y son ya casi trescientos años de plaga.