Bernardo Sartier
Un paleto en el velatorio
El hombre es un ser social. Solo los enfermos mentales, los esquizofrénicos, por ejemplo, manifiestan como síntoma patológico el rechazo a la relación y a la convivencia. Luego, como asociales, están también los vándalos, los hijos de puta y los que no respetan el sistema, que pueden tener parte de razón pero la pierden por el camino cuando arrojan un adoquín a un servidor público (subrayo lo de servidor público ¿eh?, o sea, suyo y mío).
Huelga decir que a los primeros los justifica su enfermedad y merecen todo nuestro cariño y comprensión, mientras que a los segundos la mejor recompensa que podemos ofrecerles es la denuncia y el desprecio. A mí también hay cosas del sistema que me parecen detestables, y, por ello mismo, susceptibles de reforma; ello empero, no se me ocurre, ni de coña, ponerme al margen de la legalidad, atentar contra la vida de nadie o, lo que ya resulta de muy mala entraña, decir a los del "Samur" que curaban a policías heridos "dejadlos morir, no los atendáis". Y es que degradados moralmente hasta ese punto de ruindad, a quienes así se producen no cabe calificarlos de manifestantes, sino de otra cosa para la que, a lo mejor, no encontramos páginas en el diccionario.
Quiero decir que a esos no los cobija el aprisco del derecho de reunión y manifestación porque no muestran su disconformidad o claman quejosos contra algo. Qué va. Lo único que hacen, esos, es comportarse como lumpen, como delincuencia organizada (seguramente desorganizada) o, en el mejor de los casos, como descerebrados sin más. Nada de violentos, que es el cursi y recurrente eufemismo por el que le ha dado ahora al gremio dirigente para calificar a vulgares delincuentes (lo que vende es la corrección política, no vaya a ser que se moleste alguien y perdamos por el camino un cacho de imagen o un puñadiño de votos por llamarle a las cosas por su nombre).
En fin. Al tema. Porque no pretendía escribir aquí acerca de estos homicidas frustrados a los que mejor atención que yo -y más profesional- podrán prestar los jueces de instrucción sugiriéndoles, vía Auto, el camino del caldero, a ver si así, a la sombra un tiempecillo y machacándosela con un martillo pilón, se le aclaran las ideas. Repito, no era hablar de manifestantes extremistas la idea inicial de la columna. En realidad yo quería hablar de un tío. En concreto del Molt Honorable Mas. Pero necesito un introito. Necesito un ejempliño.
Veamos. Imaginen que yo voy al velatorio de un conocido. Con el muerto fresco y tal. E imaginen, ya puestos, que al salir del tanatorio de San Mauro me dirijo a un grupo de gente que está allí a lo mismo que yo y digo "qué buen tío era el difuntiño, carallo. Qué gran persona. Ya no quedan bípedos como él. Me estoy acordando ahora de fulanito, sí hombre, que lo conocéis, ése, ése mismo; pues ése, ése, comparado con el finado es un cabrón con pintas de cojones". Al escucharlo, ustedes pensarían, como mínimo, que al lenguaraz inoportuno y maleducado más le valdría meterse la lengua en el culo porque a un velatorio uno va a dar el pésame, un par de abrazos y a condolerse solidariamente con los deudos. Exclusivamente. No a tocar los cojones con referencias extemporáneas que no vienen a cuento. Educación de andar por casa. De la que nos enseñaban antes. De la de toda la vida.
Pues eso, tan sencillo, comprensible incluso para un crío de primaria se lo ha pasado por el arco del triunfo Artur Mas, al que en pleno brote de psicosis independentista le ha faltado tiempo para, a la salida del velatorio de Adolfo, dirigirse a los periodistas y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, es decir, de paso que vamos a dar el pésame y a decir que Adolfo era la rehostia política, preguntar qué hay de lo suyo comparando el hipotético comportamiento de Suarez en la cuestión catalana con el de Rajoy. O sea, carroñerismo político. De arcada regurgitoria, oigan. Porque eso, lo del hecho diferencial y tal, en todo caso, para otro día.
En fin. Que para entender un poco a este sujeto -que va de Gandhi pero que lo único que pretende es la pela para su comunidad en detrimento de otras tradicionalmente preteridas por el Estado-, sería necesario recurrir a un manual psiquiátrico sobre comportamiento. Pero estoy cansado. Me quedaré con la simple consulta de uno de buenas maneras. Y ya en la primera página se describe el comportamiento del Honorable el día de autos. ¿Que qué dice el manual? ¿Que cómo califica su comportamiento? Pues como el de un paleto. Como el de un auténtico, cumplido y perfecto paleto. Así lo describe.