Paco Valero
Caminar por caminar
Pontevedra y sus alrededores están hechos para caminar, y por eso es una feliz idea la del pasominuto, aunque a algunos parece que eso les duele. ¡Qué se le va a hacer! Ya lo decía en el siglo XVIII un gran andarín como el filósofo franco-suizo Jean Jacques Rousseau, que se lamentaba de que los deberes y las ínfulas de dárselas de caballero le habían hecho prescindir de las piernas y tomar el coche para ir de un lugar a otro. "Y desde entonces decía en lugar del placer de andar que antes sentía en mis viajes, solo he sentido el anhelo de llegar pronto".
A saber lo que diría Rousseau si viviera hoy, cuando no hay ensueño, imagen ideal o promoción social que no comience por la supresión de las piernas, sustituidas por el coche, el último símbolo público de "prosperidad" que se mantiene incólume. La gordura hace tiempo que dejó de serlo y hoy los más acomodados lucen tipito y salud porque se machacan el cuerpo en el gimnasio y pasan hambre canina. El tabaco, tan distinguido hace décadas, es ya cosa de pobres: con algo se tiene que combatir la ansiedad en la que se vive cuando se pierde el control de la propia vida. Los ricos y los aparentes se han quedado con los puros de las grandes ocasiones para poder decir guiñando un ojo: "¿Un cubano? Es auténtico, ¡eh!".
Pero queda el coche. El sueño más húmedo de la mayoría de hombres y de muchas mujeres. Los fabricantes de coches llevan mucho tiempo vendiendo Estatus, Libertad, Potencia y Sexo, y la fantasía ha calado hondo en la imaginación. Cuesta quitársela de encima, aunque en algunos sitios, no hablo de España, el coche se ve ya como lo que debería ser: un medio alternativo al transporte público o las piernas, sin aditamentos. No es casual, claro: llevan años con legislaciones mucho más duras que las españolas. Pero no entraré en este terreno porque a los conspiranoicos se les dispara la bilirrubina (el ollomóbil es para recaudar más, las limitaciones en el tráfico son para jodernos la vida, etc.).
Solo recordaré el informe que acaba de hacer público la OMS: el aire contaminado mata a más de siete millones de personas al año en el mundo. El tráfico no es el único causante de esa contaminación, evidentemente, pero es el principal factor en las ciudades, sobre todo por la emisión de pequeñas partículas que quedan suspendidas en el aire y acaban en los sistemas respiratorios de las personas. Un estudio realizado en 2010 por el Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL) de Barcelona concluía que, con que solo se redujeran las emisiones contaminantes a los niveles establecidos por la OMS, se ahorrarían en el área urbana de la ciudad 3.500 muertes prematuras al año y se incrementaría la esperanza de vida en unos 14 meses. Se evitarían, por ejemplo, 31.100 casos de bronquitis crónica en adultos y 54.000 ataques de asma en la infancia y entre adultos. Para los que solo ven el lado económico de los asuntos: reducir la contaminación supondría un ahorro de entre 700 y 1.600 euros por persona y año (datos extraídos de un próximo libro de la doctora Carme Valls sobre el efecto de los contaminantes en la salud). Y para los que dicen que son menudencias, porque de algo hay que morir y no vamos a parar el progreso por eso: el Progreso es otra cosa, entre otras, atenerse a la realidad de los hechos por encima de las fantasías (costó siglos de oscurantismo). Si en vez de contaminación habláramos de un virus que ha matado a siete millones de personas en el mundo, clamaríamos por una solución ¡ya! En fin.
Pontevedra, vuelvo al principio, es una ciudad para pasear. Y eso lejos de ser un impedimento de nada, es un motivo de satisfacción. Porque deja un aire más limpio y no te asalta el ruido a cada instante. Pero además, porque caminar no es solo caminar. Nos quita la escarcha que se posa en los sentidos, como decía Robert Louis Stevenson. La mente vuela, el tiempo se alarga. Como ha escrito David Le Breton en Elogio del caminar (Siruela, 2011), nos sumergimos "en otro ritmo, en una relación nueva con el tiempo, el espacio, los otros, gracias a su encuentro con el cuerpo, el sujeto restablece su lugar en el mundo, relativiza sus valores y recupera la confianza en los valores propios". El filósofo francés Frédéric Gros, autor de Marcher, une philosophie (Caminar, una filosofía, Carnet Nord 2009), asegura incluso que caminar nos hace más inteligentes porque nos predispone, nos deja disponibles para el pensamiento, y nos permite además experimentar paradojas (algo contraindicado para los conspiranoicos). Las evidencias científicas más recientes afirman, así mismo, que caminar reduce la ansiedad, mejora la tristeza y la depresión, combate la hipertensión Son muchos los motivos para echarse a caminar.