Bernardo Sartier
¿Obiang? No, no lo conozco. ¿Quién es?
Me hace gracia. Mucha gracia el desdén, la ajenidad, esa segregación voluntarista y aséptica de que hace gala la casta dirigente respecto del sátrapa Obiang. Ya saben, Felipe que no lo saluda en el funeral de Suarez, el rey que dice que él no intervino para facilitar su discurso en el Cervantes de Bruselas o el ministro de asuntos exteriores que cuando el dirigente guineano lo busca se escusa diciendo que tiene que ir a por tabaco al bar de enfrente, no vaya a ser que la prensa lo pille y lo ponga a parir por hacerle el caldo gordo a un tiranuelo de vía estrecha. Todo muy ejemplarizante. Pedagogía política, a ver si la basca nos da caña por connivencia con un totalitarismo de república bananera. Obiang tiene un problema. No es un amante de las libertades. Pero además, es negro. Y entonces nosotros, amantes de la libertad, pineros de la cosa y tal y nada racistas (que se lo cuenten a los gitanos) que va y que comenzamos a impartir lecciones de democracia, de pluralismo, de moralidad política, a ver qué se cree el negro facha de los cojones. Y que quieren que les diga, a mí que no me cuadra el tema. Porque aquí, si históricamente nos hemos hecho acreedores a la laureada de San Fernando con distintivo azul es, precisamente, por nuestra pericia para darle por culo a la libertad y a la democracia.
No es necesario recordar las asonadas, golpes de estado, cuartelazos y pronunciamientos habidos o a los milicos y espadones que se dedicaron a salvarle la vida a España. Hasta la leyenda de Pavía entrando a caballo en el congreso, que los historiadores niegan, merecería credibilidad a tenor de los antecedentes (las crónicas nada dicen sobre si el equino se dejó, en su abrupta irrupción, una bosta con escarapela y galones como recuerdo de su estabulado). Y es que miren, una simple ojeada a nuestra historia política revela que hemos sido tan pródigos en textos constitucionales de todo signo, progresistas y conservadores, como generosos en su inmediata conversión en papel higiénico, lo que nos diferencia de los países anglosajones, con simples constituciones consuetudinarias (Inglaterra, por ejemplo) o con una sola Constitución enmendada cuando ha sido necesario (EEUU).
Y tampoco es preciso recordar que aquí, durante cuarenta años, le libamos la minga a un militar al que convertimos en Generalísimo (el generalato de división, el de andar por casa no hacía justicia a sus méritos) y, por si fuera poco, lo adjetivamos como Caudillo de España por la gracia de Dios, no fuese a ser que el Boletín Oficial del Estado omitiese dar al susomentado la pompa y el ornato que su invicta figura requería (Por cierto, todo ello con la inestimable complicidad de la Iglesia Católica, esa a la que ahora hace genuflexión nuestra dirigencia como si la Constitución, en vez de la aconfesionalidad, acogiese el nacionalcatolicismo como religión oficial del Estado). Y ya puestos, quiero recordar que el ferrolano en cuestión murió tranquilamente en una cama de La Paz sin que ni un puto político de los de entonces tuviese los cojones necesarios para plantarle cara y sugerirle que se fuese al carallo de una puñetera vez.
Y ahora que ya cogí la moto y como voy lanzado, tampoco excuso al pueblo, un pueblo que entre traumatizado por las privaciones de la guerra y acomodado y sumiso por la razonable estabilidad económica del tardofranquismo, vitoreaba al Caudillo allá por donde iba, que hasta los portugueses nos tuvieron que dar lecciones de tránsito democrático con su Grandola del Ceca Afonso y su Revolución de los Claveles, revolución hecha, por cierto, por los propios militares (como aquí ¿no?). Y sí, después de que murió el abuelo Pachi, pues maricón el último, claro, todos muy demócratas y tal, todos muy revolucionarios. Pero antes, antes a agachar la oreja y a comernos nuestra disconformidad mientras un solo puñado, solo uno, los maquis, hacían oposición echados al monte y obligados a vivir como alimañas mientras preservaban, incólumes, su orgullo y su dignidad. Por eso decía que provoca un cierto repelús, cuando no un asco sin matices, ver al establishment quitársela con papel de fumar con Obiang. Con el facha de Obiang.