Alejandro M. Carmuega
Aquí va a haber más que palabras: Preferentes
Sueño con el día en que Valerio se hartó de todo y dio un golpe en la mesa.
Bajo la puerta de Sebas se escapa un hilo invisible que inunda el pasillo con el aroma a café recién hecho. Fundido con el silencio de la mañana, se filtra por las paredes y me alcanza en mi habitación. Consigue arrancarme de mi sueño lejano e inquieto. Giro torpemente sobre el camastro y abro oídos y olfato hacia la nada. Mis sentidos me hablan de un día fresco pero limpio. La conciencia se aligera levemente sabiendo que es domingo. Como si fuera un niño, me acurruco unos minutos más y dejo que el calor de las mantas se haga mío. Me gustan los domingos: saber que se puede seguir el paso al mundo supone un alivio; no es agradable vivir siempre rezagado. De manera consciente permito que mis labios comiencen a dibujar una sonrisa. Toda la habitación apesta de repente a pereza sin remordimiento. No puedo evitar dedicar un pensamiento a Valerio: él sí que curra los domingos.
A cierta edad uno no espera demasiados cambios en su escala de valores. Hay méritos que solidifican a algunas figuras en lugares privilegiados de nuestra admiración y el óxido de los años los fija de manera definitiva. Pensar que alguien podría desbancar a Thor de su trono no entraba en mis planes. Sin embargo, el orden de prelación tan sólidamente establecido por Marvel en mis años de infancia se vino abajo con aquel sonoro manotazo de Valerio sobre la mesa. Para vender mierda era mejor que no contaran con él. Qué les den a las preferentes, qué le den al puñetero curro. Sin red. En los tiempos que corren. Cogió los bártulos y dejó el banco para siempre. Para buscarse la vida siempre hay tiempo. Que me perdone Thor, pero eso sí es luchar contra las fuerzas del mal.
Unos nudillos golpean cuidadosamente sobre mi puerta y sé de antemano que se trata de mi vecino Sebas: Los festivos que hace bueno nos hacemos los marqueses. Paseando por las calles adoquinadas bajamos a visitar al nuestro admirado Valerio. Aunque tiene por costumbre no abrir la boca en toda la semana, el café del domingo por la mañana estimula las cuerdas vocales de Sebas. Como un sucedáneo de informe semanal, aprovecha el camino para ponerme al corriente de lo que ha sucedido en el mundo. Esta vez noto como a mi amigo se le anuda la garganta antes de empezar a hablar. Es consciente de mi pasado e intuye el rincón donde escondo las heridas: Quiere hablarme de desalojos en la corrala pero se le atragantan las palabras. Respetando su pudor, me adelanto a sus reflejos y contesto sin mirarle a los ojos. Intento quitarle hierro al asunto:
- Su nombre la condenó al fracaso, Sebas. Fueron dos años de realidad y es ahora cuando, por desgracia, se convierte en utopía. Confiaron su suerte a la repercusión mediática. Para los medios un fracaso vende tanto como una victoria.
Vuelvo a pensar en Valerio. Uno de los policías que actuaron esa mañana en la corrala aseguraba a una anciana que desalojarla era como echar a la calle a su propia madre. Imaginen el trago. Entre los improperios de los ciudadanos. Masticando su orgullo y sopesando que aquella gente podría ser su propia familia. Al fin y al cabo, no se ha inventado todavía la vacuna contra la desgracia; el contagio está al acecho y puede llegarle a cualquiera en cualquier momento. Hay que joderse. Su integridad moral sometida por orden judicial a los intereses miserables de un puto banco. El trabajo dignificará, pero esta mierda de sociedad ha acabado por pudrirnos a todos un poco.
-Hay que tenerlos bien puestos para hacer lo que hizo Valerio.- Se me escapa inconscientemente.
Seguimos nuestro camino sobre las piedras humedecidas. Ignoro qué es lo que pasa por la mente de Sebas, que de repente comienza a hablarme de Esperanza Aguirre. Ha debido subir esta mañana su dosis de cafeína dominical porque lo noto como fuera de sí. En su exasperación no puede evitar que se le escapen unas gotas de saliva de la boca mientras me atropella con sus palabras.
-Sé que sólo es una anécdota, pero me jode que nos chuleen de esa manera.
Presiento que también yo me voy a calentar un poco con el tema.
-Es algo más que eso, Sebas. Las anécdotas son divertidas. Esto es prepotencia pura y dura. Los rebuznos inmorales de alguien con muy poquita amplitud de miras. La vergüenza no está en los hechos en sí, sino en su intento de justificarlos a toda costa. El simple hecho de haber utilizado las palabras sexagenaria y machismo dejan claro que por salvar su culo hubiese pasado por encima de cualquiera
- Utilizando cualquier subterfugio.
- Claro. Nadie está libre de enajenarse por unos momentos. Todos perdemos la razón de vez en cuando; y es lógico, vivimos absolutamente desquiciados. Pero abusar de posición, sexo y edad para justificar lo injustificable es algo que no se debe permitir a una figura pública.
Observo que a Sebas le ha gustado el razonamiento y decido ponerle guinda.
-Su atropello no ha sido llevarse por delante a los guardias, sino intentar taparlo vertiendo mierda por encima de quien sólo intentaba hacer su trabajo dignamente.
Está claro que ciertos días todos los caminos llevan a Roma. El trabajo dignifica al hombre: Una losa fabricada con palabras. El empresario es indigno por naturaleza y el trabajador ocioso por intuición. No sé, quizás Marx estuviera equivocado cuando juntó los dos conceptos en la misma frase. O quizás ya intuía que algún día exisitiría Valerio.
Llegamos al parque y advertimos la figura de nuestro héroe a lo lejos. Sebas lo saluda con una mano, mientras nos vamos acercando lentamente a su puesto.
- Hay que tenerlos bien puestos para hacer lo que hizo Valerio.
- Eso te decía yo hace un segundo, amigo. Nunca me prestas atención.
Nos recibe la sonrisa serena de quién es feliz con lo que hace. Las cosas que no se pueden decir con palabras es mejor callarlas. Intentar verbalizar el respeto que nos merece sería rebajar su mérito. Por eso nunca le hemos dicho lo mucho que lo admiramos. Tampoco ahora es el momento de hacerlo. En vez de eso, saco un arrugado billete de mi bolsillo y lo saludo con la cantinela de cada domingo:
- Campeón, ponnos una docenita de preferentes.