Bernardo Sartier
"Mouriñegui"
Maguregui fue un entrenador del Celta. Tío campechano, cocinero antes que fraile, formó con Mauri una media temible del Atlético de Bilbao. Buen futbolista. Como entrenador no descolló, quiere decirse que no fue un primer espada de la estrategia. Ascendió al Celta a primera y luego fichó por el Atlético de Madrid de donde Gil lo echó a patadas (lo de las patadas de Gil resulta oportunamente traído porque amén de contar en la familia con el afamado équido Imperioso, Gil, a veces, también tiraba coces. Que se lo pregunten a Caneda y a Fidalgo si no).
Decía que Maguregui no fue un Guardiola entre otras razones porque Maguregui tenía una única estrategia, consistente en aparcar el autobús que trasladaba a los jugadores delante de la portería. Como quiero ser justo con él diré que Maguregui, sobre esta modalidad técnica, tenía una variante científicamente ensayada: quitar el autobús y poner a los diez jugadores de campo en la portería detrás del portero. Si se tapaban bien los huevos y la cara y el delantero no acertaba con el poco hueco que quedaba en el arco, el empate estaba garantizado. Nada de novedoso aportaba esta táctica que ya los italianos del catenaccio habían desenvuelto con más elegancia y a mayor gloria del cerrojazo, al ser sus genuinos y originarios creadores.
Y ahora, cuando el juego bonito y el tiqui-taca parecían haber creado escuela para solaz y divertimento del sufrido público "paganini" irrumpe José Mouriño, clon redivivo en lo futbolísitico de José María Maguregui (Maguregui+Mouriño="Mouriñegui"), o sea, un replicante redivivo que nos devuelve a la ultranza ultradefensiva y ultramontana, al patadón y tente tieso y a la oclusión de espacios. En síntesis, al resultadismo puro y duro.
-"Oiga usted ¿Y al buen juego?
-Al buen juego que le vayan dando, qué carallo".
Lo curioso del tiparraco este es que en su cutrez estética, en su racanería para el espectáculo y en su "amarrateguismo" sin disimulo ni desfachatez, o sea y en resumen, en su carencia de virtudes para impulsar el buen fútbol es capaz de crear prosélitos a mansalva, fenómeno sociológico (más bien sociopático) que a mí me mueve a pensar que hay mucho sádico masoquista futbolístico que disfruta del futbol bunker. Y lo curioso del tema son los argumentos que esta legión de irredentos adoradores del Dios "Mouriñegui" (gente honesta y trabajadora, aunque cándida y candorosa, por otra parte) maneja para convencer al resto del mundo de las excelsas virtudes que adornan al susomentado: "es un gran táctico", suelen decir. ¡Ja!.
Enumeraré, brevemente, las "virtudes" de este "extraordinario táctico". Primero, no es un entrenador, es un capataz; segundo, es un puto ególatra que los tiene cuadrados; tercero, los errores nunca son suyos; cuarto, los éxitos siempre llevan su firma; quinto, lejos de disimular los errores de sus subordinados (más que futbolistas esclavos de una plantación de algodón) los destaca para eludir responsabilidades; sexto, es un hispanófobo mediocre y acomplejado que, en el culmen de la mala educación, contesta en inglés en el país que le dio de comer (y muy bien) unos años; séptimo, en esa neurosis narcisista que le aqueja se ve guapo, inteligente y, por supuesto, el mejor entrenador del mundo (salvo en los periodos de lucidez mental -aunque no se lo crean, los tiene- en los que, comparándose con Guardiola, se reconoce -aunque no lo reconozca-, menos guapo, menos inteligente y, por supuesto, peor entrenador). Concluyo. Este tío pavisoso, engreído e hipervalorado por aquellos que se creen élite de la seudociencia futbolística tiene una única virtud que no puedo negarle. Sí, sí que la tiene. Su capacidad para ponerme de muy mala hostia.
Posdata: Conclusa la columna muere Tito Vilanova. Como parecía un buen tipo rezaré laico por él. Dicen que mucho del éxito de Guardiola le pertenecía a Tito. No lo sé. Pero me quedo con una jugada suya que merece figurar en los anales del fútbol: la hostia que le calcetó a Mouriño después de que este le metiese el dedo en un ojo. Pocos actos de justicia más inmediata y proporcionada he visto en mi vida.