Noel Queipo
La despedida más dulce con Cinema Paradiso
El pasado martes a las 12 en punto de la noche La Sexta 3 desaparecía dejando nuestras televisiones en la más completa oscuridad. Puedo entender perfectamente los motivos para su cierre, pero como amante del cine no puedo evitar sentir una punzada de tristeza. Fuera la hora que fuese en La Sexta 3 SIEMPRE había cine. A veces bueno y a veces malo (tengo que ser sincera) pero siempre había una opción cinéfila en la programación televisiva.
Y qué mejor forma de despedirse que con Cinema Paradiso, este dulce homenaje al cine en sí mismo, a su magia y a su historia. Caminar paso a paso con su protagonista durante toda la película es casi caminar por nuestras propias vidas: el descubrimiento del cine, el flechazo, entender el funcionamiento (sin que desaparezca la magia) y seguir enamorados conforme pasa el tiempo; enamorados de las historias, del celuloide, de esas partículas de plata que tanto nos hacen soñar.
Cinema Paradiso es cine que habla de cine, a través de la película se ve su evolución: mudo, sonoro, color. Pero no sólo vemos el arte si no también la gente que lo disfruta, el retrato costumbrista del pequeño pueblo que escapa de la realidad todas las noches yendo al cine, gente de todas las edades y de todas las clases cargados con sus sillas para reír, llorar y entretenerse. Y mientras tanto, un chiquillo del pueblo conoce también la pantalla grande, algo que amará sobre todas las cosas y que convertirá en su profesión, incluso antes de crecer. Totó (que así se hará llamar el pequeño) conoce a Alfredo, el proyeccionista del cine Paraíso, y sus trastadas de niño pícaro no evitarán que el hombre se enternezca y lo convierta prácticamente en su hijo: enseñándole los entresijos y secretos del cine.
La película se divide en tres partes diferenciadas: infancia, juventud y madurez; y en todas el cine tiene un peso fundamental en la vida del protagonista que, poco a poco, cambiará el proyector por la cámara. El joven que fue una vez aquel niño travieso acabará abandonando el pueblo que le vio crecer para buscarse un futuro provechoso y, como ha prometido, sólo volverá para despedirse de su amigo Alfredo.
Los personajes y su encanto particular, la preciosa e inconfundible música, la mezcla de películas antiguas con la propia película, los diálogos, la imagen cuidada y la belleza y emotividad de su final conforman un todo que se va sumando hasta llegar a hacer una película de esas que dejan huella.
La historia llega a su fin con la demolición del cine: todo ha cambiado y a la vez nada lo ha hecho, un momento muy emotivo en el que vemos como el pilar de la película se viene abajo y sin embargo, el loco de la plaza nos recuerda que aunque el tiempo pase nada cambia; siempre quedarán los buenos recuerdos y los besos. Pero como le dice Alfredo a Totó: "La vida no es como la has visto en el cine... La vida es más difícil".