Alexander Vórtice
Juan Vidal
Fue a esa edad: llegó Juan Vidal y me rescató, porque yo soy de esos a los que hay que rescatar cuando miran muy fijamente el precipicio. Juan sin artificios, con pipa en mano y pelo exacerbado por motivos de supervivencia. Filósofo y poeta de una época en transición. Bohemio en estado de éxtasis y frenético luchador ante las injusticias comunes que son las que más se nos cuelan bajo la cama.
Morí cuando él murió y reviví porque él me lo había pedido. Amigo que paseaba por A Verdura en busca de un no sé qué, que qué sé yo. Infatigable en sus palabras excelsas, hombre común que se sabía eterno, individuo perpetuo que se sentía pequeño, aunque enseguida se comparaba para renacer, cual acto de supervivencia, ya que en las otras personas está la mejor comparación, la mejor crítica posible, o simplemente la soledad compartida -es en las gentes donde procuramos la perfección, pese a que en nosotros sólo procuremos lo que mejor nos convenga-.
Pienso en Juan y recuerdo los sentimientos de una época que ya no volverá por mucho que la debata en mi foro interno o en las esquinas harapientas del destino. Pontevedra perdió a Juan así como el amante pierde su pasión a causa un amago de injusticia que bien pudiéramos llamarla vida, o simplemente "paso del tiempo" que sin excusas nos llevará hacia la tumba y la falta de recuerdos.
Juan aseguraba que los adultos debiéramos volver a la escuela, regresar al aula, ya que un sinfín de asignaturas todavía se encontraban pendientes para muchos de nosotros. Pudiéramos ver esta recomendación como un consejo soberbio, pero, a la vista de los acontecimientos, no creo que muchas personas pudieran llevarle la contraria, a no ser ésas que gustan de ver cómo la ciudadanía las está pasando canutas y el futuro se presenta como un deudor poco expresivo y digno de no ser mencionado a medianoche, no vaya a ser que hasta no nos permita dormir, y eso sí que no, oiga.
Hay hombres y mujeres que cuando se van nos dejan un vacío de luz difícil de sostener. A mí la luz que me queda es esa que aparece por la noche para darme la tabarra y recordarme aquello que pudo ser y no fue, a modo de tortura, aquello que pasó y no fuimos capaces de apreciar por motivos de poca o ninguna lucidez.
Pero Juan Vidal revive de vez en cuando. Yo me ocupo de nombrarlo y de escribirlo, de parafrasearlo, porque de alguna manera tenemos que homenajear al amigo caído, y qué mejor forma que adulándole cuando ya no está, cuando su respiración ha pasado de largo y sólo quedan los recuerdos o la espina dorsal que sostenía la amistad.
Juan sin sutilezas Filósofo del S. XX que decidió no comprender el S. XXI. Autor ilustre que se buscaba a sí mismo. Hombre difícil, sagaz, observador, puramente humano. Aún hay noches en las que me cuesta dormir por motivos líricos o simplemente a causa de la indolencia, y es cuando llega él, con su humo envolvente con sabor a tabaco deshilachado, y me dice: "Creéis que me estoy chupando el dedo, pero sólo estoy pasando página".