Carlos Xerardo Casais
Palabras enjauladas: Malditas apariencias
«Si uno tiene que elegir entre un buen vino y un buen amigo vas dado. Ambos te entran en el cuerpo y dejan su color y calor para quedarse para siempre contigo» arremete Félix, que, al parecer, está hoy de vena y la paga conmigo. «Yo elegiría al amigo» le respondo sin pensármelo nada. «Tú eres un capullo, recuérdalo». Lo recuerdo constantemente y, pensándolo fríamente, me lo creo. «No hay mayor venganza que el silencio. No le entres al trapo. Félix es un imbécil que te tiene tomada la medida y eres la terapia de sus frustraciones» me dice Ayla como consejo de buenas noches al tiempo que apaga la luz y se arrebuja entre las sabanas. En el fondo tiene razón, lo sé, pero la amistad con él es algo superior a mí. «Si la petulancia tuviese precio, Félix sería un artículo de lujo» continúa, retomando la frase nada más despertarse, como si no hubiese habido un intervalo de sueño por el medio. Jueves.
Es tarde y estoy parado ante el rojo del semáforo de la oficina de Correos camino de la oficina. «Buscar subterfugios para adornar la dura realidad es una afición muy extendida» puntualiza al respecto Ayla, quien, según sus propias palabras «una ya está curtida en desbrozar falsas apariencias en la peluquería. Los hombres no tenéis ni idea de cómo va la cosa. La realidad es un destilado de todas las falacias que entran por los ojos y por los oídos». Repaso sus palabras y me asusto: o ha estado repasando nuevamente sus apuntes de tercero de filosofía o he hecho algo mal y me lo está diciendo entre líneas, que es más lento y duele más. Lunes.
«Cuando la mentira es una forma de vida, la verdad escuece en el alma como la sal y el vinagre en una herida abierta» Argumentó Félix al tiempo que miraba al trasluz la copa del vino que se había servido instantes antes. Seguro que es cierto, no lo pongo en duda, pero, aunque la frase es irrebatible y quizás bien aplicada en esta ocasión, estoy seguro que no es de su cosecha. Félix es muy dado a adornarse con citas ajenas; forma parte de la exteriorización de su vanidad. Conmigo lo tiene muy fácil: se lo pongo a huevo y no se lo echo en cara. «Enjuiciar la conducta de los demás es abonar el campo para que te despellejen a ti más tarde» Añadí a continuación, no sé muy bien porqué: quizás para dar rienda suelta a mi propia pedantería o, simplemente, en defensa propia. Miércoles.
«Ya sabes como soy: demasiado simple para ciertas cosas» comento a modo ingenuo. Pero Ayla no está en estos momentos para argumentos y no me contesta; Chus, su amiga íntima ha sido ingresada en el hospital. «Déjame en la puerta de urgencias. ¿Me vendrás a recoger? Vale, te doy un toque cuando eso». Desaparezco cuesta abajo con los Stones sonando en los bafles del coche: Angie. Cierro las ventanillas y subo el volumen sin control: necesito aturdirme. Aun puedo pasar por la oficina un rato a apuntalar un par de asuntos pendientes. Mañana vendrá Jaime y no quiero tener que poner excusas idiotas como ayer. «Lo siento, Félix, hoy no podré ir, tengo que estar pendiente de que me llame Ayla para recogerla en la residencia». Viernes.
«La gente es como es, ni como aparenta ni como quisiera ser» me digo rumbo urgente al baño. Miro la mancha del techo y me recuerda un elefante sonriente; casi me da pena que haya que repintarlo. Tiene lógica Félix: cuando nos escupen nuestras propias falsedades a la cara parece que nos ofenden en lo más íntimo, pero simplemente nos ponen al descubierto delante de nuestro propio espejo. Ayla, en eso, es un poco más pragmática «Ciertas mentiras son las que nos permiten vivir el día a día: son las caretas que nos permiten sortear el pudor de sentir nuestra propia debilidad ante el resto del mundo». Sin embargo, en ocasiones, quizá bien merecidas, me suelta eso de «eres un misógino y un machista. Al menos lo aparentas». Acto seguido, añade a modo de postdata «me gusta ser siempre sincera». Domingo.