Beatriz Suárez-Vence Castro
El verdadero éxito
El lunes terminaba el Campeonato del Mundo de Fútbol en Brasil y los alemanes levantaron la copa, borrachos de éxito. No hicieron el partido de su vida pero ganaron. Un amigo mío siempre dice que esto del fútbol, más que con jugar bien, al final tiene que ver con ganar. Que yo me como mucho el coco con esto de que hay que hacer buen fútbol y bla, bla, bla. A mí el juego de este Mundial en general no me ha gustado. He visto mucho porrazo y poco fútbol pero no soy una experta. El caso es que Angela Merkel estaba muy contenta con sus chicos. Demostraban una vez más que Alemania es un país de éxitos.
Como la actualidad siempre acaba conectándose entre sí, comenzaba ese mismo día un programa de entrevistas de esos en los que el presentador-moderador deja hablar de verdad a los entrevistados. Además se moderan solos porque se escuchan unos a otros y convierten la entrevista en una charla entre amigos, aunque no se conociesen personalmente antes de ser entrevistados.
Eran personas diferentes, de entornos también distintos y hablaban nada más y nada menos que de la vida, de las cosas que pasan, de lo que hacemos y de lo que somos. Sin pretender dar lecciones de nada, exponiendo sus diferentes puntos de vista. Uno de los temas que el presentador expuso fue la idea que tenemos del éxito. Qué significa el éxito para cada uno. Todos eran "triunfadores" en su ámbito profesional pero todos coincidían en una cosa: Tener éxito es, más allá de lo que cada uno hagamos en nuestro trabajo, sentirse bien con uno mismo.
En mi opinión tenían bastante razón. El éxito, por mucho que Alemania levante su copa de Campeón del Mundo en medio de un Maracaná inmenso, lleno de gente que les aplaudía, no tiene por qué ser necesariamente eso. Es eso y más cosas. Menos cosas incluso.
Decía Rosa Montero, una de las entrevistadas en el programa del que les hablo, que tener amigos es un éxito inmenso. Solo esto, que no parece nada constituye un verdadero éxito. Tener un trabajo, ya no digamos un trabajo que te guste, lo es también.
Y es que parece que si no conseguimos grandes cosas en la vida, tenemos la sensación de que alguien va a venir a nuestra casa y colgarnos en la ventana un letrero de neón que ponga: "Aquí vive un fracasado". Y no es así. No debemos sentirnos así. A pesar de en el mundo de hoy parece que haya que ser millonario antes de los treinta o tener un macro imperio internacional para ser exitoso. Hay otros motivos para sentirnos triunfadores y también para que los demás (si es eso lo que buscamos) nos valoren.
En los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, participó Eric Moussambani, representando a su país: Guinea Ecuatorial. No se clasificó por alcanzar el tiempo mínimo requerido sino por un sistema que permite que accedan a los campeonatos atletas de países en vías de desarrollo. Llegó el último, empleando el doble de tiempo que el ganador. Nunca había visto antes una piscina de 50 metros y le costaba respirar cuanto llegó al final. Pero fue él quien se llevó la mayor ovación del público ese día.
A mucha gente le pareció injusto o poco serio que Moussambani , gracias al nuevo filtro del Comité Olímpico, hubiese participado. Sin embargo, una gran parte del público entendió que él había demostrado el valor del esfuerzo. Que él era el que mejor encarnaba, sin dejar de reconocer los méritos del vencedor, el espíritu olímpico con que el Barón de Coubertain consiguió fundar el Comité: "Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien".
Parece a veces que el lema olímpico se nos ha quedado anticuado. Que lo que importa es llegar. A donde sea y pronto. Sin frustrarnos. El mérito no está en el esfuerzo sino en llegar sin despeinarse. A codazos si hace falta, pero llegar. Parece que la competitividad implica que todo vale. En el deporte y en la vida.
Puede que esto funcione en la práctica. Pero yo creo que a quien de verdad tenga un poco de lucidez le funcionará durante un tiempo pero no acabará por llenarle. Y cuando esté solo pensará que a eso que ha conseguido tan fácilmente y sin reparar en el medio, le falta algo: El valor del trabajo bien hecho.
En la final del lunes en Maracaná, además de la Copa del mundo, vimos entregar dos trofeos más: Mejor portero para Neuer, que estaba feliz y mejor jugador para Messi, que tenía cara más de ir a un funeral que de ir a recoger un premio. Puede que su gesto se debiese a que Argentina se había quedado a las puertas de conseguir el triunfo y que por lo tanto no le hiciese la misma ilusión recibir el trofeo que si su equipo hubiese sido campeona. No lo sé. Sin embargo para mí, su expresión de derrota se debe a que sabe que le han dado el premio por ser quién es, no porque haya sudado la camiseta durante todo el campeonato. Es la tristeza del que ha ganado sin dar lo mejor que tiene, y lo sabe.
En cuanto a Merkel, bien está que celebre una victoria justa. A su país parece irle bien en todo. Así que esperamos que nos deje compartir sus éxitos al resto de Europa. Que tienda puentes. Que todos podamos ganar.