Alexander Vórtice
¡Oh capitán, mi capitán!
Se destroza la fragilidad cuando la vida se rasga y la depresión es tan contundente como para provocarte la muerte.
Sin duda "El club de los poetas muertos" solloza poemas de Rilke ahora que sabe que Robin Williams ha muerto por motivos de existencia o simplemente de tiempo impenetrablemente apenado. Con una sonrisa se va el actor y el inspirador de ilusiones y entretenimiento en la gran pantalla. "Good bye, Vietnam", hasta pronto, como nunca y como siempre Una despedida llana, a medianoche, un adiós punzante, rápido y lleno de suposiciones en las redes sociales, de preguntas aún por responder por parte de la policía.
Lo dijo el maestro Walt Whitman desde la serenidad que ostenta el poeta para que nosotros tomásemos nota desde la afonía interior que aporta el pensamiento más recóndito:
"No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que es casi un deber. No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo. Pase lo que pase nuestra esencia está intacta. Somos seres llenos de pasión. La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: tú puedes aportar una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre..."
Y es que, al parecer, ni siquiera la fama y el reconocimiento por parte de la crítica y el público pueden darte el aliento suficiente para continuar adelante si no hay algo en tu interior que te haga permanecer en pie con cierta consistencia. No existe un antídoto propiamente humano que haga que la dama Muerte deje de saludarte con su guadaña de "voy a visitarte por mucho que no lo esperes y le hayas susurrado al futuro tus mejores planes".
Muere el actor y nace el mito, tal y como en estos casos suele ocurrir con los personajes notorios. Y tras el impacto de su ida hacia un lugar mucho más etéreo y sin fisuras, sabemos que nos quedan las películas para recordar el paso de Robin por esta existencia que siempre ha necesitado de ficciones para ir tirando. Conservamos las imágenes de un hombre que ya es considerado uno de los mejores actores de todos los tiempos. Peculiar, sensible, divertido, enérgico Robin disfrazado de mujer, Robin padeciendo el ser militar sin galones en una guerra carente de argumentos ecuánimes, Robin emocionado al ver cómo te subes a una silla, irreverente a causa de la lírica, mientras vociferas de manera libertaria: "¡Oh, Capitán, mi Capitán!"
O como diría él mismo en la película del año 1999, "El hombre bicentenario": "Prefiero morir como un hombre, que vivir la eternidad como una máquina".
Que en paz descanses, Robin.