Beatriz Suárez-Vence Castro
Autoestima y clase política
Estamos constantemente dudando. Tratando de hacer las cosas mejor, de querernos más, de no ser tan críticos con nosotros mismos. Es un fenómeno curioso pero la prueba evidente son la cantidad de seminarios, actividades y libros de autoayuda que están en el mercado. Nos recuerdan que el amor propio no debe someterse nunca al vaivén de opiniones de los demás. Que no se puede agradar a todo el mundo. Y así es.
La duda sobre lo que hacemos tiene, sin embargo, una parte positiva: Nos ayuda a no perder la capacidad de cuestionarnos las cosas .Sirve para preguntarnos si estamos siguiendo el camino correcto y de darnos cuenta de que nunca llegamos a saberlo todo, ni siquiera de aquello hacia lo que hayamos orientado nuestra profesión. Trabajar y vivir implica un proceso constante de aprendizaje y esas dudas que a todos nos asaltan de vez en cuando pueden ser el punto de partida de una nueva etapa.
Lo que todos queremos conseguir es una capacidad para gestionar las emociones que nos permita ejercer la autocrítica para seguir evolucionando, en nuestro trabajo y en la vida, de forma que tras esa autocrítica nuestro amor propio, tan necesario, no resulte dañado.
Las dudas, las inseguridades, siempre están ahí. Nos cuestionamos si somos buenos padres, buenos hijos, si nuestro paso por el mundo está resultando fructífero para nosotros y para los demás. Porque en la esencia humana está la duda. Si no tenemos cuidado nos puede devorar pero es necesaria para crecer, para no acomodarnos. Tan dañina resulta una personalidad insegura como una excesivamente orgullosa. En medio de las dos está una conciencia equilibrada de lo que somos y de cómo hacemos las cosas.
El único grupo social que parece tener la autoestima a prueba de bomba es la clase política. La duda sobre su gestión no existe para ellos y la autocrítica tampoco. Sean del color que sean, ellos lo hacen todo estupendamente. Sin ningún género de duda.
Hace unos días le tocó a nuestro alcalde exagerar el mérito propio con unas declaraciones apabullantes: "Modestamente," ha dicho Lores, "mi gobierno ha transformado la ciudad en positivo, haciendo referente en muchas cosas en Galicia, en el Estado, en Europa y en el mundo".
A mí lo de "modestamente" no me cuadra mucho con la segunda parte. Lores ha tenido muchos aciertos como alcalde pero también muchas meteduras de pata. Como todos, es cierto, pero el problema, en mi opinión, por supuesto modesta también, es que la valoración que ha realizado es un pelín desorbitada. Tampoco me sorprende mucho porque lleva quince años siendo alcalde y el poder absoluto en una alcaldía o donde sea tiene el peligro incorporado de creer que se es único e insustituible. Que nadie puede hacer las cosas mejor.
Entiendo que tras muchos años ejerciéndose, cualquier poder se anquilosa y es necesaria la alternancia. No para deshacer lo que ya está bien hecho sino para que todas las ideologías democráticas tengan ocasión de ejecutar un programa. Precisamente porque lo que uno hace nunca está bien para todos, hay que dar oportunidad a los demás.
En caso contrario, uno corre el riesgo de pensar que la ciudad no es para todos, sino sólo para unos cuantos. Y por encima de todo, para uno mismo.
La autoestima es fundamental. Es la base de una personalidad segura pero debe alimentarse sin perder nunca la perspectiva. El amor propio desmedido también perjudica la salud. La de uno mismo y la de los que le rodean. Hay que tener cuidado con el ego y cuando se dispara, darnos cuenta de ello y reconducirlo.