Juan de Sola
Parece que la radio llora
Los últimos acontecimientos nos empujan al arcén de la realidad mediática. Que parezca un accidente. Sin ánimo de defraudar a quienes aguardan una nueva reflexión marcada por un comprometido periodismo social; en esta ocasión, estamos obligados a proyectar nuestra solidaridad personal y profesional con un colega que cerró el micrófono del informativo Hora 14, en la cadena Ser Pontevedra, desconociendo el desenlace de un martes "maldito" para la radio
No tuvo opción. Esa cortesía de despedirnos de la audiencia, que siempre nos enseñaron cuando aprendíamos a informar a través de la indiscreción natural de un micrófono abierto, quedó pendiente. Uno de los gestos imprescindibles, para cualquier comunicador que se precie, fue usurpado de los derechos del oyente. De aquel que confió en cada uno de los pasos informativos que Eugenio Giráldez ha dado, con entereza, durante casi tres décadas.
La veteranía se pierde, se esfuma, es aniquilada por una crisis en los medios sin precedentes. Los profesionales más experimentados llevan tiempo desfilando por las puertas de los despachos de los directores, en el mejor de los tratos, o responsables de Recursos Humanos, en las situaciones más frías y convencionales Encima de la mesa, unos cuantos documentos y treinta minutos de rigor para firmar, recoger las cosas y marcharte a casa como un verdadero desempleado.
Eugenio amaneció un miércoles nublado, previo al Día "magno" de la Constitución, paradojas del destino, sin un micrófono dispuesto a transmitir las novedades locales y comarcales de primera hora de la mañana. Madrugar o trasnochar con los auriculares puestos pierde ahora sentido. Es incuestionable que la radio estaba y está enamorada de su destreza y habilidad para llegar hasta el receptor; ese aparato que no solo permite invadir sino compartir el espacio más privado de quienes sintonizan un programa o informativo.
Desde las épocas de la onda media hasta la frecuencia modulada. De la máquina de escribir al fax o el ordenador. De la cinta de casete al podcast. Giráldez, como habitualmente se le conoce en los circunloquios periodísticos, supo adaptarse sin ofrecer resistencia conservadora. Convertido en un camaleón mediático, mudó de piel un ciento de veces. Lo hizo al ritmo que marco un oficio cambiante y desconcertante; en todas aquellas ocasiones en las que ha sido necesario para mantener intacto el liderazgo.
Antes de conocernos, en persona, tuvimos la extraña costumbre de espiarnos a través del dial. El morbo de encajar un posible gol informativo provocaba una atracción fatal, cada mediodía, cada tarde... Comunicador abonado a la metáfora desbordante de epítetos, trataba de contar las noticias diarias con una personalidad indiscutible. Entre primicias, exclusivas y ruedas de prensa rutinarias lideró una redacción compuesta por nombres propios del periodismo local.
La cárcel de A Lama fue el extraordinario espacio donde Alfonso González, Eugenio Giráldez y un servidor compartimos una inolvidable mesa redonda sobre medios de comunicación. En frente, numerosos internos/as deseando poner en aprietos a tres profesionales de la comunicación; suele ser muy habitual que, esta clase de actos, acaben convertidos en el vomitorio social contra los medios. Por cierto, los dos primeros ponentes han sido objeto del despido. Y se cumplen los porcentajes: el 66% de los trabajadores del sector han perdido su empleo. No deja de ser un dato objetivo a pesar de la escasez del muestreo.
Aquella jornada se convirtió en un desahogo para los tres. Invitados a participar en uno de los cursos de verano de la UNED, hubo rienda suelta, casi desmelene, para criticar la situación del sector. Un planteamiento que reportó innumerables agradecimientos del público por la sinceridad mostrada en las opiniones ofrecidas.
A partir de aquel hecho, se forjó una complicidad fuera y dentro de los estudios, de las redacciones. Eugenio supo competir sin dañar los sentimientos profesionales de sus rivales en el micrófono. Pero, en la carrera de las ondas, es justo otorgarle una incontestable hegemonía de casi tres décadas.
La devoción por inventar la buena radio (la mayor aspiración de cualquier comunicador con la luz roja encendida y un técnico/a de sonido dispuesto a modular y mezclar) ha dejado un legado irrepetible a la sociedad pontevedresa.
Nunca hemos visto llorar a la radio; dicen que está demasiado ocupada las 24 horas del día. Pero, hoy, parece haberse despertado un poco más triste y pálida que ayer
5.12.2012