Beatriz Suárez-Vence Castro
Renuncias
Es raro que alguien renuncie a su vida por la de otro. Quedan muy pocas personas abnegadas en nuestros tiempos. Es perfectamente normal porque con la realidad que tenemos no nos lo podemos permitir. Es demasiado lo que pide la sociedad para poder formar parte de ella.
Sin embargo casi todos tenemos una persona mayor en casa que se siente realizada solo con vernos a nosotros felices. Que siempre ha trabajado dentro o fuera del hogar, sin vacaciones, y lo encuentra natural porque es lo que siempre ha hecho. Lo extraño, lo que verdaderamente llama la atención es que no concibe la vida de otra manera. Es feliz así. Si descansase no sabría con qué llenar su tiempo de tan acostumbrada que está a dárselo a los demás.
La mayoría de las personas luchamos para que esto no nos pase: para tener vida propia, para conseguir mejoras en el trabajo, para tener tiempo para nosotros. Y, por supuesto, está bien. La otra alternativa, la de dedicarnos por completo a los demás nos parece una esclavitud. Y nos amargaría la existencia. Sin embargo hay personas que encuentran sentido a su vida solo si se la dedican a otro y lejos de sentirse insatisfechas lo hacen conscientemente, por elección. Porque han decidido hacerlo así. Eso es lo asombroso.
Leía una carta ayer en una revista de una hija que escribía a su madre solamente para darle las gracias por su dedicación, por cuidar a sus nietos, por cocinar para tantas personas, por ser la base de la familia a la que todos recurren pero, sobre todo, por hacerlo siempre con una sonrisa. Por ser feliz y contagiarles esa felicidad a ellos.
Ella había alcanzado el éxito en su trabajo, tenía que lidiar diariamente con un montón de problemas pero a pesar de toda esa experiencia, siempre era su madre la que le daba el consejo más sabio. No solo desde el cariño, también con un sentido práctico y actual. Estaba para todo y para todos.
De entre todas las cosas buenas que esta madre mayor ha conseguido, hay una muy especial: Su hija se da cuenta y lo valora. Pero aunque no fuese así, ella mañana se levantaría y seguiría haciendo lo mismo.
Luego llega la otra cara de la moneda. Cuando ella ya no pueda más serán sus hijos los que necesiten valor para cuidarla y renunciar un poquito a su día a día para devolverle algo de los que ella les ha dado.
Pero no se sentirán tan satisfechos como su madre. Será mucho más difícil para ellos. Porque así como la generación de nuestros padres y sobretodo de nuestras madres llevan los conceptos de "sacrificio" y "renuncia" incrustados en el ADN, nosotros nos hemos liberado de él por pura supervivencia, como si se tratase de una evolución de la especie para adaptarnos a una sociedad cada vez más exigente.
Pablo A. Barredo de treinta y tres años decidió dedicarse al cuidado de su madre, enferma de Alzheimer. Ha hecho pública su situación en un blog: "Diario de un cuidador" y creará, en breve, una fundación dedicada a cuidadores y ex cuidadores. Un sector muy grande de la población, casi tanto como el de enfermos, que después de haber renunciado a la mayoría de su etapa laboral para poder cuidar de su familiar, tras el fallecimiento de éste se encuentran con unas enormes dificultades para acceder a un trabajo y volver a tener una vida para sí mismos.
Es una realidad muy dura que con motivo de la celebración del Día Mundial del Alzheimer el pasado 21 de septiembre se ha querido resaltar porque crea dos situaciones extremas, el cuidado del enfermo y la complicada situación del cuidador.