María José Fariña Busto
"Panem et circenses" o cuando el fútbol comenzó a ser de "interés nacional"
En la España del "todo va bien" fue cuando las cosas comenzaron a ir mal, mientras algunas personas obtenían pingües beneficios, otras se hacían la ilusión de que podrían alcanzar el mismo nivel de vida que aquellas, pero no se daban cuenta que todo estaba "atado y bien atado".
Fueron los tiempos en que todo el suelo no expresamente protegido era susceptible de ser urbanizado, y en que algún postmoderno veía su sueño realizado en las imágenes de un Benidorm que se reflejaba en el agua con sus altos edificios que llegaban hasta casi su orilla, los tiempos en los que el "agente urbanizador" no necesitaba de capital ni de suelo propio para erigir en él las construcciones de las que iba a obtener los mayores beneficios. Figuras amparadas por la ley y bancos deseosos de expandirse y con gestores que creían ver en ello el negocio deseado, lo hacían posible. Nadie osaba hacer el ruido necesario para despertar de un sueño que parecía maravilloso y que se alimentaba a base de que la gente no pensará. Los espectáculos de masas fueron convenientemente aupados a la categoría de "interés nacional" y las televisiones competían por ver cuál era el programa más banal con el que la audiencia perdiera el sentido de la realidad para vivir unas vidas ajenas.
Una parte de la población se acostumbró a ello, ser zombis en la vida cotidiana y liberarse frente al televisor; no había que pensar, sólo desear.
Y, ahora, algunas personas se echan las manos a la cabeza porque un líder político interviene en uno de esos programas. Ahora que la gente es plenamente consciente de que sus derechos son cada día un poco más pisoteados, de que ve que aquellos servicios básicos, que se habían obtenido en un esfuerzo conjunto, van disminuyendo en aras de una mal entendida austeridad, ahora se demonizan, o no, quizás simplemente se consideran de casta inferior.
Como nunca es tarde mientras la vida fluye, quizás sea el momento de dar un giro copernicano y hacer de la televisión una verdadera vía de comunicación con la ciudadanía, una ciudadanía deseosa de saber y de participar. Pero quienes no entienden de participación lo que desean es adelgazar las instituciones democráticas (por qué convencer a 75 si es más fácil hacerlo con 61, y más si son afines), o eliminar las posible trabas que puedan poner a sus actuaciones los mecanismos de control. Se sigue queriendo poner barreras al campo, domar el mar con paseos marítimos que en cualquier momento el agua se lleva por delante tratando de recuperar su territorio.
Lo importante debería ser el mensaje, pero de éste no se habla estos días, sólo se interroga a la gente sobre si tal o cual persona tendría o no que intervenir en determinado programa. Desgraciadamente seguimos mirando el dedo y perdiéndonos el inconmensurable espectáculo de las estrellas.