Bernardo Sartier
"Entra ti que a min dame a risa"
En la Generalitat comienza a oler, metafóricamente hablando, a mierda de albañal y a muerto intuido.
El de la mierda es el olor del giñe político, el de la claudicación. No hay arma más disuasoria que esgrimirle al rebelde la legalidad, porque entonces las autoridades que juegan a la sedición como al julepe, enterados de la inhabilitación profesional, deciden envainarla y rendirse.
Yo ya dije que el asunto del derecho a decidir y del independentismo no pasaba de una Feira Franca con subsaharianos que vendían baratijas del hecho diferencial, el día de la Diada, al grito de Visca Catalunya Lliure. Pero con acento del Senegal. A Mas le ha salido el tiro por la culata de una escopeta de feria y en las filas secesionistas empieza a cundir el desánimo, la desmoralización, el olor a mierda como moraleja del fracaso.
Primero se les pira Joaquím Brugué de su puesto en la comisión de control de las consultas, la junta electoral catalana, para entendernos. La junta electoral catalana es como un negociado de palanganas y aguamaniles en un lupanar de tercera con ladillas. Como el Brugué no tiene un pelo de tonto y sabe que si continúa se arriesga a perder su cocido en la universidad, que es profe allí, entonces se gira y le dice a Mas entra ti que a min dame a risa, que es lo que decía uno de los dos ladrones que, después de practicar un butrón en un establecimiento e introducirse por él a robar, se encuentra con el propietario avisado que lo recibe con un ladrillazo en toda la boca; sangrando como un cerdo y agarrándose los dientes, que se le caen de la hostia, se retira y le dice al compañero lo que queda escrito, o sea, entra ti que a min dame a risa.
El otro día Homs, el portavoz, comentaba que si el gobierno de Rajoy sigue recurriendo no va a dar tiempo a convocar el referéndum, que viene a ser el entra ti que a min dame a risa en modo pánico. Hasta aquí el primero de los olores.
El segundo olor, el olor a muerto se entiende fácil. Es el que desprende Mas.
El olor de Mas es el olor cadavérico del premoriente político, del que ya malvive porque su impulso cardiaco apenas da para un trémulo bombeo sanguíneo. Arturiño boquea como el pez fuera del agua y se encuentra en pleno estado disociativo, la consciencia alucinada que endulza el tránsito mortal y que te hace ver el espejismo de que vas a vivir aunque te quede un telediario.
Mas ya transita a la ultratumba de la res pública porque poco le queda salvo dar conferencias sobre las tres frustraciones históricas del independentismo catalán, Maciá, Companys y él mismo, algo así como cuando, en pleno final del día de la Feira Franca se empiezan a retirar los quioscos con un regusto resacoso que recuerda al pobre de mí sanferminero. El show ha terminado.
Le queda a Mas Oriol Junqueras. De Oriol escribí yo una columna aquí en la que lo comparaba con el colesterolémico que sale desencajado de la farmacia de Amaro, en Benito Corbal, de hacerse una prueba de grasa en sangre que ha resultado tan alta que se jura a sí mismo no volver a comer butifarra. Pero me equivoqué.
Junqueras no semeja un colesterolémico; Junqueras (fíjense bien) es el Francisco Taracido que interpretaba Víctor Mosquera en Mareas Vivas y que imponía a Currás su jerarquía en Portozás. Taracido era descomunal y chosco y Junqueras es descomunal y tiene la persiana del ojo derecho medio baja. Junqueras, cuando mira a Mas, lo acojona. Como Taracido a Currás.
En el fondo y a la postre todo es un problema de huevos, quiero decir de valentía. Mas y Junqueras invocaron la desobediencia civil que inventó Gandhi. Pero Gandhi era pobre y estaba dispuesto a todo -a todo- para conseguir la independencia de la India. Incluso ayunó hasta casi morir para que India y Paquistán no fuesen dos naciones distintas. Pero Mas no es que no esté dispuesto a morir por su idea, es que no está dispuesto, ni siquiera, a que le abran unas diligencias por sedición. Como no calculó bien le envergadura de su órdago ni las consecuencias de su rechazo, y como ni siquiera se planteó lo qué estaba dispuesto a sacrificar él en el plano personal en aras de la quimera independentista (o sea, nada) termina ahora como el gallo de Morón, desplumado y con un quiquiriquí que suena a gatillazo político. Es lo que hay.
Ahora van a añadir una disposición adicional a la Constitución. Dirá así: Aquí yace Artur Mas. Se hostió contra la legalidad. Descanse en paz. Y conste que yo quiero que sean independientes y que se vayan. De una puta vez. Porque no los soporto.