Beatriz Suárez-Vence Castro
Eso o así
Cruzaba la calle en el momento en que el autobús se detenía ante la luz roja del semáforo. Era de estatura normal y talla media. No había nada llamativo en ella salvo su pelo: una media melena completamente blanca, limpia, brillante. Tenía la tez bronceada y llevaba gafas de sol porque en este mes de octubre pontevedrés todavía son necesarias. Giró la cabeza para fijarse en el semáforo. Vestía pantalones de tela de corte vaquero y camisa blanca. El bolso, a modo de bandolera, con estampados geométricos y colores vivos caía pegado al cuerpo, a la altura de la cintura. Caminaba recta, con paso ágil; el gesto relajado, casi sonriente. No era una belleza pero sí una mujer verdaderamente guapa. Podría tener cualquier edad más allá de los cincuenta.
Dicen que las mujeres tenemos tres edades a partir de los cuarenta: la real, la que aparentamos y la que confesamos. Estoy segura de que en la señora del semáforo las tres edades coinciden en una y de que en lugar de confesarla, simplemente la dice.
Me hizo pensar en que si la vida me lo permite, quiero ser algún día así: ni mejor ni peor, así. Sin que el bisturí me cambie la cara ni el bótox borre mis líneas de expresión. Mis arrugas, vaya. Me gustaría seguir pareciendo real. Triste un día, contenta al otro. Con mi cuerpo y mi mente ágiles aún, como resultado de haber cuidado los dos.
No estoy en contra de la cirugía estética. Sirve para reparar muchos desastres y a algunas personas les ayuda a sentirse mejor. Lo malo es la adicción a ella. Ese complejo de Dorian Grey que nos entra a hombres y mujeres de cierta edad y nos lleva a entrar y salir del quirófano como entra y sale nuestro coche de la puerta del taller.
Abro una revista y veo una foto de alguien que no he visto antes. El pie de foto pone: Renée Zellweger. Vuelvo a mirar la foto y pienso que hay una errata. No es ella. Sin embargo, fijándome bien, tiene un ligero parecido. Acompaña la foto unas declaraciones de la actriz cuando ante el pasmo general, un reportero le pregunta sobre su metamorfosis facial. "Es porque soy muy feliz". "La felicidad transforma".
Pues claro, lo normal. Si a usted le toca hoy la primitiva, se va a dormir, en caso de que pueda conciliar el sueño y se despierta a la mañana siguiente convertid@ en su primo@ hermano@.
De un actor esperamos que sea por lo menos igual de fuerte que su personaje. Nos olvidamos de que son humanos y se nos cae el mito. Es culpa nuestra por mitificarlos. Estamos molestas con esta chica porque para nosotras siempre será Bridget Jones. A la que su novio, el bueno, el que encarnaba Colin Firth quería tal como era.
"Pero, ¿no te quiere con la nariz más pequeña o los pechos más grandes?", le preguntaba su pandilla en la película. "No" contestaba, nuestra Bridget, orgullosísima: "Me quiere tal como soy".
René no soportó la presión social tan bien como su personaje. No resistió y eso es lo que nos duele porque se ha cargado la esencia de Bridget Jones. Además de que niegue su arreglo de bisturí, con esa cara que se le ha quedado, tomándonos por tontas. Por lo demás puede hacer con su persona lo que le dé la gana. Faltaría más. Pero sentimos nostalgia de aquella Bridget valiente, simpática y bastante torpe que nos había conquistado.
Con la cirugía llevada al extremo sucede algo extraño. Algunas tribus africanas no soportan que les fotografíen porque piensan que la fotografía les roba el alma. Pienso como ellos cuando veo esas caras tan exageradamente operadas que se quedan sin la expresión que tenían. Lo que verdaderamente las hacía diferentes. Imperfectamente únicas.
Renée Zellweger y otras muchas actrices y actores han convertido su cara en "eso". En una máscara que no transmite nada de su interior. Quizá sea lo que busquen. Puede que se hayan cansado de mostrarnos tanto de ellos en la pantalla y no quieran hacerlo más. Para los que amamos el cine, verles a partir de ahora en una película será como una "fiesta de maniquíes". No nos transmitirán nada auténtico.
La actriz y la mujer que yo observaba cruzando el semáforo representan dos maneras de relacionarse con el tiempo que pasa. Enfrentándose con él, una. Abrazándolo la otra. Una se ha convertido en "eso". La otra ha llegado hasta el presente de una manera natural. Ella es verdadera, real. Ella es simplemente "así".