Kabalcanty
Una sobrevivencia
"...Llegará un día en que una tranquila ojeada aportará
orden y unidad al laborioso caos que mañana se inicia."
("El oficio de poeta", Cesare Pavese)
La noche, clara y fría, caía sobre el suburbio y parecía infinita al unirse, a lo lejos, donde se acababan las edificaciones y surgían los descampados, con la línea del cielo. La luna clareaba los tejados de uralita y de teja mohosa como un soplido de talco. Las calles amontonaban contenedores a rebosar de basura y viejos autos de chapa mate. En una de las calles, luciendo en agonía, el destartalado pub expelía vapores a la oscuridad en una fumata blanca enroscada a todas las miserias. El humo se deslizaba por la puerta del garito para rebelarse contra la noche vistiendo a las sombras. Tal frenesí de supervivencia ascendía invisible, desgajado y vencido, hacia el techo de la calle.
En una mesa del rincón, recostado sobre sus brazos cruzados, un hombre parecía dormir la melopea. La clientela escasa, unos cinco o seis a aquella hora de la madrugada, fumaba y bebía diseminados por el local. Un solo camarero atendía mesas y barra, obstinado en sacar del grasiento equipo de música acordes de jazz. La luz del pub es tenue, amarillenta, nula en las esquinas donde se mece el polvo.
- Eh, vamos K., espabila que en diez minutos chapo el sarao.
Dijo el camarero, moviendo el hombro del durmiente.
K., con los cabellos rizosos y alborotados, levantó su rostro abotargado y trató de encauzar su mirada.
- Un momento..... - musitó como para darse un respiro. Luego rebuscó en uno de sus bolsillos hasta que sacó un papel arrugado y trató de plancharlo sobre la mesa con la palma de la mano. Carraspeó y se incorporó inestable acercándose el papel a los ojos- Es la noche que me merma, me consume en premura de versos que acuden a mi soledad imantados.......
El camarero le bajó el papel con delicadeza. Tras unos instantes manteniéndole la mirada, le ayudó a volver a sentarse mientras doblaba el papel y se lo colocaba en el bolsillo de la pechera de la chaqueta.
- Joder, Baldomero, me cortas el rollo.
- A estos les importa una mierda tus versos -adujó Baldomero, tomando también asiento- Mañana tienes que madrugar a limpiar todo esto y a recibir los pedidos. Coño, es que te vas a matar con tanta cerveza y tanto tabaco, y todo por la martingala de esos escritos que lees una y otra vez.....a nadie.
K. escudriñó los ojos azulados y acuosos del otro para hundir su mentón en el pecho.
- Y lo más cojonudo es que tienes razón, Baldomero.
- Mira a tu socio, el Jesús, ese ya no coge el bolígrafo ni que se lo mande San Cucufato....
- No me nombres a ese gilipollas.
- ....Y ha hecho muy retetebien, leche, que esto vuestro es un oficio de exitosos y si no te mueres de asco en un rincón o cirrótico perdido y atado a una botella de oxigeno como persigues tú. Vamos, y no quiero ser brasa, lígate a una buena mujer, vive la vida y manda a tomar por el culo la pluma.
K. trató de sonreír, en una mueca estudiada y ridícula, y golpeó los nudillos del camarero con condescendencia.
- Cualquier día te hago caso y me vuelvo respetable y dócil. -añadió K., levantándose.
Tras coger un arrugado sombrero detrás de la barra, se encaminó bamboleante a la salida.
- Y no te olvides de cogerme todas las facturas de los pedidos que luego me la lías, mamón -voceó Baldomero.
El otro hizo un ademán de conformidad desde el umbral del pub.
Apenas había caminado unos pasos por la acera, se detuvo para rebuscar en el bolsillo un pitillo chafado sin filtro. Lo estiró cuidadosamente y lo prendió temblón. Al expulsar la primera calada, sintió un vacio en el pecho que le hizo apoyar la espalda sobre la pared y recuperar el aire a respiraciones cortas y ansiosas. Tosió al fin y escupió un salivazo canela que quedó petrificado en la cima del bordillo. Siguió caminando, envuelto en el humo de su cigarrillo, hasta que se volvió a detener en una encrucijada de calles. Miró con detenimiento el fondo de una de esas calles para, acto seguido, buscarse el papel arrugado y la punta de un lapicero. "La cerveza me pesa en las sienes, se engolfa en el ala de mi sombrero para titubearme en un beso rodante desmembrado a la quilla de un neumático", escribió de un tirón, colgándole la colilla en el límite del labio. Lo releyó un par de veces antes de guardárselo en el bolsillo de la pechera de la chaqueta. Después continuó su paso balanceante hasta que su silueta fue pasto confuso de las sombras.