Kabalcanty
De cómo entiendo el arte poética
Las disertaciones sobre lo evanescente son las que menos me aburren al tiempo que me amparan de esa austeridad mediocre con la que nos rodeamos cotidianamente. Me evaden lo suficiente como para creerme lo que digo.
La poesía puede ser un sentimiento, una impresión, una imagen súbita, sin duda una imperfección, un pálpito que discurre en versos hasta que algún lector lo torna por tangible o vislumbra su humo recortado en el cielo. Hablar sobre ella es, ni qué decir tiene, una demora inútil, vaga, que sólo pueden disfrutar lectores compulsivos, tarados ociosos en busca de asidero o indefectiblemente, ya que aúnan las dos condiciones susodichas, los propios poetas. El poeta, el autor, intenta decir lo que no puede, pero infatigablemente vertebra andamios para que su desdecir sea un simulacro de certeza para alguien, y merced a ese alguien llegar hasta él mismo. Este sufrimiento que enquista la duda, esta honda complejidad que asoma en la sucinto e hiriente interrogante del poema acabado, siempre acuchilla al poeta instándole a la dicotomía entre lo que escribe y lo que trató de escribir. Digamos que el poema transita por un tempo que se escurre, inevitablemente, entre la intención primera del poeta y el finiquitado del poema. Campan, en cierta manera, los versos cada vez más indómitos y acaban plasmándose en el papel. El autor lee, endereza algo, se rebela a ellos corrigiéndolos, mas el prurito que sibilinamente tejió las vísceras del poema le reta desde el papel con una mirada que paraliza la prosaica lógica, que devuelve en esencia la desnudez en la alborada del poema y que suena como arrepentida en las postrimerías.
Creo que la poesía más clásica, y deseo centrarme en la meramente española, la publicada hasta la Generación del 98, se presenta encorsetada por la métrica y la rima, además de un refinamiento acaso seráfico, a trasmano del mundo de a pie, para un posible lector del siglo XXI. Hay excepciones y las acepto (¿tal vez Quevedo?), pero irrefutablemente su distanciamiento, su barniz etéreo, su condicionamiento a las formas, han ahuyentado a los lectores de la poesía actual. Los clásicos tuvieron su época, supongo que poco degustada por la clase baja por resultarle inasequible, y es ahora donde toca convencer que el arte poética, a partir de la Generación del 98, mucho más en la del 27 con todos sus ismos y, por supuesto, posteriormente, es una artesanía al alcance de todos y cada uno de los hombres y mujeres que llenan este mundo. La libertad creativa que pone en jaque al poeta, que necesita imperiosamente el suspiro del lector para poder alzar definitivamente el poema, esta esperanza es el elixir puro con el que comienza la singladura de los versos de todo poeta contemporáneo. Su fuerza es la desinhibición, su aliada, sin embargo está más subordinado que nunca a la complicidad del lector, sin duda la auténtica tierra firme que persiguen sus versos.
Me sirve de excusa para afianzarme, en todo este improvisado alegato para con la poesía que amo, en reseñar que mis poetas preferidos, los que elevo un escalón por encima de los leídos vehementemente, son aquellos que nunca pretendieron serlo. Prosistas, narradores natos, que en un instante de incertidumbre tuvieron a bien desgranarse en versos. García Hortelano, Carver, Vázquez Montalbán, Lovecraft, Prado, Alonso........hasta el mismo Poe, jamás quisieron declararse poetas y, a mi parecer, lo fueron o son en gran medida, aunque en los versículos de la historia literaria no destaquen por esa faceta. Sucumbieron a la tentación del arte poética y nos trajeron esa belleza que se les escapaba entre montones de prosa como un escozor perenne encubierto entre relatos y novelas.
El poeta de hoy ha dejado de ser tan tierno, tan puro, tan espiritual, se ha dado una vuelta por cualquier calle y ha hallado versos en fachadas, asfalto y espaldas; se ha visto reflejado en seres que no escriben y, sin embargo, son tan rapsodas como él. El poeta actual, desmantelado de todas sus iluminaciones, es otro puñetero solitario que se pregunta sin responderse y se empecina en reflejarse con palabras. Su musa se metió a puta y su mirada interrogante al cielo es un barrido de esmog.