Beatriz Suárez-Vence Castro
Oxímoron
Ayer se clausuró el primer Curso de Escritura Creativa, ofertado por Gestión Cultural Taller Abierto. Esta entidad hace una fuerte apuesta por la cultura en nuestra ciudad. De ella se encargan tres chicas valientes: Ana Barreiro, África Martínez y Marta Guirado.
Comentábamos las alumnas con la profesora, Andrea Barreira Freije, que al finalizar algo siempre tienes sentimientos encontrados: Tristeza por terminar lo que te gusta y alegría por haberlo podido llevar a cabo.
Esto de los sentimientos encontrados y conceptos opuestos tiene mucho que ver con la literatura y hay varias figuras retóricas que se ocupan de ello: la paradoja, la antítesis y el oxímoron, quizá el menos conocido y sin embargo el que los refleja de manera más precisa.
Mi primer encuentro con esta figura de nombre tan extraño, ocurrió cuando cursaba Bachillerato, durante las lecciones inolvidables de Pilar Cortázar, que impartía Literatura en el Instituto Valle Inclán de Pontevedra. Era todo pasión dando clase y el día que nos explicó el Oxímoron, dos conceptos opuestos en el mismo sintagma, utilizó un ejemplo que a mí me impresionó mucho: "Hermoso monstruo"
Parece ser que mi impresión estaba justificada: Un estudio de la revista Neuro image demuestra que esta figura literaria intenta hacernos entender algo que no puede existir más que en la imaginación, y por ello da lugar a una intensa actividad cerebral en la región frontal izquierda, la responsable del lenguaje y de la lógica. Es un desafío para el cerebro.
"Silencio atronador"," fuego helado", son otros ejemplos de oxímoron. Nos impresiona tan vivamente porque a pesar de unir términos opuestos en teoría, en la práctica pueden llegar a ser complementarios, transmitiéndonos una sensación curiosa. Todos nos hemos puesto alguna vez hielo en un chichón y acabamos notando como "quema". También hemos "oído" ese silencio incómodo que se produce en una reunión tras un comentario fuera de lugar.
Sin embargo, los monstruos hermosos son más difíciles de encontrar aunque también los hay: El Frankenstein de Mary Shelley puede llegar a parecernos hermoso, cuando nos damos cuenta de que no tiene maldad. No parece tan monstruoso cuando, más allá de su aspecto, descubrimos su inocencia. Sin embargo, cuando realmente llegué a encontrar un lugar perfecto para colocar el oxímoron que mi profesora de Literatura me descubrió, fue en un viaje a Polonia, hará aproximadamente diez años. Visité Auschwitz-Birkenau, el campo de concentración para prisioneros judíos bajo el dominio nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
No estaba muy segura de querer hacerlo. Pero sabía que si no entraba allí, mi curiosidad no me perdonaría nunca.
Me dio mucha vergüenza lo que sentí al traspasar el umbral presidido por la célebre y terrible mentira moldeada en letras enormes: "El trabajo os hará libres".
Vergüenza por la maldad que, como seres humanos, podemos llegar a infligir unos sobre otros, pero también una desazón personal tremenda porque el lugar me pareció hermosísimo: Grandes edificios de ladrillo rojo, perfectos para haber albergado un colegio, amplias zonas verdes, un cielo inmenso gris plomizo, que acentúa el romanticismo de la antigua estación con los viejos raíles y los vagones de madera.
El tiempo le ha dado un tinte romántico a un campo de exterminio que debería oler a muerte. ¿Cómo podía parecerme bonito aquel lugar? Me sentía mal por percibir belleza en un sitio tan horrible.
Ahora que se han cumplido setenta años de aquel 27 de enero de 1945 en que los militares soviéticos liberaron a los prisioneros de Auschwitz, Miguel Pellicer, periodista y antropólogo plantea esta contradicción en un artículo que titula con la siguiente pregunta: ¿Puede haber belleza en la barbarie?
Recomienda adentrarnos en un reportaje de fotoperiodismo que han realizado distintos autores para la revista literaria y cultural americana The Atlantic con motivo del aniversario de la liberación del campo. Estas fotos reflejan muy bien la belleza de un paisaje mortal: los colores del otoño en el pequeño bosque donde los prisioneros aguardaban para ser gaseados sin saberlo, el contraste de la nieve sobre las garitas de madera oscura de los vigilantes, las siluetas de los edificios a través de la nieblamagníficos retratos de un lugar donde pude por fin llegar a comprender el oxímoron que mi profesora me explicaba, porque Auschwitz es precisamente eso: Un hermoso monstruo, cuyo único sentido es mantener viva la memoria de lo que allí sucedió, de los aproximadamente 200.000 supervivientes y, sobre todo, del millón de seres humanos que encontraron la muerte entre sus muros.